Por Eliana Cabezas *
El espacio era pequeño y acogedor. Las voluntades, más que grandes. Había hambre de lucha. Ansias por dar la batalla cultural. Deseos de construir una sociedad más justa y terminar, de una vez por todas, con las normativas impuestas por la matriz Cis heteropatriarcal. Esas sembradoras de exclusión, que tantas vidas se ha llevado. Distintas historias, pero un mismo camino: una infancia trans sin violencia ni discriminación. Es por ello que el primer encuentro “yo nena, yo princesa” estuvo cargado de emoción.
Las paredes del espacio proyecto FRACCTAL estaban repletas de fotografías. El compromiso se hacía sentir en el ambiente, la conciencia aún más. Cada unx de los presentes sabía por qué estaba allí. Entendían que ignorar era una forma de violentar y ser cómplice de un sistema opresor. Un sistema que asigna identidades desde lo genital y no tolera el yo soy lo que siento. “El DNI no alcanza. La sociedad no está preparada para los niños y niñas trans”, manifestó Gabriela Mansilla, la mamá de Lulú y una de las organizadoras de la actividad.
Tan pronto como comenzaron a fluir las ideas, las experiencias de vida se empezaron a cruzar. La confianza le cedió el paso a la familiaridad. Los tapujos no existían. El punto de intersección era el mismo, la desconstrucción de lo impuesto culturalmente y el cuestionamiento a determinados sectores de la comunidad científica. Específicamente, hacia aquellos que se apoyan en el DSM y califican con rótulo de “disforia de género”.
El cuerpo nunca es el equivocado, las clasificaciones sí y más aún cuando se trata de personas. Pues no sólo encasillan sino que también expulsan. Y lo hacen de una tan manera agresiva que generan muertes a temprana edad. Es entonces, cuando prima la organización. Porque es solo a través de ella que se podrá cortar las cadenas de la estereotipificación e ir camino hacia la equidad derechos.
(*) Área Periodística Radio Gráfica
