
Por Carlos Aira, enviado de Radio Gráfica en la Copa del Mundo Rusia 2018
Comprender Rusia es adentrarse en el dolor. Un pueblo que ya no llora sus muertos y guerras. Hay un refrán ruso que dice «las lágrimas no remedian el dolor». Tal vez sea cierto para un pueblo que en un siglo perdió más de cincuenta millones de sus hijos.
La Gran Guerra Patria a sido determinante en el acervo de esta nación. Pasados 73 años de la capitulación nazi, en cualquier negocio, coche o casa luce orgullosa la calcomanía con los colores naranja y negro, símbolo de la victoria por la subsistencia como pueblo.
Hoy, los monumentos se erigen monolíticos en todas las ciudades, más aún en las trece ciudades consideradas heroicas: Moscú, San Petersburgo (Leningrado), Minsk, Kiev, Smolensk, Mursmark, Odessa, Sebastopol, Brest, Tula, Novossibirsk, Kerch – y obviamente – Volgogrado (Stalingrado).
La cobertura de Radio Gráfica me llevó a tres de estas ciudades heroicas. Cada una de ellas, con un monumento tan inmenso como especial.
Leningrado estuvo rodeada desde fines de 1941 hasta febrero de 1944. En ese tiempo, la ciudad perdió un millón de habitantes en el llamado Sitio de Leningrado. El ejército alemán había rodeado la ciudad, sometiendola a un bombardeo constante y agotandola de recursos. Finalmente, en el invierno de aquel 1944 se rompió el cerco. En el mismo lugar físico donde avanzó el ejército Rojo para recuperar la ciudad se erige el Ploshchad Pobedy (Parque de la Victoria).
Un círculo inmenso de columnas se hunde sobre la avenida Moscú. La sinfonía Leningrado suena eternamente junto a las sobrecogedoras esculturas que dan cuenta del horror. El círculo – sinónimo del Sitio – está partido en el lugar donde ingresaron las tropas soviéticas. En el cenotafio existe un museo donde se puede dar cuenta de la dura vida que le cupo a los btres millones de rusos que vivían en la ciudad.
La capital Moscú tiene su Parque de la Victoria. El inmenso remanso verde está ubicado en la colina Poklonaya, uno de los puntos más altos de la ciudad.
1441 fuentes de agua dan la bienvenida a un obelisco de 144,10 de alto, homenajeando los 1441 que duró la guerra entre el 22 de junio de 1941 y el 9 de mayo de 1945.
Las familias recorren el parque despreocupada mente. No le dan la connotación dramática de los ojos foráneos: es parte de su vida. Todos los rusos tienen algún muerto en la Guerra. Me siento a apreciar la majestuosidad del parque. Las familias caminan despreocupadas, los chicos en patines. Una pareja se saca la foto de bodas junto al cenotafio principal.
En los alrededores del parque se puede apreciar material bélico de aquellos días, pero adentro del inmenso museo es imposible dejar de estremecerse ante la obra Dolor: una madre que abraza a su hijo muerto. Desde un supuesto cielo, caen dos millones de pequeños cristales en forma de lágrimas.
Pero nada se compara con Volgogrado. Allí, entre agosto de 1942 y febrero de 1943 se combatió la batalla más cruenta que la humanidad recuerde: más de dos millones de soldados perdieron la vida en una bisagra de la Segunda Guerra Mundial.
Volgogrado es árida y despareja. Nos recibió con infernales 45 grados. Las calles, en su mayoría están rotas y es difícil encontrar un parque que tenga el cuidado de otras ciudades rusas. Pero no importa. Junto al Volgogrado Arena se alza la colina Mamayev Kurgan donde se alza la estatua más alta del mundo. La Madre Patria llama!. Así bautizaron a esta escultura de 85 metros de alto que domina la colina donde se desarrollaron los combates más sangrientos de un guerra infernal.
Volgogrado aún vive la guerra. No en las edificaciones, ya que no quedó casi nada. Tan solo una pequeña porción de la Casa de Pavlov, un edificio que resistió heroicamente cada avanzada nazi y es otro símbolo de la ciudad. En esta ciudad caucasica, las estrellas rojas con la hoz y el martillo junto a la cinta naranja y negra están a la orden del día en todos los ámbitos. La lucen orgulloso grandes y niños.
Comprender a un pueblo es adentrarse en su dolor. Reitero, un dolor sin lágrimas. Solemne, pero de pibes sonrientes conocedores de su historia.