
Por Axel Ancira (*)
A un mes y algunos días de la jornada electoral en México que podría significar la ruptura del régimen neoliberal, y el primer gobierno de orientación izquierdista en 80 años, se desata un intento desesperado por frenar al candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, también conocido como AMLO por sus iniciales. En el pasado debate electoral, el candidato José Antonio Meade, del Partido Revolucionario Institucional (PRI) acusó a López Obrador de querer llevar a una secuestradora a ocupar un escaño en el congreso. Pero para entender esto, debemos remontarnos al diciembre pasado, cuando el candidato de Morena dijo en un mitin en el estado de Guerrero, que al llegar al poder buscaría todas las alternativas para detener la cruenta guerra que se vive en México por el enfrentamiento militar de las fuerzas armadas con grupos del crimen organizado. Para ello –dijo¬– sería incluso necesario pensar en una amnistía. En ese momento, los medios de comunicación hegemónicos y los comunicadores del sistema vieron en la declaración una oportunidad de confundir a la opinión pública, y promulgaron a los cuatro vientos que eso confirmaba que Obrador tenía narcotraficantes en sus filas, y que iba a sacar a los secuestradores de las cárceles.
El candidato Morena, López Obrador, se refería –en concreto– a que no se usará el poder del estado para perseguir a los campesinos más pobres del país, que por acción u omisión pudieran estar involucrados en el millonario negocio del tráfico de drogas –negocio sostenido por el enorme mercado en Estados Unidos– y del cual, caen algunas migajas a los productores de la región más pobre del país, en donde muchos campesinos han tenido que sobrevivir entre la amapola, el desplazamiento forzoso o la muerte por hambre y por la violencia de los cárteles locales. A ellos se refería y se dirigía Obrador cuando pensaba en una amnistía.
Pero la historia no termina ahí. José Antonio Meade (PRI) se encuentra en un lejano tercer lugar en todas las encuestas, con solo 17 puntos de intención de voto, por 30% del conservador Partido Acción Nacional que postula a Ricardo Anaya, y muy atrás de López Obrador, quien tiene entre un 45% y un 50% de intenciones de voto, según las principales casas encuestadoras. La estrategia de Meade es simple y llanamente ensuciar la imagen de López Obrador y del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena); para lograrlo, acusó de ser una secuestradora a una candidata del partido MORENA: justamente a la defensora de los derechos humanos Nestora Salgado… una especie de Milagro Sala de México. Y la comparación no es en absoluto forzada.
Nestora Salgado es una mujer del estado de Guerrero quien, como millones de personas en México, salió como migrante ilegal rumbo a los Estados Unidos. Ahí se convirtió en defensora de las mujeres maltratadas, de los migrantes y, en una activista de los derechos humanos. A su regreso a México encontró a su pueblo devastado, y se ocupó de organizar a la comunidad para garantizar el derecho la seguridad, la cual era frecuentemente amenazada por los narcos y por la misma policía estatal, la cual estaba bajo la nómina de los traficantes. Era cuestión de tiempo para que las acciones en defensa de su pueblo tocaran los intereses del caciquismo local del PRI, –tal como ocurrió con Milagro Sala en Jujuy– por lo que Nestora Salgado fue enviada a prisión. La estrategia consistió en un caso fabricado y testigos aleccionados para que declararan en su contra. Si el “delito” de Milagro fue demostrar que el pueblo puede organizarse para mejorar su calidad de vida, el delito de Nestora fue el de demostrar que el PRI es un narcogobierno. Nestora y Milagro: ambas de origen indígena, las dos reconocidas como presas políticas por organismos internacionales.
Tras años de la humillación de permanecer injustamente presa, Nestora fue finalmente liberada por falta de pruebas en su contra, como deberá ocurrir finalmente con Milagro Sala.
Hoy, el tecnócrata José Antonio Meade busca repuntar treinta puntos en las encuestas y su estrategia es la persecución de luchadores sociales. Se burla de los Acuerdos de san Andrés –firmados con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)– (en los cuales el Estado se comprometió al respeto de las formas de organización de los pueblos originarios de México), cuando persigue a las policías comunitarias, fundamentadas en los derechos de los pueblos a la autodeterminación.
Al inicio de la campaña, José Antonio Meade quiso escapar a la mala fama del PRI, presentándose como un candidato sin partido, pero no tardaría ni dos meses para demostrar que trae los genes del PRI de Díaz Ordaz que mando a matar a los estudiantes mexicanos en Tlatelolco en el año 68, los de Echeverría que trabajaba para la CIA en labores de contrainsurgencia en América Latina, de Salinas de Gortari que ordenó al ejército aplastar a los grupos indígenas de Chiapas (El levantamiento del EZLN), los Ernesto Zedillo que envió a sus paramilitares a matar mujeres indígenas en una iglesia (Caso Acteal), o del mismo Peña Nieto que ordenó al ejército asesinar y desaparecer a los 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa. Cabe recordar, que Peña Nieto, antes ya había desatado su lado más sádico al tomar militarmente ¬ una población a pocos kilómetros de la ciudad de México, como castigo a las luchas contra la construcción de un aeropuerto sobre las tierras de los campesinos de San Salvador Atenco, con un operativo que incluyó la violación masiva de las mujeres del poblado. Este aeropuerto está siendo cuestionado por el candidato López Obrador, pues la corrupción en los contratos podría ser únicamente comparable con el caso Odebrecht.
En resumen, se trata del mismo PRI que hoy persigue a una luchadora social con el poder judicial y cualquier parecido con la realidad argentina, no es mera coincidencia. El PRI y el PAN son dos cabezas del mismo dinosaurio que deberá desaparecer el 1 de julio si se respeta la voluntad popular. ¿Obrador o fraude? La moneda está en el aire.
(*) Periodista mexicano