marzo 24, 2025

La ley y el dinero, los últimos bastiones contra la libertad del arte

Por Agustín Montenegro*

A lo largo de la semana, las repercusiones por el caso Katchadjian-Borges/Kodama también han engordado, partiendo desde el grupo de Facebook en apoyo a Pablo Katchadjian y el sitio web Infojus llegando hasta las páginas de The Guardian, en el Reino Unido. Desde nuestra columna del 22/6 intentamos delinear algunas cuestiones generales a la hora de entender qué sucedió: allá por 2011 el autor publica su “El Aleph engordado” en su pequeña editorial (Imprenta Argentina de Poesía), haciendo una tirada de 200 ejemplares que distribuye gratuitamente y vende por la módica suma de 15 pesos. La pauta: saturar, agrandar y reescribir “El Aleph” agregando sus propias palabras entre las de Borges. Una posdata al final del cuento aclara que allí dentro está la obra de Jorge Luis. En ese momento es que María Kodama inicia una denuncia contra Katchadjian por violar el derecho a la propiedad intelectual. Si bien fue sobreseído, Kodama apeló y Casación decidió que hubo plagio, determinando un embargo de 80.000 pesos para Katchadjian quien, además, puede enfrentar una pena de prisión.

La obra de Katchadjian es un catalizador para revisar los varios actores y problemas mezclados en todo el asunto. Cabe destacar que el autor trabaja con estas operaciones estéticas en el centro del canon literario, y que no tiene ninguna importancia si la obra es de buena o mala calidad: de hecho, una de las tristes consecuencias de esto es que se opaca la discusión literaria. Pero vamos a los otros elementos del caso, que han trabajado ya varios periodistas y colegas:

1. Borges: Es, fue y siempre será (aunque quieran impedirlo) un lindo problema. En este caso, lo es porque el mismo Jorge Luis construyó su propia institución literaria desde la escritura como forma de lectura, Pablo Gasloli (1), en la revista Mancilla, rastrea los casos de intertextualidad en la obra de Borges (un préstamo calcado del viejo Don Juan Manuel en “El brujo postergado” y una relación intertextual entre La Araucana de Don Alonso de Ercilla y Zuñiga… y “El Aleph”). Y allí podemos dejarlo, pero agregaremos el caso que Katchadjian citó para su defensa: la ocasión en que un escritor salvadoreño, Menéndez Leal, que fue “delatado” por un amigo de Borges, tras haber escrito un prólogo con frases falsas suyas y, para peor, con su firma. Jorge Luis, lejos de ofenderse, le envía una carta de felicitación a Menéndez Leal. Por otra parte, ensayos de Beatriz Sarlo y Alan Pauls, entre otros, abordan la obra de Borges en esta dirección.

2. Kodama: La personalización siempre es un riesgo. Al fin y al cabo, personalizar la obra de Borges en un individuo único, institucional e intocable es la operación que hace su viuda y en parte la que trae estos inconvenientes. Y, sin embargo, nadie que aborde el problema puede evitar percibir y comprobar la animosidad de Kodama con el mundo, y viceversa. En entrevista con Hernán Iglesias Illa (2) en 2012, Kodama comienza hablando pestes de Bioy Casares (“Es el Salieri de Borges”; lo que implica, otra vez, una sustracción, un robo o una fagocitación de un artista superior por parte de un “desecho humano”) para terminar hablando muy bien de ella y muy mal de todo el resto del mundo. Su denuncia previa contra Agustín Fernandez Mallo (autor español que propuso El hacedor (de Borges), ‘Remake’) demostraba a las claras que Kodama se erige como la custodia infranqueable de una obra que, al parecer, pretende dejar morir en la invisibilidad de las vidrieras. La entrevista de Illa es sintomática: mientras que Kodama piensa que ha sido puesta en el mundo con el “deber terrible” (una fórmula solo utilizada por superhéroes taciturnos) de custodiar la obra de Borges, el mundo ya se ha dado cuenta de que, en realidad, hemos sido bendecidos con su presencia para recordar que en democracia todavía existen áreas de resistencia contra la libertad total y absoluta del arte.

3. La intertextualidad: Este es el problema literario que subyace a la discusión, y que ya había sido puesto sobre la mesa de los fanáticos de la legislación literaria con el caso de Sergio Di Nucci y su Bolivia construcciones. En aquella ocasión, Jorge Panesi había expuesto concisamente que nuestra tradición, con El juguete rabioso, instaura el problema de la propiedad, la expropiación, el robo y el incendio de la literatura, en el centro de la discusión. La intertextualidad es un procedimiento artístico amplio y complejo, que puede ir desde una parodia lineal hasta el cruce, el préstamo, o la intervención de un texto por otro. Los ejemplos son infinitos: dos de mis preferidos son Una tempestad de Aimé Césaire, con un Calibán en proyecto negro-revolucionario martiniqués que se inscribe entre la multitud de reescrituras de La tempestad del más que conocido Guillermo Shakespeare, y Leónidas Lamborghini, quizás no porque lo disfrute excesivamente, sino porque es el ejemplo, por excelencia, de la obra monumental que puede resultar de la reescritura, la multiplicación y la intervención de otras obras. Leónidas ha reescrito obras como el Martín Fierro o La razón de mi vida, reflexionando constantemente sobre la relación entre el poeta y la tradición, en la estela que otro poeta (un tal T.S Eliot) ya había marcado. Desde las vanguardias de los años 20, desde Marcel Duchamp y James Joyce, la intertextualidad es un procedimiento artístico casi popularmente conocido. Hay casos de intertextualidad en Cervantes, en el propio Shakespeare, y en textos medievales.

4. La ley, la guita: No sería un mal proyecto de vanguardia reclamar creatividad estética para los procedimientos legales. Al fin y al cabo, las crónicas sobre el proceso de Katchadjian nos entregan perlitas tales como la de un fiscal requiriendo que se distingan las tipografías de “El Aleph” de Borges y del engorde de Katchadjian (3), y la del propio autor teniendo que explicar procedimientos artísticos a personas que, lamentablemente, se rigen por otro tipo de leyes. Pero el problema central que Kodama deja al descubierto es lo importante: la ley y el dinero son los dos últimos bastiones de resistencia reaccionaria contra lo que debería ser el motor libertario de la vida: el arte. Las motivaciones del dinero y un uso abusivo de las leyes de propiedad intelectual son las únicas instituciones que pueden obligar a modificar o a restringir una obra artística en un sistema democrático occidental como el actual. Obviamente, hay otros métodos ilegales que se emplean y se seguirán empleando contra obras que molesten a los poderes de turno en cualquier lugar del mundo (el cajoneo, el ocultamiento, etc.). Sin embargo, es notorio que el peso de la ley pueda caer sobre un autor experimental que vende por 15 pesos los pocos ejemplares de su obra, cuando los derechos por la obra del gran Jorge Luis se venden por 2 millones de euros a Random House Mondadori (fusión de la alemana Random House que adquiere a la italiana Mondadori y que luego se fusionaría con la inglesa Penguin). En conversación con Ñ al momento de adquirir los derechos de Borges (2010), Pablo Avelluto, director de Random House Mondadori comentaba que “Borges es muy rentable (…) Hay títulos suyos que se reeditan constantemente, que se leen en los colegios (…) Es el típico regalo a un estudiante de Letras, por ejemplo, toda la gente que conozco ha leído a Borges de Obras Completas” (4).

Creo que los términos del problema están establecidos. De la intertextualidad a los derechos, la compra, la venta, las operaciones millonarias, las fusiones empresariales, los deberes del márketing bien hechos. De lectores a targets, de potenciales productores de lecturas a potenciales compradores de una obra cuya heredera se empeña en anquilosar. No sea cosa que Borges deje de producir y multiplicar el dulce cash, y vuelva a producir y multiplicar literatura nuevamente.

* Literatura en Punto de Partida

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