febrero 19, 2025

Escenas del capitalismo decadente

Escenas del capitalismo decadente

image001“¡Viva la muerte!”, grita Carlitos, el equívoco lugarteniente del sr. Gurt. Al probo Presbítero no le dan las cuentas: la adoración del Señor cada día es menos rentable, mucho más en contextos de guerra. Gurt reflexiona en su sillón, jugueteando con un arma cargada. Su rostro no es el de un magnate de la industria bélica, sino más bien el de un espíritu decadente repleto de conflictos.  Mariana, la analfabeta “concubina de lujo” del Rey del Hierro, está sumergida en lúbricas relaciones con el lugarteniente y con René, el obrero revolucionario. Toda la cadena, obrero, capataz y patrón, se pierde entre las piernas de Mariana, verdadera protagonista de esta historia. A esa cadena añora sumarse Ambrosio, el mayordomo jorobado que sueña con su propio negocio. Los sucesos comienzan a desencadenarse cuando Julio, hijo de Gurt y enemigo de su madrastra, fotografía uno de los varios adulterios circundantes. Ahí entrará el Presbítero, claro, para mediar entre la mujer fatal y el magnate, por una pequeña suma que ayude a la iglesia de San Eustaquio Mártir y haga la voluntad de Dios. Entre todos ellos, el Fauno diabólico y el Ángel de la ética rondan los oídos y las conciencias, tironeando de las voluntades.

La fiesta del hierro fue estrenada el 18 de julio de 1940, y su drama no es el del adulterio, ni necesariamente el de la guerra, sino el de las almas entre las ideas del bien y del mal. El Fauno recorre el escenario con movimientos sensuales y violentos: no reconoce sexo ni religión, ni otra cosa que no sea la seducción de las almas para corromperlas. El centro es, finalmente, Baal Moloch, el dios del fuego al que Carlitos planea hacer su homenaje en el aniversario de la fábrica. La fiesta, por lo tanto, no es solo ese momento único en el que se ritualiza la adoración al implacable dios, sino más bien una fiesta en todo sentido, en el más voraz y descontrolado sentido. En las cercanías del frío metal y de la muerte que conlleva, las personas se vuelven salvajes: la fiesta es del Fauno, también, y de algún dios de la voracidad.

En una misma puesta se construyen los distintos escenarios. Con luces y sombras se encuadra la acción: mientras el Presbítero hace los números en la sacristía, cerca de allí Gurt reflexiona en su sillón, sumergido en sombras. El árbol en el que Julio se esconde luego se convertirá en el ídolo que representa a Baal Moloch, con claras reminiscencias del Moloch de Fritz Lang en Metrópolis (1927).

La fiesta del hierro pone en escena la decadencia del industrialismo que sacraliza el fuego y esa suerte de sacrificio del hombre a las fuerzas demoníacas de la fábrica, monstruo de entrañas de fuego que todo lo traga. Y así, impone sobre el escenario el desbarranco moral, si se quiere, que representa esa unión entre modo de producción y estética futurista de raigambre más fascista.

El texto de Los malditos, por José Páez y Adrián Blanco, funde varios textos, frases, y conceptos de Roberto Arlt junto al argumento y los personajes de La fiesta del hierro, dando cuenta de recursos comunes a la poética de Arlt: la rapidez, la obsesión por la máquina y el futuro, la decadencia de una modernidad acelerada, cuya velocidad –esa es la palabra- arrasa también con los sujetos. La contradictoria falta de dioses y fe, esa “enfermedad metafísica” de la que hablaba el Astrólogo. Despué de un Rey del Hierro hay un Patriarca Prostibulario, como el Rufián Melancólico de Los siete locos.

Los malditos es una gran adaptación con un resultado devastador: una obra no apta para emocionables, no porque presente contenidos extremos o impresionables (y de hecho, la obra contiene varios gestos humorísticos) –no hay teatro del pánico acá. Sin embargo, el rostro de la decadencia y de la lujuria cuya aparición incita el Fauno puede llegar a impresionar a los por su volumen dramático. Y en eso están las grandes interpretaciones de todos sus participantes, y con un gran despliegue de Atina del Valle, una Mariana desbocada entre el hierro y la libertad, la codicia, la lujuria, y el romanticismo.

Rabiosamente contemporánea, Los malditos nos tiene diversas propuestas en su interior: nos propone un teatro clásico, nos propone la actualidad de los textos de Arlt, y nos pone violentamente en la escena lujuriosa de ese matrimonio sórdido, heredado del siglo XX, entre la muerte y el hierro.

Ficha Técnica:

Versión: José Páez y Adrián Blanco; Dirección: Adrián Blanco; Género: Tragicomedia; Duración: 90 minutos; Elenco: Atina del Valle,  Jorge Diez,  Claudio Pazos,  Marcela Jove,  Hilario Quinteros,  Francisco Oriol,  Julio Pallares,  Sol Janik,  Nayi Awada; Diseño de Iluminación: Leandra Rodríguez; Diseño de Escenografía: Marcelo Valiente;  Diseño de Vestuario: Marta Albertinazzi; Asistente de Vestuario: Analía Morales; Diseño Espacio Sonoro: José Paez; Músico: Carlos Ledrag; Asistente de Dirección  y Producción: Marina Kryzczuk; Producción: Adriana Pizzino; Fotografía y Video: ALZAGUÁN Cooperativa Audiovisual

Viernes y sábados a las 22.30 hs, en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543. Entrada $120.-// Funciones: a partir del 15 de agosto, todos los viernes y sábados a las 22.30 hs.

* por Agustín Montenegro – Columnista de Literatura de Punto de Partida

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