marzo 24, 2025

Medios | Valorar lo propio

Medios | Valorar lo propio

Por Gabriel Fernández (*)

Lo señalamos varias veces: a muchos de los que alzan el cartel Clarín miente, cada vez que los medios concentrados desarrollan una operación comunicacional, los embocan. En simultáneo: cansa un poco escuchar compañeros que viven en estado de alteración permanente por “lo que dicen los medios”. Llaman, escriben, vienen y disparan “pero viste lo que están diciendo”.

La argumentación es sólida y razonable: tenemos que ver, que leer, que escuchar lo que plantean esas corporaciones, para poder accionar en consecuencia, para poder rebatir su accionar. Si, puede ser. Pero de ahí a creerles hay un tranco muy leve. Nos gustaría, entonces, señalar algunas cosas.

Como periodistas tenemos que ver muchos productos que no nos gustan pero ameritan su conocimiento. Sin embargo, como consumidores de medios todo el mundo tiene derecho a desintoxicarse; a limpiar su estado de ánimo y abordar los medios que le generan información adecuada y, aunque pueda resultar enojoso admitirlo, placer.

Es un dislate que tantos amigos se “enfermen” emocionalmente por consumir realizaciones que envenenan sus vidas y difuminan su capacidad de comprensión. Esto abre hacia otro debate muy atractivo sobre el sentido profundo de un medio con línea editorial nacional popular: a nuestro entender el primer objetivo es llegar a los referentes de base, a los organizadores, para que tengan elementos en su diálogo cotidiano.

Es habitual escuchar a compañeros de medios con incidencia escueta señalar que aspiran a “llegar al gran público”. El “gran público” es una dimensión inabarcable y segmentada, habitualmente idealizada y dependiente de la admisión registrada precisamente por las grandes corporaciones de la comunicación. Las cosas no funcionan así.

Este es un país donde los modestos Cuadernos de Forja siguen orientando el pensamiento nacional popular. No menos de la mitad de las voluntades políticas en el orden general. Su debilidad ante La Nación y La Prensa de entonces era aún más marcada que la de los actuales espacios propios ante los conglomerados. Créase o no. Podemos explicarlo técnicamente.

Lo que hay que admitir es que un medio no transforma la realidad. Apuntala, en todo caso, modificaciones que van surgiendo en el seno de un pueblo. El periodista no es tan importante. El medio, aunque a veces lo parezca, tampoco. Entonces, sin ignorar los debates nacionales, es recomendable limitar con firmeza el consumo personal de diarios, webs, canales y radios oligárquicos.

Lo sugerimos, como punta de una discusión apenas, conociendo su interioridad y los resultados de su labor sobre la psiquis de buena gente vapuleada por esos medios. Atenti, que así como hay tareas colectivas, también hay determinaciones personales intransferibles: negar la mentira puede ser una decisión saludable. Y cada compañero vale mucho como para que evitemos señalar esto y facilitemos su envenenamiento.

MIRAR HACIA DENTRO. Desde el comienzo mismo de la gestión de Néstor Kirchner pudo observarse que pese a las modificaciones intensas prohijadas en beneficio de las franjas populares, el rubro comunicacional ocupó un lugar neblinoso en las mentes de los funcionarios. Aunque parezca raro a quienes se mueven en otros ámbitos, el trato directo nos permite indicar algunas pistas.

El funcionario promedio nacional popular, al igual que sus equivalentes de otras fuerzas políticas, suponía que “estar en los medios” implicaba que TN lo invitara al programa “A dos voces” que por entonces orientaban Marcelo Bonelli y Gustavo Silvestre. A lo sumo, admitía algún espacio semejante, siempre dentro del soporte tradicional. Cuando la visión honda de Néstor lo llevó a romper lanzas con el Grupo Clarín, este esquema cultural orientó al gobierno a generar opciones parecidas aunque políticamente contrastantes.

El desconocimiento de la vida interna de los medios derivó en una suerte de saber equívoco indiscutible: para hacer comunicación “en serio” era preciso contactar a empresarios conservadores pues “sólo la derecha” conoce los misterios del periodismo masivo. La falacia fue aceptada de arriba abajo en la gestión, y así se fueron construyendo lazos innecesarios pero en apariencia imprescindibles con Raúl Moneta, Daniel Hadad, Sergio Spolski, Matías Garfunkel, entre varios.

Los mismos traían un bagaje de experiencia en estafas, desfalcos y vaciamientos acompasados en algunos casos por elaboraciones periodísticas que hacían pasar la ratificación del rating amarillo a través de la vulgaridad y el racismo, como la totalidad del rating. Otros, sin imaginación ni consulta a especialistas, se dedicaron a copiar modelos laxos presentados como profundos y objetivos, de los medios concentrados. Así se fue construyendo un esquema de medios “amigos” realizado por personas que no creían ni por un momento en el Proyecto Nacional y Popular.

Hay un aspecto relevante a considerar. Estos empresarios, debido a su lugar sectorial durante los ciclos de desnacionalización, poseían vínculos estrechos con poderes externos. Esos vínculos resultaron más firmes y duraderos que los que establecieron con el gobierno anterior. La traducción informativa resultó evidente: la brillante política internacional tercerista de la ex jefa de Estado nunca halló intérpretes adecuados en medios muy preocupados por quedar bien parados ante los poderes concentrados a nivel mundial. ¿Acaso Garfunkel iba a respaldar el hondo planteo ante Naciones Unidas sobre Oriente Medio?

En el último tramo, con la presencia de Cristina Fernández de Kirchner al frente del Poder Ejecutivo Nacional, ese modelo comunicacional fue acompañado por una extraña obsesión en lo referente a los medios del Estado: de un día para el otro, todos sus directivos debían pertenecer a La Cámpora y dentro de ella, recibir la bendición de los principales referentes de la agrupación. Lo cual derivó en otro problema encabalgado: los designados tenían escasa experiencia periodística aunque, además, baja relevancia administrativa, organizativa y empresarial.

NACIONAL, POPULAR. Ahora bien, vamos a una aclaración pertinente. En este punto, durante las charlas por fuera del ámbito de la comunicación, surge habitualmente una justificación: “y bueno, a quienes iban a llamar”. Esta observación confusa emerge de una moda intensa en las últimas dos décadas, la de presuponer que periodistas son aquellos que aparecen en pantalla y que jefes operativos en los medios son aquellos empresarios conservadores a los que hacíamos referencia. Ambas ideas son de inexactitud equivalente.

Su establecimiento en el seno del gobierno anterior y en capas nada desdeñables de la militancia, privaron al Proyecto Nacional y Popular de al menos un centenar de hombres y mujeres altamente cualificados que habían ocupado puestos jerárquicos en medios privados y sociales, y que unían su capacidad creativa y ordenadora a una austeridad administrativa ligada a su adscripción al peronismo kirchnerista que orientaba la nación. Es decir: con mucho menos inversión se podría haber logrado mucha más eficacia comunicacional.

Además del segmento previo, el porqué resulta comprensible para muchos de nuestros lectores: el andamiaje de razonamiento jauretcheano no puede relevarse con títulos indicativos de las virtudes oficiales. Y ese razonamiento no está anclado necesariamente en artículos de fondo o extensos, como éste, sino en la narración informativa cotidiana. El forjismo supera holgadamente una investigación sobre los ferrocarriles o la deuda; contribuye a entender las campañas acerca de la seguridad, la corrupción, las “herencias”, la economía, porque golpea práctica y comprensiblemente sobre el sentido común.

De ahí que, como contracara, el forjismo tampoco pueda ser relevado, a la hora de intentar cautivar la inteligencia vinculada al kirchnerismo, por la importante obra de Antonio Gramsci y sus seguidores. Es otra respiración, otra vibración, lo que permite construir medios de comunicación a la vez asequibles y masivos. Resulta inadecuado señalar, sin haberse aproximado a las obras de la corriente mencionada, que “hoy no hay periodistas como Jauretche”, o si se prefiere, “como Walsh”: sí que hay herederos dignos de esas tradiciones, listos para cumplir funciones en beneficio del Proyecto. No se confió en ellos por pensarlos minoritarios y se optó por empresarios y comunicadores encapsulados en sectarismos amarillos o progresistas, ambos liberales en esencia.

HACER LAS COSAS. Esto es lo que se discute cuando se articula una política comunicacional. Luego, el debate y sus conclusiones llegan al público a través de designaciones, construcciones, medios concretos. Grandes titulares, textos breves y coberturas vertiginosas. Pero para que esas claves del periodismo se desarrollen primero hay que pensar y diseñar caminos y objetivos claros. Cosa curiosa: cuando muchos militantes se refieren con admiración a la comunicación imperial, realzan su astucia; cuando buscan un ideal de comunicación popular, dicen “la gente quiere impacto, para qué tanto argumento”.

Los medios no cambian la realidad, la apuntalan. Lo esencial es la acción popular en los distintos ámbitos de la política. Pero la comunicación es uno de esos lugares. Aunque la realidad arrase con las mentiras, las mismas se desarticulan con más precisión si existen medios nacionales y populares en el sentido estricto del concepto. Estos medios pueden comunicarse adecuadamente, al menos, con los miles de referentes y organizadores de nuestro pueblo, ofrecer y recibir argumentos y respuestas ante lo abrumador de la verborragia monopólica. La comunicación nacional y popular es, puede decirse, “sanadora” de la situación angustiante, de ahogo, que deben padecer nuestros compañeros a la hora de dialogar con el entorno.

Esos hombres, esas mujeres, comunicadores y organizadores de medios pertenecientes a la tradición jauretcheana y walshiana, están desparramados por medios populares en todo el país. Medios que languidecen por la desatención del gobierno anterior y por el hostigamiento del actual. Medios que han realizado logros imponentes con escasos recursos; logros reconocidos por pueblos silenciosos y sectores de la militancia que los entornan. Ninguno de ellos “mide” porque no pagan para ser medidos.

El kirchnerismo es más peronista de lo que admite y de lo que quiere reconocer el peronismo. En sus grandes realizaciones, claro, y en sus sutiles defecciones. A tal punto que lo que acabamos de describir no difiere en demasía de lo ocurrido en el período clásico 1945 – 1955. Ni Jauretche, ni Scalabrini Ortiz, ni Hernandez Arregui tuvieron un lugar adecuado en las áreas cultural y comunicacional. Apenas un rato, en Radio Nacional, Discépolo para mordisquear. Es más: los oportunistas de otrora –más papistas que el papa cuando el general estaba en el gobierno- dieron el salto casi casi como los de ahora, cuando la onda gorila oscureció la patria.

Como cualquier actividad, la comunicación demanda un saber técnico propio. Ese conocimiento está en manos de los trabajadores de la actividad y es compartido por empresarios y directores de medios que ejercieron la profesión, no por aquellos que utilizan cualquier rubro según su rentabilidad. Al mismo tiempo, cada espacio se configura en base a un lineamiento editorial concreto que marca estilo, formatos y contenidos. A pesar de sus enormes virtudes, señaladas en estas páginas reiteradamente, el gobierno nacional y popular que gestó la Década Ganada no recurrió a unos ni a otros, ni dispuso una orientación ligada a la propia acción.

Los resultados, están a la vista.

Estos apuntes, entonces, son para tomar en cuenta.

(*) Director La Señal Medios / Sindical Federal / Área Periodística Radio Gráfica.

Comentarios

comentarios

Artículos ralacionados