
A pocos días de emprender una nueva gira por Francia y España, Osvaldo Peredo visitó Queda la palabra, acompañado por Charly Lista, quien -además de organizar las presentaciones del cantor en Europa- está filmando un documental sobre nuestro tango, que lo tiene a Peredo como protagonista. En una charla que nos dejó con ganas de mucho más, el maestro habló de sus grandes pasiones: el tango y el fútbol.
“De pibe, jugaba bien al fútbol, llegué a debutar en la tercera de San Lorenzo, pero largué y, ahí no más, me enganchó el canto… ¡y el tango! ¿Quién se podía “salvar” del tango en la década del 40? ¡No había ningún antibiótico!” dice Peredo, y rememora aquellos años de su infancia y adolescencia, cuando se estrenaban los tangos que, con el correr de los años, serían los clásicos del género.
Dueño de una voz y de una manera de decir precisa, Osvaldo Peredo transmite como nadie la historia que cuenta en cada tango; sin necesidad de exageraciones gestuales ni vocales, logra que quien lo escucha preste atención a la letra y, durante esos tres minutos, suspenda la incredulidad. Con toda justicia, sus colegas lo llaman cantor escuela, y es que Peredo se ha transformado en un puente generacional, permitiendo a los más jóvenes la posibilidad de tener a mano a un intérprete de la misma raza que Floreal Ruiz, Roberto Goyeneche, Edmundo Rivero y tantos otros. «A mí me gusta más el tango que la música» – dice Peredo -.
Es tan grande el tango que, aún hoy, después de tantos años de escuchar y de cantar tangos, sigo descubriendo el sentido de algunos versos”. En la charla, no podía estar ausente Carlos Gardel: “Fue el mejor, el que inventó todo, el más completo” se entusiasma Osvaldo Peredo. Y bromea: “Yo lo odio cuando lo escucho cantar… Es perfecto. Todas las noches, antes de dormirme, escucho a Gardel, para ver si aprendo algo”. Además de la conversación, que nos dejó con ganas de mucho más, los oyentes del programa pudieron disfrutar de un par de extraordinarias interpretaciones de Osvaldo Peredo: “Tormenta” (Enrique Santos Discépolo) y “Cosas olvidadas” (Antonio Rodio y José María Contursi”.
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