Por Carlos Aira (*)
En los últimos días se reavivó el debate por la historia profunda del fútbol argentino. El eje es tan estéril como chiquito: ¿Boca Juniors jugó en la B en sus comienzos? ¿River Plate disputó un campeonato de tercera división?. Como sucede habitualmente, nos quedamos con el chiquitaje de la historia. Por pereza intelectual o por llevar agua al molino personal de la gloria efímera. Un debate donde prevalecen curiosos escritorios y ascensos por decreto. Lo cierto es que seguimos sin discutir cuestiones profundas de nuestra historia futbolera. Es complejo analizar la historia sin contemporizar épocas. Pensar en amateurismo con lógica de estos días es una quimera, casi irreal. En aquellos días anteriores a 1931 también lo era. Con otros parámetros sociales, éticos y morales, propios de aquellos días.
Veamos. Entre 1891 – año en el cual se jugó el primer campeonato organizado por la primigenia Asociación del Fútbol Argentino – y 1931 hubo cuatro décadas de fútbol. Muchísimo tiempo. En ese tiempo existieron circunstancias definitorias y es imposible analizar la historia sin dar cuenta de ellas.
Nuestro fútbol recorrió diferentes etapas. Muchas de ellas muy poco investigadas por su historia oficial. Por ejemplo, la supuesta cuna británica del fútbol argentino. A un gringo llamado Alexander Watson Hutton se le atribuyó la supuesta paternidad del fútbol argentino. Fundador del English High School, cuna del mítico Alumni, alumbró un juego para jóvenes británicos en colegios británicos. Pero al mismo tiempo, por fuera de tan selectos claustros, miles de pibes argentinos ya jugaba fóbal. Días en los cuales la pasión se hizo carne en la patria profunda. No nacían sólo equipitos en la metrópoli capital, sino en todas las provincias y territorios nacionales.
El football fue británico hasta que no pudieron aguantarlo más. Cuando los morochos – hijos de aquella inmigración que era antihigiénica para los parámetros culturales de la oligarquía argentina – se hizo del juego, los británicos se retiraron. No sin antes sellar – y para siempre – su paternidad romántica de nuestro fútbol. Aprendida la lección, se quedaron con el rugby. Nuestro juego nació en los baldíos, en los yuyales cercanos a las vías de los trenes y frigoríficos. Fue enseñado, a fines del siglo pasado por ingleses de segunda que venían a laburar acá. ¿O se imaginan a los lords de los grandes clubes ingleses departiendo su sport con los morochos del puerto? No seamos ingenuos.
Si bien en el Reino Unido el football era profesional, los subditos de la corona británica en nuestras tierras no necesitaban de una remuneración para divertirse los fines de semana. En el nuevo orden, triunfante a partir del Centenario, cambió el mapa del fútbol porteño. Caerán en desgracia los clubes británicos. Serán tiempos de Racing Club, Boca Juniors, River Plate, Estudiantil Porteño, Estudiantes, Ferro Carril Oeste, Gimnasia y Estudiantes de La Plata, Huracán, San Lorenzo, Atlanta, Defensores de Belgrano. También de otros clubes que quedaron en el camino: Kimberley, Comercio o Floresta.
Los jugadores que surgieron de estos equipos tenían cuna proletaria. Producto del mestizaje de esta tierra. Muchachos que erigieron a Hipólito Yrigoyen, primer presidente popular de la República, en 1916. El fútbol tomará otra fisonomía. En aquellos días de la década del 10, el fútbol tenía enorme sabor a potrero y un profesionalismo larvado que era una realidad. Los hijos del pueblo no eran ingleses: tenían que laburar. Los jugadores cambiaban de club por empleos. En lo posible, en municipalidades. Los dirigentes se prodigaban en convencer a los futbolistas de continuar en sus equipos con remuneraciones económicas bajo la mesa.
En aquellos días también existió un cambio fundamental. Fue la Ley de Descanso Dominical, impulsada por el gobierno de Hipólito Yrigoyen. El mismo permitió que las masas populares pudieran hacerse presentes en las canchas de fútbol. El juego comenzó a llenarse de hinchas. En los años veinte existió un impulso tan silenciado como superlativo, porque ese pueblo que antes no tenía divertimento popular, mas allá del turf, se volcó definitivamente a los estadios para presenciar un espectáculo-entretenimiento llamado fútbol.
También hay que mesurar el sentido unitario del fútbol argentino. Pareciera ser que toda la actividad se desarrolló en la Capital Federal y Conurbano. No fue así. No podía ser así. En las provincias surgían futbolistas cobijados en clubes que crecían tanto en la faz social como deportiva. Pero todas esas instituciones (santafesinas, cordobesas, santiagueñas, tucumanas, mendocinas) estuvieron supeditadas a la lógica dirigencial porteña.
Hagamos un punto. En septiembre de 1919 se produjo el segundo cisma del fútbol porteño. La situación era muy tensa desde 1912. ¿Por qué? celos e inquinas. El detonante de la división más profunda nació en un partido de segunda división entre Vélez Sársfield y San Telmo. La sanción de dos jugadores velezanos desató seis años de recelos y envidias. La Asociación Argentina de Football, asociada a la FIFA, sufrió un profundo desgarro. La mayoría de clubes potentes formaron la Asociación Argentina Amateurs de Football. La asociación oficial, por falta de equipos, se vio obligada a ascender seis equipos a la máxima divisional. Algo tan lógico como fue en años anteriores el ascenso por decreto de mas equipos. El fútbol crecía y eran necesario más divisionales y equipos competitivos. Pensar en decretos y cuestiones similares son chicanas berretas, propias de la sesgada mirada de la Cultura del Aguante. Resultadista y pragmática.
En los años veinte el fútbol era profesional. En Héroes de Tiento (Ediciones Fabro, 2015), se puede leer un textual de prensa del año 1920 relacionado con la conformación del Club Atlético River Plate: “Jugador que busque debe ser modesto, no tiene que ser manguero. Vi a dos backs cuyos nombres me reservo y no me pidieron la Caja de Conversión de milagro. Lo he dicho y lo repito, yo no quiero mangueros“. El mismo libro confirma que en ese mismo 1920, el Club Palermo compró la plaza de Eureka en Primera División en forma turbia. Todo era dinero, poco había ya de amateur.
En la investigación del libro se puede leer como en 1921 una serie de empresarios quisieron profesionalizar la actividad futbolista. Existía una lógica: el campeonato Sudamericano disputado en Buenos Aires había generado una locura por el fútbol. Se vendían miles de diarios porque los hinchas estaban enfervorizados por la nueva pasión popular. Aparecieron los empresarios ligados al fútbol. Durante la década llegaran a nuestras canchas una docena de equipos europeos. No venían gratis. Barcelona FC, Chelsea, Real Madrid, Genoa, Roma, Torino, Plymount Argyle, Third Lanark entre otros, cobraron un excelente dinero para mostrar su fútbol mediocre en nuestras canchas. Los empresarios hicieron notables fortunas con la visita de cada uno de estos equipos. Ergo: existía una determinación económica que ordenaba el fútbol porteño.
A partir de 1925, los equipos argentinos también viajaban en largas giras internacionales. Pero La visita de los clubes internacionales frenaba la competencia local. Era una determinación económica de las asociaciones. El pueblo futbolero concurría en masa a ver estos enfrentamientos internacionales. El fixture de los campeonatos se resentía. Tantas fechas perdidas por partidos internacionales hacía que los campeonatos finalizaran al año entrante. Esto tenía relación directa con la voracidad económica de los directivos.
A su vez los campeonatos eran competitivos. En los años veinte prevalecieron los clubes que crecieron institucionalmente. Fueron tiempos de Boca Juniors y Huracán, en la AAF. Años de Independiente y San Lorenzo, en AAAF. Estos clubes no sólo formaban grandes equipos pseudo amateurs, sino también madera y cemento a sus estadios y sedes. Caso aparte para River Plate. En 1923 emprendió su salida de la Boca para llegar a Recoleta. Allí armó un club inmenso. Forjando lo que será, años después, la consolidación de su grandeza. En aquellos años veinte, más allá del descontrol de fechas, se vieron grandes equipos y campeonatos. Pero sobre todo, quedaba claro que habría un próximo proceso de depuración, y sobrevivirían los clubes con capital social y estructural. Mas pruebas para denostar la mentira del amateurismo.
En noviembre de 1926 se unificó el fútbol porteño. Se realizó mediante un lauro presidencial. El mismo separó clubes en categorías. Formalmente, nacía la B. También las castas: el presidente Alvear, aconsejado por dirigentes cercanos a la disidente AAAF, decretó los clubes que serían parte de esta nueva elite. Curiosamente, como parte de la letra chica del arreglo, subieron pocos meses mas tarde, otros cuatro equipos de la misma asociación a la nueva Primera División. También lograron que los equipos afiliados no descendieran de categoría, a menos que terminaran en el fondo de la tabla en dos temporadas. Ergo, en pocos años, el campeonato pasó a tener 34 equipos.
Para los años veinte era imposible pensar en amateurismo. Quien lo piense así, desconoce el fútbol argentino de aquellos días. Todos los jugadores cobraban. El debate era explícito. En Héroes de Tiento se puede leer una declaración de Juan Deibe, delantero de San Lorenzo, que en 1927 decía: “Los jóvenes de las clases acomodadas podrían actuar en las filas de los Amateurs y los humildes pueden y deben tener en el football la pauta de su porvenir“. Clarísimo, ¿No?. Nada quedaba del viejo fútbol. Una nueva burguesía, sin linaje ni cuna británica, había tomado el control. Hacia 1930 la situación se tornó imposible. El fútbol era un negocio tan grande que necesitaba un nuevo orden. Ya existía una elite. Fue la misma que en mayo de 1931, una vez que la cuerda se había tensado hasta romperse, decretó la creación de una liga paralela profesional. Nacía la Liga Argentina de Football.
El llamado Profesionalismo porteño no era otra cosa que una liga pirata. La misma no tenía asociación directa con FIFA. La misma se realizó con seis grandes equipos – que a base de grandes obras (River Plate) y títulos (Racing Club, Independiente, Huracán, Boca Juniors y San Lorenzo), dominaron el espectro de los años anteriores. Se sumaron los dos equipos platenses (Gimnasia fue campeón 1929 y Estudiantes, con aura de elitista club inmaculado). A su vez, otras nueve instituciones le dieron marco al campeonato: Platense, Argentinos Juniors, Vélez Sársfield, Ferro Carril Oeste, Talleres de Remedios de Escalada, Lanús, Quilmes, Tigre, Chacarita Juniors y Atlanta.
Vale decir que fueron los futbolistas, quienes habían perdido a partir de una curiosa reglamentación de 1929 cualquier tipo de derecho, quienes llevaron adelante el reclamo por sus derechos laborales. Se plantaron al dictador J.F. Uriburu y lograron la libertad de acción. Los Anarquistas: Juan Settis y Pablo Bartolucci (Huracán), Felipe Cherro (Sportivo Barracas) y Juan Scursoni (Ferro). Elos fueron los líderes sindicales. Aprovechando su empuje, los dirigentes crearon la liga paralela. Dicho sea de paso, recién en 1971, 40 años más tarde, los clubes – huelga mediante – los clubes reconocieron a los jugadores como trabajadores futbolistas. Antes no existió esa categorización laboral.
Si nos metemos en época, nada había cambiado mucho. Eran los mismo jugadores, los mismos escenarios, los mismos árbitros. Se comenzaron a contar los campeonatos desde cero porque era una nueva liga. Esta decisión fue tomada por los directores de las secciones deportes de diversos medios. Sobre todo El Gráfico. Ahí tenemos la razón por la cual durante más de ocho décadas, y sin mas explicaciones que un curioso profesionalismo, se borraron cuarenta años de historia anterior al 31 de mayo de 1931, lluvioso domingo en el cual se jugó la primera fecha LAF.
El gran debate que podríamos dar hoy es analizar las razones por las cuales no se federalizó el fútbol argentino en tiempos de Profesionalismo. Lo que conocemos como Campeonato de Primera División, o la A, no es otra cosa que el campeonato de Buenos Aires con invitados. Así lo determinó el orden porteño impuesto en 1931. Recién en 2016 se le dio afiliación directa a los clubes de las provincias que juegan Primera División y Nacional B. Pasaron 85 años.
Aquellos que plantean que no deberían contarse los campeonatos anteriores a 1931 porqué los futbolistas no se cuidaban, que jugaban luego de trabajar en otros lados o no practicaban más que una vez a la semana decir que con esa misma vara tampoco deberíamos contar los campeonatos de las décadas posteriores: mucho no había cambiado. El super-profesionalismo es propio de las últimas décadas. Las prácticas cotidianas de los fútbolistas de los años 80s, serían reprobadas en la actualidad. ¿En que quedamos? ¿Que parámetro profesional tomamos para contar o no campeonatos?
Otro punto es la B. El debate surge por la dicotomía de espanto y regocijo que genera a algunos que el Club Atlético Boca Juniors haya jugando en una categoría de ascenso. ¿No es lógico que en aquellos años en los cuales los clubes de barrio, en forma aluvional se sumaron a la AFA, obviamente compitieran en categorías de ascenso? La clave de este delirio hay que encontrarlo en 1931. Con la conformación de la Liga Argentina de Football (profesionalismo), Boca Juniors y River nacieron grandes e inmaculados (Al igual que los grandes de Avellaneda, San Lorenzo y Huracán). Por eso este dichoso karma del paso por el descenso en décadas anteriores: la historia oficial les borró, en gran medida, su vida anterior a mayo de 1931. Ahora nos sorprendemos, pero pensemos que en aquel 1931 nadie se hubiera horrorizado por sus pasos en el ascenso. Es más: era un escalón más en el crecimiento glorioso de los clubes.
El gran difusor de la historia del fútbol argentino se llama Pablo Ramírez. Reaccionario y liberal, dedicó su vida a la estadística del fútbol argentino y contar el fútbol que vio de niño. Nacido en 1926, su obra comenzó a plasmarse en El Gráfico y La Nación a partir de los años sesenta. Ramirez tomó como parámetro el cisma de 1931. Nunca llevó adelante las estadísticas anteriores. Ergo, lo anterior no fue digno de ser contado. Si hubiéramos tenido una historia oficial mas amplia, menos enciclopédica, con menos bronces y más realidad, no estaríamos discutiendo todo esto.
Entre nosotros. ¿Cual es el parámetro del profesionalismo? Desde 1931, en la primera división del fútbol argentino se han visto equipos impresentables. Clubes que han utilizado más de 50 jugadores en una temporada. Directivos que han priorizado competencias por sobre otras, una organización de campeonatos demencial. Hasta un torneo en el cual se han obligado a fusionar equipos e impedir competir a otros. Nunca se puso en duda que ninguno de esos campeonatos sean válidos. Lo anterior a 1931, si.
¿Pereza intelectual? ¿Cultura existista, rápida y berreta? De todo un poco. Todo esto se genera por la cantidad de campeonatos, copas, descensos y demás yerbas. Lo triste del caso es que se discute la estadística y no el contenido. La cantidad de campeonatos pero no lo sucedido. Con mucho orgullo puedo decir que los lectores de Héroes de Tiento agradecen encontrarse con historias que poco tienen que ver con la estadística y sin con la historia real de nuestro fútbol. Esa que la historia oficial nos viene negando desde siempre y que nunca está presente en los debates. ¿Por qué será…?
(*) Carlos Aira es conductor de Abrí la Cancha / autor de Héroes de Tiento (Historias del Fútbol Argentino 1920-1930) / La Señal Fútbol / Director de xenen.com.ar / Miembro del Colectivo de Dirección de Radio Gráfica.