Por GABRIEL FERNÁNDEZ *
(¿Porqué insisto con el fútbol? Varios pensarán “porque te gusta”. La certeza de la réplica no invalida el centro de la temática. Es que la cuestión transparenta como pocas el sentido de la inversión estatal y el debate en derredor del “gasto” al cual son tan proclives los liberales de las más variada especie. Y voy sobre el fútbol porque el mismo contiene factores que, pese a esa transparencia, lo convierten en foco ideal para que el arrasamiento económico oligárquico se pueda desplegar con el respaldo de los ajenos y la indiferencia de los propios.)
Este juego, quizás por una mixtura racial única, tal vez por azar, seguramente por el surgir de maestros en el origen, ha hecho más que pie en la Argentina. Es así: contamos con la materia prima más talentosa del mundo, aseveración concreta y compartida, apenas, con un par de países. Esa materia prima, nuestros pibes, al transitar por diez años de formación técnica y táctica, asentada en buena alimentación y control adecuado de la salud, se convierte en producción con valor agregado. Es decir, el fútbol es una gran industria cultural.
Si sólo gustara aquí, la frase sería relativa. Pero como agrada en todo el planeta (los EEUU no saben cómo hacer para insertarse en el negocio), resulta el espectáculo más convocante y el mayor generador de recursos del mundo. En los tiempos recientes ha devenido en un torneo local hipercompetitivo que ha originado miles de puestos de trabajo, actividades sociales intensas de los clubes, productos de exportación. Y que ha originado pasiones mucho más allá de nuestras fronteras. Con lo que ello implica en televisación, publicidad y reconocimiento para creadores de humilde origen local.
Pensamos por tanto que la inversión de mil millones de pesos por parte del Estado, como se ha registrado periódicamente durante el ciclo Fútbol para Todos, es razonable y reducida en comparación a los beneficios económicos, sociales y culturales en que desemboca. Es una suerte de lógica promoción industrial realizada por una administración que observó lo existente, evaluó las ganancias y actuó en relación a la ecuación costo y beneficio. Hubiera sido explicable que ligas con menor caudal primario –EEUU, España, Inglaterra, Qatar- presionaran a nuestro país para que no haga “pata ancha” en este rubro. Lo “inexplicable” es que desde el mismo Estado se desarme esta iniciativa que sólo ofrece logros.
Ahora bien, el asunto se torna peliagudo porque entre los propios el prejuicio se desplaza en el tiempo como hace décadas atrás. Progresistas, izquierdistas, pero también innúmeros peronistas, creen inocultablemente que el fútbol es una variante del opio de los pueblos, que cooperó con la dictadura, que atosiga pantallas para no hablar de “lo importante” y que ese dinero carece de sentido porque debería invertirse en los consabidos espacios de salud y educación. No visualizan que el fútbol, en estas condiciones y en esta región, es una industria cultural. Y que como toda industria que rinde sus frutos, merece protección por parte del Estado, para beneficiar a toda la comunidad. No sólo a los que juegan o ven fútbol.
Es más sencillo lograr adhesiones si se hace referencia al teatro, al cine o a la música. Ahí late el concepto de “alta cultura” en detrimento de un montón de morochos corriendo en pantaloncitos tras un balón. Sin embargo, los resultados no son proporcionales. Y esto no quiere decir que no respaldemos todas las exigencias planteadas por el mundo de la cultura para que el macrismo cese con los ajustes; sólo significa que el fútbol, en tanto espectáculo de dimensiones ciclópeas, está en nuestras manos en todos los pasos que lo configuran y que su cuidado para el usufructuo local es, también, una acción soberana.
Desde hace años hemos advertido sobre ese sentir liberal “propio” que se inserta de muchas maneras en el debate público. Porque cuando el decir elitista percibe que queda mal ante sectores afines, se reconvierte en debate estético. Y aparecen quienes afirman “es que ahora se juega mal, fútbol era el de antes”. La observación desmañada e incomprobable reúne en la palabra “antes” unas siete décadas, al menos, de fútbol en la Argentina y desmerece el presente, lo cual es una nueva vuelta de tuerca al criterio de “che, para qué vamos a invertir tanto en eso”. Ni es tanto, ni el fútbol es apenas “eso”.
No vamos a reincidir ahora en una discusión táctica, técnica y física; en breve saldrá publicado un artículo al respecto en Conexión titulado “La histórica polémica entre el presente y el ayer” y nos vamos a zambullir en el asunto. Por estas horas, nos interesa realzar la cuestión porque somos conscientes de estar viviendo un tramo en el cual se tira por la borda uno de los factores económicos, sociales y culturales más valiosos de nuestra patria, pero se supone que “no es tan grave”. Sin embargo, Macri, Magnetto, Turner, Fox, Espn y tantos más sí saben de su importancia. Conocen de qué se trata, entienden cuánto vale y sonríen ante lo que se están quedando.
El desarrollo que hoy visualiza quien deja de lado el prestigio del prejuicio y la bruma del recuerdo para atisbar la realidad, ha desembocado en la producción de jugadores más importante del planeta. Divisiones inferiores bien alimentadas y bien entrenadas, primeras y reservas ultraexigidas y con respuesta para situaciones variadas. En todo esto, la inversión estatal sobre el fútbol en la última década, merece estimarse satisfactoria: insertó dinero en el mercado interno y a cambio, generó un alto nivel de espectáculo con valor agregado y capacidad exportadora. Hay funcionarios que están siendo juzgados como delincuentes por semejante acierto. Y un gobierno que entrega ese capital argumentando que el país no puede “gastar” dinero en el fútbol.
• Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.