Por Gabriel Fernández *
Un rasgo bien singular de la Ciudad de Buenos es, curiosamente, algo que no se ve. Siempre está, caracteriza el ambiente, brinda sonidos, narra situaciones, expone polémicas. Apasiona y aturde con gritos de gol. Es parte del trasfondo en el bar, cuasi obligatorio en el taxi, compañía en la casa, guía del presente en el lugar de trabajo. Ahora, con las conexiones celulares, parte del viaje en el transporte público. Es, ni más ni menos, la radio.
No es extraño que en nuestro país y en esta urbe haya calzado en profundidad. Las primeras transmisiones de la historia se concretaron, sobre 1920, en la Argentina y en los Estados Unidos. Desde entonces, la expansión del medio resultó vertiginosa, hasta convertirlo en el más popular hasta la actualidad.
El 27 de agosto de 1920, Enrique Susini, César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica –conocidos popularmente como “Los locos de la azotea”- realizaron, desde el techo del Teatro Coliseo, la primera transmisión radial.
“Señoras y señores: la sociedad Radio Argentina les presenta hoy el festival sacro de Ricardo Wagner, Parsifal, con la actuación del tenor Maestri, la soprano argentina Sara César, todos bajo la dirección de Félix Von Weingarten, secundado por el coro y orquesta del teatro Constanzi de Roma” , dijo por aquel entonces Enrique Telémaco Susini.
La transmisión pudo ser escuchada por apenas 50 personas, pero marcó un hito en la historia de la radiofonía mundial. El puntapié inicial. Se instaló; y la población resolvió que no podía vivir sin este medio. Progresivamente, las casas fueron otorgando un lugar de privilegio al aparato receptor y las familias empezaron a congregarse en derredor, para escuchar.
Recién más de 30 años después hizo su irrupción la temible competidora. Esa caja cuadrada que sumaba imagen al sonido. En todo el período expansivo de la televisión se registraron muchos debates, varios de ellos asentados en la premisa: la tv aniquilará a la radio.
Pero andando el tiempo, los indicadores de audiencia terminaron rechazando la hipótesis. Reducida en su tamaño debido a los adelantos tecnológicos, la radio se relanzó como práctica y llevadera compañera. La spika en la oreja, como hoy los teléfonos, hablitó a nuevas generaciones un trato directo y sencillo con el medio.
Así las cosas, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) determinó, con datos de todo el planeta en sus manos, que la radio sigue siendo el más popular de todos los medios en la historia de la humanidad. Créase o no, los embates de los novedosos soportes no han hecho más que resituarla.
Las herramientas habituales para los jóvenes los religan con la radio. Las grabaciones posteadas en facebooks, configuran más radio. Los cortes y los segmentos difundidos en twitter, encarnan más radio. A las AM tradicionales se les sumaron las FM; y recientemente, las radio web. Todo ello implica más radio.
Sin embargo, claro está, de nada servirían los soportes técnicos sin contenidos. A lo largo de los tiempos, se fue evidenciando que las palabras lanzadas “al aire” no quedaban en el aire. Pasaban a formar parte de la cultura y los intereses de los oyentes y eran transmitidas de generación en generación.
Lo que a simple vista parece un medio fugaz, cuyo decir se extingue al momento de pronunciarse, marca épocas, caracteriza sectores de la opinión pública, representa zonas variadas de la comunidad. Participa de las polémicas instaladas en el mismo seno de la población y, en ocasiones, las promueve. Apuntala gustos musicales, introduce otros.
Así, las voces que emergen de los aparatos van quedando instaladas en las mentes y los corazones, en tanto el receptor sienta que existe una comunidad de pasiones con el emisor. Y en muchas ocasiones, se cambian los roles y –desde su casa, desde las mismas calles- los escuchas se transmutan en decidores y lanzan al aire, telefónicamente, su versión de los asuntos.
El clima de Buenos Aires sería otro sin las radios. Quizás, estaríamos un poco más solos.
Por supuesto: no todo es saludable. En varios tramos la radio fue utilizada para campañas que ocultaron nuestra realidad. En otros, introdujeron culturas por intereses comerciales. En el presente, la tendencia a la monopolización tiende a quebrar la diversidad y a tornar monocorde el nivel informativo y analítico. Esto es verdad y amerita una reflexión profunda.
Pues al tratarse la radio del medio popular por excelencia, se acrecienta la responsabilidad de los realizadores. Las cargas de odio originan un correlato. Dañan el sentido profundo de la transmisión hasta colocarla en el rango de propaganda. Saturan los oídos con una linealidad que niega la diferencia y fuerza el pensar.
Pero no deberíamos tirar al niño junto al agua sucia de la bañera. Los indicadores de medición genuinos, surgidos de universidades públicas, muestran una tendencia inteligente del público, que busca opciones razonables frente a la catarata unilateral. Es interesante marcarlo: la inteligencia de los oyentes suele superar las previsiones de las empresas; y fomenta la elección.
Esta querida ciudad vio nacer, a nivel planetario, a la radio. Desde aquella loca terraza unos tipos idearon un medio que haría historia. Lo sigue haciendo. Es una linda herencia para quienes hacemos radio en el presente, como quien suscribe y como la directora de esta publicación: contiene el compromiso de generar saber y placer, de comunicar verdad y entretener.
De hacer radio, en sentido estricto.
* Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.
Texto escrito para el periódico Conexión 2000 Arte y Cultura en el Nuevo Milenio