El Campo, sus caminos, sus personajes oscos, sus súbitos cambios de clima, la mirada de “pueblo chico, infierno grande”, en donde en mayor o menor medida, todos tienen algo que esconder. Hay una tensión constante, una idea recurrente de que algo grave puede ocurrir. El tiempo transita la historia como un personaje más y se vuelve a escribir de manera constante. Hay dos voces que narran, una subjetiva, medida, involucrada emocionalmente con la historia y sus personajes y otra objetiva, en un tono cercano a lo testimonial. Esas voces son complementarias aunque haya una que prevalezca sobre la otra y prevalecer es la clave en esta narración.
La idea de descomposición aparece en varios planos. Hay una sociedad dividida, desbastada, hundida en su propia miseria. Hay cuerpos que se descomponen, personas que no soportan su propio peso, una identidad que se quiebra y otra que quiere resistir. La fuerza del paisaje omnipresente que todo lo tiñe, condiciona, subordina a quienes viven en él. El paisaje que sobrevive a esta descomposición, se alimenta de ella. El hastío, la sensación de que nada de lo que puede ocurrir va a cambiar el peso de una realidad que se vuelve absurda. Cuando todo parece consumido, tan solo la memoria que es siempre parcial, tramposa e incompleta, se convierte en un triste refugio de la verdad. La descomposición se apodera de todo, de la historia, de los personajes, de las voces, de un lugar y un tiempo que parece perdido en una Argentina reciente. Prevalecer es la cuestión, y no ser tan solo una sombra de lo que pudo ser, es por eso que la descomposición aparece como un destino fatal, único e irrevocable.
Hernán Ronsino, se presenta como una de las plumas significativas de la narrativa contemporánea argentina, cuenta una historia de campo con un estilo ajeno a las convenciones del género y una morosidad que lo diferencia de muchos de los escritores de su generación. Una nueva voz para tener en cuenta.
* Fernando Infante Lima – Feos, Sucios y Malas