
Por Eliana Cabezas*
Enciendo la televisión. Otro femicidio que se suma a la larga lista. La impotencia me brota en la piel. Intento plasmar un par de reflexiones, pero no puedo. Víctima del síndrome de la hoja en blanco, escribo y borro constantemente. Una vez más, la indignación me juega en contra. Mucho por decir y la dificultad de no saber por dónde empezar. Buscó calmar las aguas. Imposible. La violencia machista gestada por el sistema Cis heteropatriarcal genera un tsunami de sensaciones. Irritación. Bronca. Enojo. Convencimiento. Fuerza y ansias de seguir luchando.
La muerte es el desencadenante fatal de aquello que se vive cotidianamente. La naturalización de los estereotipos sociales mantienen de pie la estructura. La opresión es garantizada a través del binarismo. Se parte de lo femenino o masculino, para luego asignar los roles. La mujer, delicada y débil. El hombre, robusto y fuerte. La construcción de los opuestos, el camino que conduce a la media naranja e invisibiliza las disidencias sexuales.
La dominación de un género por sobre los demás trae aparejadas drásticas consecuencias. Esperanza de vida de vida de 40 años para las personas trans. Muertes por abortos clandestinos. Acoso callejero. Violaciones. No. No es sencillo ser parte de la minoría relegada. Esa que sufre los condicionamientos sociales y se encuentra obligada a modificar su accionar. El miedo, a la orden del dìa.
Una remera lo suficientemente escotada como para transitar una vereda apenas iluminada. La velocidad justa frente al piropo en una calle completamente desolada. Los cinco sentidos en alerta, los recaudos necesarios para evitar una posible tragedia. Al dominadx se le enseña desde temprana edad a amoldarse a su realidad y no cuestionar el orden establecido. Mucho menos, las desigualdades. Entonces a la mujer se le da la receta para no ser violada. Cinco centímetros más de tela. No transitar sola a la madrugada. De no poder conseguir la medida adecuada, volver acompañada.
Interpelar a la cotidianidad desde la perspectiva de género despierta resistencias. Y no es de extrañar. Pues, derriba hasta las edificaciones más solidificadas. Sin embargo, no se debe mirar hacia un costado. Hacerlo no sólo es esquivar la problemática, sino es ser cómplice de las inequidades que se gestan. Es fundamental que estas cuestiones empiecen a ser consideradas como parte de lo político para cimentar una sociedad más justa. Todxs tenemos derecho a vivir, pero también a que sea con calidad.
*Área periodística de Radio Gráfica