
Desde hace tiempo la historia argentina es también un campo de batalla por la verdad pero ahora con el compromiso del propio Estado en dirección contraria al pasado.
Por un lado, la línea liberal, impulsada en su origen por Bartolomé Mitre y sostenida cada día por el diario La Nación.
Por otro, la línea nacional y popular, abierta por un honesto estudioso como Adolfo Saldías, encomendado por el propio Mitre a escribir y cuya obra profundizarían militantes como José María Rosa, Arturo Jauretche y Jorge Abelardo Ramos.
Para la primera, Manuel Belgrano es un ícono acotado a la creación de la bandera. Y así lo desean para siempre: quieto, paradito al lado del mástil de la bandera.
Pero la segunda, Belgrano es mucho más; es un ejemplo para imitar.
Desde fines del año 2011, por primera vez el revisionismo como corriente histórica pasó a contar con el apoyo del gobierno nacional desde la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino y Iberoamericano Manuel Dorrego.
Una decisión política orientada a saber quién es quién en la Historia, clave para comprender la dura oposición al desarrollo de una nación libre.
Abogado, periodista, economista, Belgrano fue un hombre que desde su primer cargo político en el Secretariado de Consulado, en 1793, promovió el progreso de los hijos de esta tierra para lo cual, por ejemplo, creó las Escuelas de Dibujo, de Matemáticas y Náutica.
Fue un civil educado, sensible y valiente que carente del saber del arte de la batallas, no dudó en ponerse al frente del Ejército del Perú para defender la Independencia y los ideales de la Revolución de Mayo.
Obligado por las circunstancias a convertirse en lo que no era, fue uno de los escasos generales que al calor de la batalla frente al enemigo español, promovió escuelas, bibliotecas y aprendizajes de diversos oficios.
Belgrano abrazó con pasión la política y la economía, siendo uno de los vocales de la Primera Junta.
Como periodista, difundió su pensamiento en publicaciones como el Semanario de la Agricultura o el Telégrafo Mercantil.
Junto con su colega de leyes, el también periodista y secretario de la Junta, Mariano Moreno dio forma al Plan de Operaciones, el gran proyecto de una nación sudamericana, como lo que proclamó el Congreso de Tucumán en 1816, del que Belgrano formó parte, revindicando lo americano autóctono y los derechos los pueblos originarios.
Belgrano es una referencia inevitable, un legado a todos los jóvenes que se acercan a la política.
Tenía 42 años, cuando en 1812, el poder central reemplazante de la Primera Junta, el Triunvirato, le encomendó el mando del Ejército del Norte. Tuvo la misma convicción, al izar el pabellón patrio por tercera vez, frente a los cuestionamientos porteños –la primera fue en la ciudad de Rosario y luego en la provincia de Jujuy- que había creado, tras prestar juramento a la Asamblea General Constituyente convocada por el Segundo Triunvirato en 1813.
Su proyecto fue negado, traicionado, desvirtuado por los dirigentes de la llamada Organización Nacional.
Murió un 20 de junio de 1820, pobre y olvidado. La historia oficial lo escondió.
Los mismos que ya no temen al Ché Guevara, que quedó como la expresión universal de un grito de protesta, saben que en la Argentina habrá miles y miles que seguirán a Belgrano, al hombre que trasciende al prócer y que un día escribió.: “Mucho me falta para ser un Padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”.
Miles y miles de buenos hijos vienen en camino y más vendrán cuanto más, muchos más, se lo conozca al abogado del pueblo, periodista de la verdad, General de la Revolución, compañero de utopías, Manuel Belgrano.
(*) Emiliano Vidal – Abogado y Periodista. Co-conductor del programa De Acá para Allá / Radio Gráfica