
Por Erika Eliana Cabezas*
El agotamiento de más de 24 horas de viaje no calmó las ansiedades ni redujo las expectativas del Jallalla Mujeres 2018. Habíamos llegado a Jujuy para solidarizarnos con lxs presxs políticos de la provincia: Mirta Aizama, Mirta Guerrero, Graciela López, Gladys Díaz, Alberto Cardozo, Javier Nieva y Milagro Sala. Primero iríamos a El Carmen, donde se encuentra detenida Milagro Sala. Luego, a visitar el penal de Alto Comedero.
Caminamos por la ruta 9 bordeando el Dique La Cienaga. Las banderas blancas de la Tupac flameaban, los cánticos eran lo único que se escuchaba. “Vamos Milagro no podemos caer/ usted ponga fuerza/ que las jallallas estamos todas de pie marcando la resistencia/ Vamos Milagro no podemos caer/ Néstor te guía con Perón desde el cielo/ A nuestra Patria vamos a liberar con todas las Jallallistas”.
La convicción y la fortaleza acompañaron el trayecto. Estábamos yendo a ver a la Flaca, aquella mujer negra, india, hija adoptiva, piba de la calle y líder, que le había devuelto la dignidad al pueblo jujeño. Un pueblo que había sido vapuleado fuertemente por las políticas neoliberales de la década del ‘90. Ocho gobernadores en diez años y la violación constante a los derechos constitucionales.
Atravesamos la calle de tierra levantando la consigna del Jallalla Mujeres: “Libertad a lxs presxs políticos”. Un matorral repleto de plantas con espinas nos esperaba, pero eso apenas nos importó y nos adentramos. “Ahí está Milagro”, dijo una compañera, que apenas llegó a terminar la frase. La emoción la había desbordado. Nos había desbordado. Estábamos tan solo a 50 metros. Nos separaba un alambrado y un paredón con alambre de púas rodeado de gendarmes.
Nos acercamos hasta el límite de lo permitido. Queríamos estar lo más cerca posible. Algunas gritaban “fuerza”. Otras simplemente sacaban fotos. La Mila, en tanto, saludaba, alzaba el puño y acompañaba el agite.
– ¡¿Quiénes somos?!
– ¡Tupac Amaru!
– ¡¿Qué queremos?!
– ¡Trabajo, educación y salud!
Mucho más que un grito libertario y la identidad de una organización que llevaba el nombre de un revolucionario latinoamericano. La base de las políticas inclusivas llevadas a cabo por la Tupac: las copas de leche, las cooperativas de viviendas, la fábrica textil, la Escuela de Gestión Social Bartolina Sisa, el Colegio Secundario Olga Márquez de Aredez, el Instituto de Educación Superior Túpac Amaru, el CEMIR con pileta climatizada, el parque acuático y el temático.
Luego, la radio abierta. Dos horas de agradecimientos, regalos y emotividad. “No llores compañera, no le demos el gusto al enemigo”, le dijo la Flaca desde el otro lado del paredón a una mujer que se quebró mientras hablaba. Paradójicamente ella, que estaba en prisión domiciliaria sufriendo las embestidas de Gerardo Morales, brindó ánimos a quienes habíamos ido a apoyarla.
“Sé que metieron miedo para que muchas compañeras no vengan. El miedo es fundamental para este gobierno, no solo de Morales sino también de Macri. Ustedes vencieron era barrera”, dijo Milagro al finalizar el encuentro. Y agregó:. “La única manera de solidarizarse con los presos políticos es organizándose. La única manera ayudar es trabajando por la unidad del campo nacional y popular. Quiero una Patria justa, liberada, que sea Patria y no colonia”.
Después vino la ceremonia. Un círculo de abrazo colectivo para recordar los momentos de felicidad. “Vamos a reconstruir nuestra Patria. A recuperar la tranquilidad en nuestro corazón y la alegría en nuestra mente. Jallalla”, exclamó.
Alto Comedero
La visita a Milagro Sala en El Carmen había sido apenas el comienzo de una jornada repleta de emociones. El almuerzo, un intento frustrado para descomprimir las tensiones y reducir las ansiedades. Todavía nos quedaba el penal de Alto Comedero, donde se hallaban Mirta Aimaza, Gladys Díaz y Graciela López, y lo teníamos muy presente.
A medida que se acercaba la hora, las inquietudes aumentaban. La ropa, la principal incógnita. Las requisas en los penales suelen ser medievales. Nada de calzas, cortos, ni de corpiños con aro. Y ahí estábamos, intercambiando vestimenta y tomando cosas de prestado para no quedarnos afuera.
La primera barrera fue la puerta de entrada: solo pasaban quienes se encontraban en la lista extraordinaria. Desafortunadamente no todas lograron atravesarla. Le siguieron la garita y la requisa. “El sombrero que le iba a regalar a Gladys se lo llevan más tarde. No entiendo por qué no se lo puedo dar yo”, dijo una compañera mientras caminábamos por el predio hacia el sector de visitas, donde nos esperaban Gladys y Mirta.
Tuvimos que cruzar dos puertas y un candado para ingresar a una especie de parque con mesitas. Nos recibieron con un sin fin de abrazos. No nos conocían, pero estaban agradecidas de que fuéramos a verlas. Necesitaban ser escuchadas y que sus voces circularan. “Nos van a condenar por estar con Milagro. Lo que estamos viviendo es injusto y queremos que se sepa”, aseguró Díaz entre lágrimas. Y agregó: “No hicimos nada, pero Gerardo Morales no quiere que exista la Tupac en Jujuy”.
.
Después de un par de mates y con el reloj a contramano, cruzamos a ver la Graciela. La separaba un alambrado. Sola, pero con temple, y reluciendo su coquetería, dejaba entrever un optimismo esperanzador. No se iba a dejar caer tan fácilmente. “Estamos enteras porque ustedes están ahí afuera. Se vienen tiempos mejores”, sentenció.
Volvimos terminado el horario de visita. “No nos olviden”, irrumpe una voz cargada de emoción. Nos dimos vuelta, el parque de visitas todavía se veía. Y ahí estaban, Gladys y Mirta despidiéndonos con las dos manos.
No. No las íbamos a olvidar.
(*) Periodista de Radio Gráfica