
Por Gabriel Fernández *
Todo nace, argumentalmente, de aquella pugna por el diagnóstico que anunciamos con celeridad: para fundamentar el ajuste y la transferencia de recursos, el gobierno oligárquico necesitó inventar un desastre en las cuentas fiscales y un excesivo gasto público. Con una sinceridad digna de mejores causas, el primer ministro económico del macrismo, Alfonso Prat Gay, expresó al arribar que los indicadores estaban “bastante bien”.
Fue rápidamente borrado del juego. El gobierno empresarial necesitaba ficcionalizar una hecatombe nacional para reorientar los recursos nacionales. Eso hizo a través de una borrosa propaganda en la cual se mostraban bolsos sin origen ni destino deambular de acá para allá. El fin del análisis político económico argentino tuvo su tramo en una frase que englobaba la malicia del emisor y la torpeza del receptor: se robaron todo.
Pero hoy como ayer –Alvaro Alsogaray, Adalbert Krieger Vasena, Jose Alfredo Martinez de Hoz, Domingo Cavallo, entre otros- se deteriora el crecimiento previo, se reprimariza la economía, se financieriza el esquema, se desfinancia al Estado y se recurre al endeudamiento. Se quiebra el círculo virtuoso del poder de compra de las grandes masas, el despliegue comercial, la producción industrial, para volcar el conjunto de los ingresos nacionales hacia las corporaciones alineadas con el gabinete nacional y las entidades crediticias.
El discurso del presidente Mauricio Macri presentado este martes ha sido contundente. Ante la caída de la economía argentina, nuestro país ya no recibe ni siquiera recursos emitidos por la zona parasitaria de la vida internacional. Por tanto, para sostener el andamiaje debe recurrir al Fondo Monetario Internacional con sus recetas anti industriales, recesivas y en perspectiva, ruinosas. Hoy como ayer, pero con mayor énfasis pues las naciones que crecen van en otra dirección, el aplastamiento del mercado interno pasa a ser prioridad de los gobernantes.
La Argentina ha sido desfinanciada porque el gobierno liberal anuló los dos cauces centrales del aprovisionamiento estadual: los impuestos para los grandes productores agropecuarios y el poder adquisitivo del promedio del pueblo. Durante una década, esos ingresos permitieron políticas sociales adecuadas a las necesidades de un país que necesitaba desplegarse. Así lo hizo. En vez de evaluar esa potencia como una virtud de nuestra sociedad, medios concentrados y gobierno la presentaron como despilfarro. Lo que ellos consideran gasto, es en verdad, inversión.
La derivación de este nuevo paso en la dirección inadecuada será la catástrofe. Esta aseveración está lejos de ser un anhelo de este medio, sino un inevitable sendero a recorrer por nuestro país. Las mismas acciones, en tono radicalizado, derivarán en los mismos resultados. Sin industria, sin comercio, sin poder adquisitivo, sin inversión, el desempleo campeará sobre la comunidad. Ante la evidencia, está en manos del pueblo argentino detener ese destino manifiesto.
*Area Periodística Radio Gráfia / La Señal Medios / Sindical Federal