
Por Axel Ancira *
Terminaron las campañas en México y es tiempo de la jornada electoral que definirá al nuevo presidente. Desde el miércoles los candidatos debieron guardar silencio, pero antes sus cierres de campaña dijeron mucho por sus discursos y por lo que podemos leer de ellos.
Ricardo Anaya del conservador Partido Acción Nacional cerró en el norteño estado de Guanajuato, histórico bastión conservador. El abanderado de la candidatura en alianza con el Partido de la Revolución Democrática (el cual supuestamente defiende una agenda de izquierda) se mostró extraviado y repetitivo, sin demasiadas ideas, y su principal argumento fue el llamado al voto útil contra López Obrador, y un intento desesperado de convencer a la opinión pública de que es él quien está en segundo lugar en las preferencias. Anaya sencillamente quedó desdibujado de la campaña, tras las acusaciones de corrupción que lo vinculan con lavado de dinero.
Seiscientos kilómetros más al norte, en Saltillo, una población de solo 800 mil personas, el candidato del oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI), arengó que piensan ganar la elección “haiga sido como haiga sido”, funesta frase que remite al 2006 cuando el candidato del PAN Felipe Calderón Hinojosa obtuvo el triunfo en unas apretadas elecciones presidenciales que para muchos fueron fraudulentas, y que desataron una crisis de gobernabilidad.
Ese fue también el inicio de una ola de violencia relacionada con los cárteles del narco, la cual continúa hasta el día de hoy. Más de 120 personas relacionadas con el crimen organizado han muerto en el proceso electoral de 2018, lo cual ha sido interpretado por analistas como la “elección” del crimen organizado, que ya habría palomeado y enmendado la lista de candidatos –principalmente a presidentes municipales– mediante una macabra metodología: asesinar a los opositores, permitir vivir a los aliados.
Es en este contexto que el PRI lanza la amenaza de ganar la elección “de cualquier manera”, y eso también explica el porqué el candidato oficialista decidió hacer su cierre de campaña en una ciudad que no es si quiera una de las diez más pobladas del país: el cierre sólo fue ante lo que ellos llaman estructura partidaria, que en realidad es una maquinaria para operar el fraude electoral, la cual incluye a grupos de choque como el fascista Antorcha Campesina.
El PRI ha utilizado la estructura en el poder para desviar millones de pesos de programas sociales hacia sitios desconocidos: ¿Paraísos fiscales? ¿Partidas secretas? Sin duda, pero una fracción de ese dinero su utilizará durante este día de la jornada para comprar millones de voluntades, como cada seis años en las elecciones presidenciales.
Si en 2006 el fraude operó anulando votos legítimos a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en lugares en los que el partido no tenía la infraestructura para vigilar el voto, en 2012 se controló a las encuestas que instalaron la narrativa de que un triunfo de Enrique Peña Nieto [el presidente en funciones] era inevitable. Peña contó con seis años de publicidad por un arreglo con la televisora Televisa, que utilizó toda su infraestructura de medios, y en particular una telenovela para acercar la imagen del candidato a los sectores menos educados de la población. Aunado a esto se compraron millones de votos a través de una red de financiamiento paralelo de la campaña, que fue operado por el grupo financiero Monex. EL tradicional fraude electoral se sofisticó respecto a 2006, e instauró nuevas formas como la repartición de miles de tarjetas de regalo de supermercados que son, a su vez, favorecidos por el partido en el poder para la evasión de impuestos. Tras estas elecciones de 2012 Obrador u AMLO como se conoce coloquialmente abandonó el PRD, y fundó su propio partido: Morena.
AMLO cerró su campaña en el Estadio Azteca, icónico escenario que vio coronarse a Maradona en 1986. Ante casi cien mil personas y tras un ecléctico espectáculo que pasó de la salsa al pop, y luego y a la canción regional, el –como Lula da Silva– tres veces candidato a la presidencia se comprometió a refundar el país desde la soberanía nacional, el respeto a los pueblos originarios, gobernando para ricos y pobres, pero con énfasis en la justicia social y la recuperación del salario, cuyo valor es menor hoy que hace 30 años. Minutos antes de dar su discurso, una persona le presentó una bandera del movimiento gay, la cual sostuvo para que se le tomaran fotos con ella, lo cual podría disipar algunas dudas de que será un presidente conservador en temas sociales, aunque en su alianza electoral haya incluido al confesional Partido Encuentro Social, (PES). El pletórico Estadio Azteca despidió al candidato entre gritos que hicieron vibrar al sur de la capital, en el único evento realmente masivo de cierre de campaña.
A horas de iniciar la elección, corren rumores que indican que se han robado miles de boletas electorales, que funcionarios de casilla –seguramente amenazados– renuncian masivamente, asesinato de candidatos, uso discrecional de programas sociales, compra masiva del voto, llamadas a los celulares de los electores para infundir el miedo, millones de mensajes de bots en internet para posicionar a los candidatos Meade y Anaya.
El mundo entero observa a México, e incluso el apoyo a AMLO ha llegado de parte de los ex presidentes Cristina Fernández, Rafael Correa, Dilma Rousseff, y de Pablo Iglesias de Podemos, nombres que quizá no suenen mucho a la mayoría de los mexicanos que sólo han mirado con miedo a un norte cada vez más amenazante.
En México podría frenarse la avanzada de la derecha en América Latina, justo en un país en el que las elecciones libres parecen aún una utopía.
* Periodista, corresponsal de Radio de Gráfica en el DF México.