Por Eliana Cabezas*
A veces, el lenguaje es subestimado y relegado a un segundo plano. Quizá por mero conservadurismo o debido al temor que genera ser tildadx de fundamentalista. Pero, lo cierto es que el poder que posee es inmenso. Pues no sólo permite la comunicación sino que también establece la manera de hacerlo. Marca prioridades. Clasifica. Excluye. Invisibiliza. Los hombres, los más revolucionarios. Las mujeres, las que apenas marcaron la historia. No. No es generalización. Los manuales escolares apenas mencionan a aquellas que lucharon por la independencia de la región.
La no alusión de las heroínas sepulta, pero el englobe aún más. Según la Real Academia Española el hombre “es un ser animado racional, varón o mujer, seguido de un complemento, para hacer referencia a algún grupo determinado del género humano”. En este sentido, cabe preguntarse por qué en lo masculino se integra a toda una diversidad ¿No es una forma de opresión? ¿Acaso no queda en el imaginario que las batallas fueron hechas por los hombres? Tal vez. Lo que no se puede negar es que estuvieron las valientes que tomaron las armas y organizaron ejércitos con tal de defender la Patria. Pero de ellas, poco se conoce. La Gaitana, Martina Céspedes, María Remedios del Valle, por nombrar algunas.
No obstante, las palabras no son las únicas que construyen sentido y vuelcan el peso hacia un costado de la balanza. Las imágenes, los hábitos, la división de tareas también generan el desequilibrio. Existe un bombardeo constante, que no hace más que apuntalar los estereotipos gestados durante siglos. La mujer ligada a los quehaceres domésticos y tareas administrativas. El hombre vinculado a lo político y a la disputa por las posiciones de poder. La conducción, un costo que algunas deben pagar a precio sexista. Sin ir más lejos, Cristina Kirchner, quien siempre fue mencionada con el apellido de su marido, la mayor parte de los descalificativos que recibió se relacionaron con su condición de mujer. La revista Noticias, a la vanguardia.
El cambio: poca habla y mucha sonrisa
Desde su campaña presidencial, Mauricio Macri viene apelando al sentido común arraigado en la sociedad, tanto directa como indirectamente. Atravesó distintos focos de conflicto, sin pasar por alto el de género. La figura de Juliana Awada, la pieza perfecta. Poca habla y mucho acompañamiento. Parafraseando a Clarín, “una Primera Dama, educada para sonreír”. Nuevamente, lo femenino atado al buen gusto y lo decorativo. Lo político, para otro día. Sí. Parece a algunos sectores todavía les molesta ver a una mujer que debate y reclama derechos. Mejor callada y sumisa, porque la Justicia Social no va de la mano del neoliberalismo.
*Área Periodística de Radio Gráfica