Por Erika Eliana Cabezas*
Una mujer se reencuentra con el refugio de la infancia, una casa en el medio de la nada cubierta por el paso del tiempo. El polvo que cubre los viejos muebles se desprende y reactivan la memoria. La de una niña sin nombre atormentada por su propia historia. La vida en el campo, la complicidad de la mirada y, sobre todo, el peso del silencio.
La niña vergüenza de y con Manuela Amosa y dirigida por Tamara Kiper narra los secretos desde el dolor y a través del juego. Escenas de otra temporalidad se hacen carne en un relato que, si bien es estremecedor, por momentos tiene destellos de goce y disfrute. El acompañamiento y la complicidad ante las adversidades es una constante necesaria.
“Y yo, y mi hija, y la hija de mi hija y todas las mujeres que vendrán irán desprendiéndose de los dedos de hombre que quedaron allí atrapados”, exclama acongojada la protagonista. Un cajón se abre y deja entrever multiplicidad de llaves. La libertad abandona la categoría de deseo y se convierte en una realidad. La salida queda descubierta, otros aires circulan.
La obra escrita e interpretada por Manuela Amosa le pone palabras y cuerpo a aquello que no quiere ser ni mencionado e incómoda. Desafía a la vergüenza y la atraviesa para, finalmente deshacerse de ella.
La niña vergüenza se presenta los sábados a las 20,30 en Timbre 4 (México 3554).
(*) Columnista de Teatro de Abramos la Boca | Radio Gráfica