
Por Jordana Secondi (*)
En general, cuando escuchamos mencionar la inclusión educativa, las primeras imágenes que nos propone el sentido común están más vinculadas a la masividad de la educación: nuevos rostros, nuevas voces, nuevos cuerpos, nuevas realidades ingresando a viejos formatos, a viejas propuestas, a viejas instituciones.
Y esto nos sucede por igual a quienes trabajamos en ámbitos educativos como a quienes no. Y quizás no es errado del todo, ya que la inclusión educativa necesita de la masividad y la obligatoriedad como condiciones para poder ser abordada en una dimensión real y práctica, y no quedar en teorizaciones académicas que pueden ordenar, problematizar, fortalecer las prácticas educativas, pero lejos están de determinarlas.
Algo similar ocurre con la idea de calidad educativa, concepto que pareciera tener una única dimensión que aplica al desempeño académico, dejando de lado otras dimensiones que atraviesan, impactan, moldean cualquier trayectoria educativa. Aunque, de esto no hablaremos esta vez aquí.
Pero para que la inclusión tome una dimensión real y sea una condición material, estos nuevos cuerpos, estas nuevas voces necesitan encontrarse con nuevos formatos educativos. Esta es una idea tan sencilla como: si pensamos en clave de inclusión, no son las y los estudiantes quienes deben modificarse para ser incluidos/as sino que es la institución -que por sus propias expectativas y mandatos dejaba afuera a quienes no respondían con el ideal demandado- la que debe modificarse para poder brindarles condiciones de habitar la escuela.
Estos nuevos cuerpos que habitan las escuelas tienen heridas, cicatrices o marcas físicas y también simbólicas. Tienen historias que nos siguen sorprendiendo, no por incredulidad, sino porque en este encuentro, quienes ejercemos el rol de docentes, con toda la variedad de especificidades que esto significa, tenemos nuestras propias marcas y cicatrices que nos proponen la manera en que miramos el mundo. Pero en tanto ejerzamos nuestro oficio y profesión con responsabilidad y ética, debemos ser conscientes de esto, para que sea hábito que esa sorpresa nos enriquezca y nos desafíe, en lugar de resistirnos a esa interpelación de lo nuevo.
Y entonces, ¿por qué el abordaje de la Educación Sexual Integral configuraría escuelas más inclusivas?
La E.S.I. propone una mirada sobre niños, niñas y adolescentes como seres complejos, y convoca a las escuelas a sumar la dimensión de la afectividad y de lo vincular como parte constitutiva y estructural de las personas. Esto también da cuenta de la calidad educativa, pero como antes mencioné, este tema no entrará en estas líneas.
Nos invita a pensar en identidades dinámicas, en procesos de construcción identitaria en interacción con el entorno. Personas con la capacidad de pensarse, de conocerse, con poder de decisión sobre si mismas.
Esto hace que las personas adultas perdamos la hegemonía del control sobre esos cuerpos. Y quizás una de las situaciones que más nos interpela como docentes sea la del embarazo en estudiantes. También las maternidades y paternidades que se continúan a veces, y otras no.
Un embarazo en curso o un hijo o hija se suponía un hecho exclusivo de la adultez, o más bien se pretendía. A lo largo de la historia, no es excepcional la maternidad o paternidad antes de alcanzar las dos décadas de vida.
¿Qué otro motivo que el control sobre los cuerpos puede implicar la resistencia a que las escuelas dispongan de propuestas para que la maternidad y paternidad ingresen a espacios educativos?
¿Cuánto de cierto hay en que maternidad/paternidad y estudiar son proyectos incompatibles? ¿Es desmesurado pensar que la incompatibilidad la genera el dispositivo escolar anclado en otra realidad y con expectativas de reproducción de determinados mandatos sociales?
Nos resulta más fácil y conveniente responsabilizar por el fracaso del proyecto social a las y los jóvenes: la culpa del abandono, deserción, interrupción de un proyecto escolar dependen de la joven y la decisión que tomó o de la que no pudo tomar.
Es más cómodo responsabilizar al individuo: gran propuesta del posicionamiento liberal y que el neoliberalismo nos enseñó con énfasis lacerante: el ascenso social o la modificación de la condición social se da gracias al esfuerzo propio, al empeño personal puesto en la conquista de las metas y a la innata capacidad de adaptación a las condiciones.
Las escuelas, eterno reservorio de la promesa del ascenso social, deben proponerse como espacios abiertos a las realidades, a la diversidad y a los deseos y expectativas de quienes transitan por ellas. En definitiva, son las personas que las ocupan y las habitan las que determinan las posibilidades institucionales. Las condiciones -y también los mandatos sociales- no pueden ser para las instituciones educativas un dato externo, porque que son factores determinantes de sus trabajadores/as y estudiantes, de sus oportunidades, de sus posibilidades, de sus deseos, de sus intereses.
Las instituciones educativas, por tanto, deben reinventar sus opciones, exprimir su creatividad, apelar a su profesionalidad, ablandar sus formatos o desbaratarlos de ser necesario, para que las y los estudiantes que son o están por ser madres y padres, que transitan la decisión de no serlo, o que decidiéndolo no lo logran, puedan desarrollar su proyecto de ser estudiantes.
La Inclusión educativa no puede darse sin mirada crítica y sin posicionamiento heteronómico [1], porque son su génesis y su esencia misma.
El paradigma de protección de derechos en el que reposa la Educación sexual integral es sin duda su mayor aporte a la efectividad de la Inclusión educativa.
La Educación sexual integral es una de las llaves que abre puertas a todos los cuerpos. Cuerpos entendidos como relatos que la escuela ha negado, invisibilizado y excluido de su realidad.
[1] Heteronomía: concepto abordado y resignificado por Emmanuel Levinas, entendida como la responsabilidad propia sobre la vida e integridad de los otros.
(*) Vicedirectora y profesora de la Escuela de Educación Media N°6 D.E. 5to. Villa 21-24 Barracas e integrante del equipo del Programa de Retención escolar de estudiantes embarazadas, madres y padres.