Por Josefina Alfonsín (*) y Verónica Manquel (**)
En las últimas tres décadas, el escenario carcelario en los penales de mujeres ha ido transformándose, advirtiéndose un crecimiento de su población penal, a veces más acelerado, a veces con menor intensidad, pero siempre sostenido y en alza. Desde el 2017, este fenómeno se acentúo, y el panorama no da signos de un futuro prometedor.
En las cárceles argentinas encontramos mujeres cis, trans y travestis que transitan sus días y motorizan sus luchas desde estos espacios de encierro. Mujeres muchas veces olvidadas que organizan sus resistencias, siempre expuestas a la violencia uniformada. Estas resistencias no pueden mantenerse sino es a través de un eco sororo que resuene dentro del propio movimiento feminista.
En las cárceles encontramos mujeres jóvenes, muchas de ellas provenientes de hogares vulnerables, con muchas necesidades económicas, debido fundamentalmente a las grandes cargas familiares que afrontan. Las mujeres trans y travestis detenidas también se encuentran en una especial situación de vulnerabilidad producto de la exclusión social. En general, se trata de personas que históricamente han sido perseguidas y hostigadas por las fuerzas represivas del Estado así como también desplazadas de las instituciones. Abusos policiales, extorsiones, detenciones irregulares, agresiones físicas y verbales se encuentran presentes en sus trayectorias de vida.
La gran mayoría de las mujeres cis, trans y travestis están detenidas/son criminalizadas por delitos vinculados a las drogas, ya sea comercialización o tráfico. Este fenómeno contemporáneo tuvo un fuerte impacto hacia fines de los 80 a partir de la modificación de la ley de estupefacientes que supuso un claro giro de tipo punitivista en materia de drogas y un endurecimiento en los tipos penales. Este cambio en la política criminal tuvo un efecto diferencial de género afectando fundamentalmente a las mujeres cis, trans y travestis. En lugar de recaer en los principales responsables, implicó la persecución de los eslabones más débiles de la cadena, detenidas por venta al menudeo o tráfico a pequeña escala, que encuentran en estas actividades una oportunidad de subsistencia económica.
Las mujeres trans y travestis experimentan de un modo particular esta peligrosa “guerra contra las drogas”. En los últimos años, se ha producido una nueva construcción social de la criminalidad de las identidades trans, vinculadas a la comercialización de estupefacientes. Este cambio de paradigma en la criminalización trans, motivado en gran parte por la estigmatización social y los medios de comunicación, no puede dejar de leerse sin tener presente su historia de exclusión social.
Los relatos biográficos muestran distintas experiencias de enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, ahora fuertemente en tensión por la persecución de los delitos de drogas. Nuevos cuerpos marginados entraman la perversa e hipócrita “guerra contra las drogas”.
Creemos que al hablar de la guerra contra las drogas, hablamos también de una guerra contra las mujeres cis, trans y travestis porque sobre ellas recae con mayor dureza la persecución y el encarcelamiento.
Recientemente, ciertas medidas tomadas desde el gobierno han profundizado esta mirada punitivita respecto de las políticas de drogas. La declaración de Emergencia en Seguridad Pública es un ejemplo de esto; aunque también la reciente modificación de la ley de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad -que paradójicamente se motorizó luego del feroz femicidio de Micaela García- posicionó de modo desventajoso a las mujeres cis, trans y travestis. Una reforma legislativa que limitó excarcelaciones y libertades anticipadas para determinados delitos, entre ellos los delitos de drogas.
En este escenario manodurista, se utilizaron nuestras demandas implementando medidas represivas que terminaron afectando de manera particular a las mujeres de los sectores más vulnerables. Una reacción punitiva, de un poder siempre patriarcal, siempre desigual, que busca controlar y disciplinar los cuerpos marginados y disidentes.
El avance feminista de los últimos tiempos, sin duda, incomoda y perturba. En esta revuelta, se pudieron observar ciertas reacciones del poder hetero-cis-patriarcal, que como contrapartida disciplinadora, generaron nuevas formas de violencia estatal. Frente a este escenario, el cual nos desafía, entendemos que en el reconocimiento, la articulación y la colectividad en clave feminista están las herramientas políticas y un horizonte posible.
Basta de cárcel. Basta de criminalizar nuestros cuerpos y nuestras luchas.
(*) Licenciada en Sociología. Integrante de Las Mostras.
(**) Licenciada en Sociología, Magister en Criminología y Sociología Jurídico Penal. Integrante de Las Mostras.
Ilustración: MALE EHUL @male.ehul