Se hace imposible escribir esta columna hablando de lo que más desearíamos, es decir el juego, sus aristas y lo que dejaron los partidos de esta nueva fecha del Campeonato 2016-2017. Pero el fallecimiento de Emanuel Balbo en el estadio Mario Alberto Kempes impone la reflexión al respecto antes que otras cuestiones.
¿Culpa del fútbol?
La narración de Lucas Ortega, amigo de Balbo y testigo del suceso, indica que el agresor Oscar «Sapo» Gómez buscó intencionalmente a Balbo para iniciar la paliza que terminó en homicidio. Asesino y asesinado se conocían previamente porque Gómez ya había matado en una ‘picada’ automovilística al hermano de Balbo, y en consecuencia la familia Gómez tuvo que mudarse de barrio tras el episodio.
Recapitulemos. Una muerte a causa de la irresponsabilidad de un juego temerario. Un asesino que no asume su culpa. El sistema judicial que no da castigo ni consuelo. Enemistad entre familias porque no hay mediación legal que sane las heridas de una manera racional. La ley de la jungla, el fuerte por encima del débil, instalada en Argentina en 1976 y no mitigada durante el gobierno popular de 2003 a 2015.
En este aspecto no hay nada específico del fútbol, sino que justamente no es la violencia del fútbol sino la violencia en el fútbol, instalada allí como se ha instalado en diversos niveles y ámbitos de la sociedad. Gómez podría haber asesinado con la ayuda de una patota a Balbo en otro ámbito si se daba la ocasión. Lo podría haber matado en un local bailable, lo podría haber hecho en un bar. Violencias como esta son corrientes hace décadas, y no se limitan a los sectores medio bajos y bajos de la sociedad. Los sectores enriquecidos también ejercen su violencia cuando juegan con la estabilidad laboral como método de disciplinamiento de sus trabajadores, o cuando vacían empresas y crean las condiciones para que aflore la marginalidad.
Falsa bandera
Hay sin embargo un matiz donde sí aparece lo futbolístico. Dentro del marco que acabamos de describir se inserta la identificación ‘a muerte’ con los colores del club. La descomposición de la sociedad lleva a que la genuina pasión de los hinchas por el equipo que han elegido, se convierta en una suerte de guerra. Al Sapo Gómez le bastó señalar a Balbo como hincha de Talleres para que éste fuera linchado en la tribuna. Pudo valerse de la idea según la cual el hincha del cuadro rival es un blanco de ataque y destrucción para escudar su responsabilidad en un crimen previo con un nuevo crimen.
El problema es el facilismo y el cortoplacismo que supone a raíz de la muerte de Balbo volver a la carga con proyectos de suspensión del fútbol, de sectores de estadios, de prohibir el ingreso de hinchas, etcétera. No basta la evidencia de que prohibir a los hinchas visitantes no soluciona nada. En lo que hace al fútbol la solución pasa por ir a fondo contra el sistema cómplice de barrabravas y dirigentes, y aún así debe hacerse con el cuidado de no generalizar ciegamente.
Toda solución es parcial e insuficiente en tanto no se actúe para ponerle fin a las mayores violencias e injusticias de nuestro país. Cortados los males de raíz, el fútbol seguirá la marcha general y se librará de las lacras que manchan su condición específica de entretenimiento deportivo y cultural, como lo hizo en gran medida cuando la Argentina salió de la violencia semirural que se encontraba en la sociedad y también en el fútbol desde 1910 hasta 1945, y en la que volvió a caer a partir de 1976.
Mañana hablamos de fútbol. Hoy paramos la pelota.
Martín Gorojovsky – Abrí la cancha
MG/RG/GF