DE NADA SIRVE DEBATIR CON LA IZQUIERDA Y EL MOYANISMO
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ESTA ES LA CUESTIÓN
El ocultamiento de la posición internacional contribuye a la opacidad del diagnóstico local. Si admitieran –no sólo ante el pueblo sino también de cara a sus militantes- que repudian a Fidel Castro, Hugo Chávez, Rafael Correa, Lula y (un poquito menos) a Evo, resultarían más comprensibles sus condenas cerriles al gobierno nacional popular argentino, a las organizaciones sociales que articulan en derredor del mismo y a las organizaciones sindicales que se encuadran dentro de la historia populista del movimiento obrero.
El conflicto docente vale como ejemplo singular: la caracterización del gobierno nacional es el de una encarnación burguesa que acomoda la crisis en beneficio del empresariado con un discurso matizado por los derechos humanos. El sindicalismo de la CTA – Suteba es una burocracia que sólo lleva adelante la lucha como medida de maquillaje, para ocultar sus reiteradas traiciones. Todo lo positivo para el pueblo argentino termina siendo una mascarada que esconde fines oscuros e inconfesables. Eso plantea la izquierda radicalizada tradicional, mientras el moyanismo acciona, en tanto busca un argumento.
La dirección del Suteba hace un par de años ha quedado atrapada por una situación compleja, de la cual no ha sabido salir: el gobierno nacional no guarda especial interés en favorecer al sindicalismo que lo respalda; la alianza moyanista – trotskista exige más y más para obstaculizar todo lo que ese gobierno desarrolle; las bases docentes tienen un alto componente antiperonista crudo al cual, simplemente, le molesta un gobierno como el kirchnerista. Esa conducción ha optado por esbozar un intento de contención de tales franjas sin comprender que de nada sirve.
Ese intento de contención no está manifestado en el reclamo salarial paritario –las cifras planteadas están dentro de un debate razonable- sino en la determinación de efectuar la máxima medida que el movimiento obrero puede concretar dentro de los parámetros legales: el paro total por tiempo indeterminado. Pero la entendible búsqueda no hallará resultados, pues pase lo que pase la alianza moyanista – trotskista seguirá acusando a estos dirigentes (digamos Yasky – Baradel) como burgueses traidores, y las bases docentes seguirán apegadas a un odio lejano que los historiadores pueden rastrear.
Por tanto, el asunto realmente importante que deriva de este notable conflicto bonaerense es cuál es el lugar que el gobierno nacional le asigna al movimiento obrero organizado y, a un tiempo, qué lugar anhela y necesita ocupar ese sindicalismo nacional popular. Debatir esta cuestión resulta esencial para definir un rumbo conjunto. Lo cual no evita que en cada gremio las pujas salariales resulten más o menos intensas según las variadas situaciones por las que atraviesa el pueblo argentino.
Aunque el esquema es obvio lo reiteramos para curarnos en salud: una cosa es votar delegados de base, otra conducciones sindicales distritales, otra direcciones nacionales… y otra bien distinta elegir un gobierno nacional. La política que imbrica al sindicalismo es, sin embargo, un nivel distinto de la vida nacional. Esto significa que si la economía funciona adecuadamente y el mercado interno posee una dinámica progresiva, el gobierno nacional y popular no necesita de los sindicatos para lograr votos de los trabajadores.
Sin embargo, la batalla política cultural popular (otro nivel ligado pero distinto) si lo necesita. Es ostensible que la desestructuración de una CGT vertebrada al lado del gobierno nacional y que este contraste agudo con la CTA proclive a orientarse en esa dirección, ha dañado el potencial callejero, activo, comunicacional en vasto sentido, del movimiento nacional y popular (política) para dialogar con la sociedad en su conjunto.
No es lo mismo tener a los sindicatos movilizando 200 mil personas a la Plaza o a la 9 de Julio para respaldar al Proyecto –aún con polémicas y reclamos- que esta ausencia de condensación obrera que se desperdiga en cientos de actos y cortes particularizados por todo el país, donde cada sectorcito aplaude o condena lo que evalúa conveniente para sí. Y no es lo mismo tener a aquellos delegados de base convencidos y reconocidos, debatiendo en los lugares de trabajo y en los barrios sobre el rumbo general, que observarlos callados, a la espera de resoluciones puntuales.
El debate no es con la izquierda tradicional, que jamás –por principio- acordaría con un gobierno burgués… pero coincide con la CIA en la desestabilización de los gobiernos populares latinoamericanos, como apunta insistentemente nuestra compañera Stella Calloni. De un burro solo patadas. El debate es en el seno del movimiento nacional y popular con el objetivo de desentrañar el vínculo entre política y sindicalismo y así lograr una presencia gremial en el diseño económico nacional y una participación de esa zona de la vida argentina en el debate cultural general.
Ahi está la cuestión.
(*) Gabriel Fernández / Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios