Por Gabriel Fernández – Coordinador Periodístico de Radio Gráfica, Director de La Señal Medios.
Otra vez, el mítico pero existente Movimiento de Países No Alineados vuelve a reunirse. Es indudable que vale una precisión singular, que trasciende la fecha de un cable: en Teherán.
Aquella fuerza innovadora lanzada por Sukarno, Nehru, Nasser, pensada por Perón, que pareció naufragar en las espumosas olas de los años 90, cobra hoy un vigor que promueve sentido e inclusive otorga dirección.
El Noal tiene un rasgo de enorme interés: en tiempos de reconfiguración de los Estados Nación en tránsito hacia los Estados Continentales, incluye miembros que confluyen desde zonas muy diferentes; muy alejadas entre si.
Genuinamente potenciados (y a la vez precavidos) por la crisis del Norte planetario, muchos de los asistentes pisan con una energía que no siempre habían poseído. Y se sienten capacitados para decir, sin alardes, “esta zona no se toca” y “nosotros, vamos por acá”.
Las condiciones económicas brindan perspectivas a aglutinamientos que, repasando las historias culturales, resultaban preexistentes aunque por muchas décadas, impotentes. Esa posibilidad de amalgama del ayer con los intereses del hoy deriva en un maremoto que, en lugar de destruir, equilibra.
Veamos dos autores conjugados en este punto. Samuel Huntington ha indicado que “Por primera vez en la historia, la política global es a la vez multipolar y multicivilizacional (…) el equilibrio de poder entre civilizaciones está cambiando. Está surgiendo un orden mundial basado en la civilización; las sociedades que comparten afinidades culturales cooperan entre si; los esfuerzos de hacer pasar sociedades de una civilización a otra resultan infructuosos; y los países se agrupan en torno a Estados dirigentes o centrales de sus civilizaciones”.
Tomando esta pauta, compartiendo la descripción con matices, el gran orientan argentino Alberto Methol Ferré desplegaba: “Hay nueve o diez grandes círculos histórico-culturales en el mundo (…) y podríamos acordar con Huntington la existencia de un Occidente dividido en cuatro bloques culturales principales: Europa Occidental, Rusia, Estados Unidos-Canadá y América latina”.
Methol añadía: “Puede establecerse un Oriente con cuatro variantes: China, India, Japón, Sudeste Asiático y un mundo gigantesco intermedio, que penetra en ambas direcciones, el musulmán, con distintas variantes. Para Huntington, cada círculo cultural tiende a tener su Estado Nuclear”.
De los espacios mencionados, realzamos nosotros, sólo América latina carece formalmente de un Estado Nuclear. Sin embargo, y esto lo sabe el Norte que intenta desestabilizar continuamente el proceso articulado del Unasur, entre Brasil, Argentina y Venezuela están en condiciones técnicas, económicas y políticas de resolver esa cuestión.
Con este panorama mundial, el camino integrador suramericano es, tal vez, el más armónico, equilibrado, y por eso potente del planeta, aunque en su seno ningún país emerja en si mismo como “potencia” a la vieja usanza. A solas, ni siquiera Brasil. Pero el conjunto denota un rumbo de intereses, concepción y acción tal, que puede señalarse como cultura común.
Ahora bien, aunque los Estados Unidos buscan meter mano en los eslabones débiles –Honduras, Paraguay- el vigor de la unidad les viene impidiendo quebrar la tríada mayor. El sostenimiento de gobiernos nacional populares en esos tres grandes países latinoamericanos resulta determinante para la futura configuración del Estado Continental que nos permita Ser.
Como apunte, cabe recordar que los dos autores citados evaluaron, una década atrás que la decisión de México de “cambiar” su identidad latinoamericana por la norteamericana (lo plantearon en estos términos) era un grave error que traería consecuencias. Y allí está un México en descomposición mostrando los resultados dramáticos del camino escogido.
Por estas horas, en Teherán, se puede observar cómo la recomposición inteligente de Irán le ha permitido asumir un rol contenedor y orientativo de la región más caliente, y le ha proporcionado la ocasión de efectuar acuerdos prácticos en relativa equidad de condiciones con espacios colindantes como Rusia y China.
El poder bélico –indudable- de los Estados Unidos ya no puede disponer a gusto de territorios y bienes. La propaganda “democrática” no incide, ante las evidencias, más que en medios y dirigencias muy imbricadas pero con cada vez menos capacidad de arrastre. El reparto de poder concreto también ha devenido en una variedad conceptual apreciable; cada zona piensa lo que le beneficia pensar.
Y aunque nunca estuvimos tan cerca de una Guerra intercontinental equilibrada, es decir salvajemente destructiva, pocas veces la irresponsabilidad del Norte estuvo condicionada por la madurez de quienes, aquí y allá, se saben – sienten protagonistas del futuro. ¿Para qué romper un planeta sobre el cual, más tarde o más temprano, vamos a tener influencia?
Se reúne nuevamente el Movimiento de Países No alineados. ¿Qué pensarían Nasser o Perón si, tras aquellos dramáticos momentos de la avanzada israelí en el último lustro de los 60, y del golpismo estadounidense en el primer tramo de los 70, pudieran ver esta relación de fuerzas?
Trabajaron por este equilibrio, predicaron este futuro; sufrieron la ausencia de las variables presentes, propia de todo andar prematuro. Pero, un puñado de décadas después, lo están logrando.