junio 05, 2025

¡Manguel, we are ready!

¡Manguel, we are ready!

Por Agustín Montenegro *

Estos días la USA-cholulez se deja ver por las calles de la Capital y algunos medios ostentan con infografías y artículos su asombro por el auto de Obama -como si nunca hubiesen visto un coche-, por la comida de Obama -como si nunca hubieran visto un cordero- y por la mujer de Obama -se entiende, con el asunto de las mujeres en política, desde Salvadora Medina Onrubia hasta Milagro Sala, algunos son muy selectivos. Y entre el asombro ante la humildad de Pepe Mujica y el asombro ante la comitiva de Obama, uno ya tiene por seguro que nuestra clase media podría sacarle canas de confusión a la pelada de un monje budista.

Sin embargo, no está de más aclarar que la temporada de modernización 2016 está que arde y, justamente, que tampoco están de más los 240 empleados que han sido informados de sus respectivos despidos de la Biblioteca Nacional. Abramos la boca conversó con Emiliano Ruiz Díaz, empleado de la Biblioteca, cubriendo la noticia y extendiendo la solidaridad con los trabajadores despedidos.

Pero hace falta aún más (sumar explicaciones para llenar el vacío de la modernización), para exorcizar este demonio que al parecer reaparece, o más bien, se descubre, hace falta decir, una vez más. Por eso, no está de más destacar que la actividad de la Biblioteca Nacional ha constituido uno de los proyectos más plurales, abiertos e incansables que han tenido lugar en estos años en lo que a cultura se refiere. Algunos, mientras intentan distinguir una oreja del raudo presidente de los Estados Unidos, decidirán seguir alimentando la idea de que era una olla de ñoquis, o de que por otra parte era un kiosco de Carta Abierta (¿habrán leído alguna?), o de que simplemente era la biblioteca invisible y abúlica que pudo ser en otras épocas. No está de más decir, que muchos probablemente no sepan ni dónde queda, y que mucho otros consideren que la cultura es gasto y que la Internet está llena de libros.

Por eso es necesario contar que en la Biblioteca se han realizado congresos y jornadas académicas (de todo tipo y color, y esto significa gente discutiendo a Antonio Gramsci, a Roland Barthes, a Pancho Aricó, a Borges, y me remito a los más recientes), se han hecho actividades editoriales, escritores y poetas han presentado libros, se han presentado galerías de arte, se proyectado ciclos de cine. Se ha construido un proyecto editorial único en su diseño, en los precios de sus libros, en la calidad de sus publicaciones, que van desde los extraños libros de Los raros hasta las ediciones facsimilares de revistas que han forjado al mundo intelectual, y en donde se han dado las discusiones literarias, culturales y políticas más importantes (hablo de Proa, de Los libros, de Contorno, de La rosa blindada). Se editaron las obras de León Rozitchner y Roberto Carri, de Oscar del Barco y de antiguos como Eduardo Holmberg o, para volver a las mujeres, como Eduarda Mansilla. En pequeños libros de bolsillo que en 2015 rondaban los cinco pesos (¿acaso un Jorgelín?) uno podía -puede aún- leer a Perlongher, a Aira y a Quiroga.

Esta actividad frenética e incansable, o como la describió el profesor y escritor Sebastián Russo, casi “anarquista”, ¿dejará de ser tal con la nueva gestión? No hay respuesta certera. Sin embargo, su nuevo director todavía no ha asumido sus funciones (aun cuando, en el contexto difícil de 2015, González tuvo el gesto de saludar su nombramiento) y, tras la visita secreta que realizó, al parecer un interventor/modernizador (Marcos Padilla) comenzó a hacer la limpieza energética tan pro-pensa a dejar afuera a los trabajadores para poder gritar con propiedad: ¡OK, Manguel, we are ready!

¿Campaña del miedo, otra vez?, o para ponernos a tono, ¿again? Difícil saberlo. Algunos pueden llamar prejuicios a lo que otros llamaríamos análisis profundos basados en evidencias empíricas. Horacio González lo ha caracterizado de forma justa: Manguel es, al parecer, un intelectual de la globalización. Algo que aquellos verán con buenos ojos y otros veremos con sospecha. El propio Pablo Avelluto mencionó que “es uno de los intelectuales argentinos con mayor reconocimiento en el exterior y, además, una de las personas que más saben en el mundo sobre bibliotecas” (La Nación, 19/12/2015). Ante el ninguneo general que los medios que hicieron del renombre de Horacio González, el discurso de Avelluto se pone en “vibra” con un intelectual prolijo, que escribe “en el inglés”, que dicta cátedra sobre Borges (nuestro escritor, tan abierto al mundo que la multinacional Mondadori compró sus derechos por un vuelto de 2 millones de euros) y que parece idóneo para cumplir con esa gran apoteosis de la tilinguería: “abrirse al mundo”.

No está de más decir que el nombramiento de Manguel tiene más que ver con el mundo que con la propia Biblioteca. Tampoco, que el recibimiento de un hombre como él, aun con su trayectoria innegable, se lleva mejor con la tilinguería que parece que nunca hubiera visto un auto o un avión, o que decidió ignorar a las mujeres locales cuando se dirigían a (bastante más) amplias audiencias. No está de más decir que la Biblioteca Nacional es del pueblo -y lo fue estos años- y que ese fue el enfoque del proyecto de Horacio González (que, no está de más decir, es un sociólogo, ensayista, escritor, docente e intelectual de fuste, mucho antes que un “intelectual K”, como lo caracterizan los medios hegemónicos).

Hay un paralelo notable entre estos dos fenómenos. De un lado, el hijo rubio de las relaciones carnales, que aflora, bien arreglado, de entre las piernas de una clase media potenciada por el consumo de tangibles e intangibles: viene con el cartel de “importado es mejor” -¿y si Manguel no hubiera sido “importado”…?- y de “el Estado tiene que ser ‘eficiente’”. Del otro lado está el hijo de ojo mocho, que no habla al ritmo de la gran metrópolis y que cuando se lo cruzan todos los días en el camino al laburo le gritan “¡Andá a laburar!”. Manguel/González, la pluralidad actual de la Biblioteca contra la amenaza del monograma Borges, la actividad cultural como política o la actividad cultural como excepción y exclusividad. Una actividad diaria, constante, e inabarcable contra la famosa “noche de”: la de las librerías, la de los museos, y ahora… ¡la de la memoria!

Creo que no está de más comentar y reflexionar estos paralelos, tenerlos a mano, repensarlos en el contexto de lo que se venga. Como tampoco está de más compartir las convocatorias que numerosos intelectuales están firmando. ¡Y no está de más rescatar las palabras de Beatriz Sarlo que mencionó que “Manguel no ha hecho claro cuál es su proyecto de Biblioteca”, y que por ende, no hay justificación para el despido del 25% de la planta! Simplemente, nada está de más. Ninguna publicación, jornada, actividad, muestra o iniciativa de la Biblioteca Nacional está de más, ni lo están sus trabajadores. Lo que sí va a estar de más, ocupando espacio en muchas cabecitas jibarizadas, es la tilinguería, la ignorancia generalizada, el revanchismo histérico, etc., etc…

(*) Agustín Montenegro, columnista de Punto de Partida y conductor de Las Lecturas

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