Apuntes sobre una grandeza deportiva que, sin embargo, provoca rechazo
Me cachendié. Obviamente que queríamos seguir arriba solos. Llegué hace un rato y tras preparar el mate me siento a escribir.Es que tengo un entripao: la pelea de anoche. Me saco la camiseta azul y blanca, transpirada como si me hubiera tocado jugar, y me pongo la azul, no sé si porque es cómoda o para no olvidar, nunca, quién soy. Pero voy a hablar de boxeo; venga a conversar.
Hermosos los preparativos en la radio para la transmisión. Intensos. Uno no sabe cómo salió. Pienso a los pibes conectando las cosas y a los periodistas buscando hasta el round en el cual alguno de los rivales captó un imperceptible resfriado. Y me miro un rato para adentro: pasé en una semana de escribir el panorama político sobre elecciones 2015 a conducir el televisivo internacional con el sheij y un Decime una cosa con Hugo, a realizar estos dos radiales que me apasionaron intensamente: el Especial y las cuatro horas de transmisión.
Qué quiere uno. Gran pregunta. Como si entre todas esas cosas y unas cuantas más se armara un archipiélago que, en su conjunto, me brinda placer. Por ahí andaba Garay.
BASURERO. Me siento bien, pero tuve que levantarme a las corridas para ir a ver a Gimnasia. Y vuelvo al Lobo: cuánta gente, de dónde sale. Sufro por el silencio de mi hijo tras el cotejo. Recuerdo que nadie se preguntó si Merlo era hincha de Ríver. Y veo hinchas de clubes populares –no todos, claro- que cinchan contra el tripero como si ellos en vez de grandes, fueran chetos. Hay una confusión ahí, y tal vez Macri haya tenido algo que ver. Pero los problemas de identidad de los demás… son precisamente, de los demás. Basta por un instante. Me gusta el vapor que surge del mate cuando está en la temperatura exacta.
Y al final de la reflexión, como de pasada, volvemos sobre la identidad desde otro flanco. Con guantes albicelestes, finos en los nudillos.
EL ESTILO. Veamos: Marcos Maidana, bien orientado, trabajó la pelea para evitar el vapuleo que podía implicar la velocidad de Floyd Mayweather. En los primeros rounds logró descerrajar parte de su caudal fajador y quizás, estuvo a punto de sorprender al mundo. Pero el negro, lejos de huir y apenas especular con la acumulación round por round, plantó cara y peleó. Sacó su bagaje de habilidad y utilizó el paso con más sobriedad que lo habitual, y la cintura específicamente para esquivar y volver a atacar al toque.
A tal punto que en el total de la pelea conectó más golpes que Maidana. Fíjese: el argentino concretó 221 de los 858 golpes que lanzó en toda la noche, mientras Mayweather embocó 230 impactos de los 426 que tiró. Y ese, precisamente, era el terreno en el cual tenía que vencer nuestro crédito. El andar, el evitar, el retroceder, resultaba aparentemente la región de Mayweather. ¿Adónde voy?
Básicamente, el moreno demostró que sigue aprendiendo. Y si Maidana también, el punto de partida resulta diferente y la brecha persiste. En los últimos seis rounds –por ser crítico y nada condescendiente- la superioridad del norteamericano resultó ostensible. Ese tramo permitió disfrutar a quienes sienten el boxeo, de la grandeza de un campeón que adecúa su ritmo y se exige advenir en golpeador mucho más allá de su reconocido y perfecto jab de izquierda. Indirectamente, creo que este es el verdadero elogio al Chino: como hizo una gran pelea, forzó a Mayweather a salir de la comodidad y afrontar la situación.
Ese si es un halago, no la torpeza de quienes silbaron el fallo y se posicionan en algo así como “carajo, el Chino es argentino y tiene aguante”. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. La tarjeta que brindó un empate es disparatada: no sirve de atenuante. Para ser muy sincero en un marco donde algunos pueden inferir una defección en la franqueza: Lanús es un gran equipo; y hay otros también. Lo único que falta es que porque mi corazón late en una dirección, mi cabeza niegue lo que es evidente si se sabe mirar.
Los ojos siempre abiertos a la hora de insertar un recto o un ascendente por parte del púgil yanqui no es, apenas, un detalle físico. Es una clave acerca de cómo se prevé un ataque pero también cómo se daña en el lugar exacto, cuando imperceptiblemente se abre una guardia por férrea que esta sea. Y ya que hablamos de la mirada, ojo al piojo: cada golpe es técnicamente impecable, lo cual habla de un recurso natural… perfeccionado por horas y horas de gimnasio y preparación.
Debo señalar que pese a las saludables diferencias de criterio que se palparon en la transmisión citada, cuando los periodistas presentes evaluamos nuestras tarjetas personales, todos concluímos en la admisión de la victoria del boxeador local en Las Vegas. Ahí se percibe, cómo no indicarlo, el orgullo de trabajar con personas honradas e inteligentes. Populistas, puede ser; demagogia para la tribuna, ni ahí.
THE MONEY TEAM. Pero no rechacemos conversar sobre asuntos más livianos aunque más ríspidos. Mayweather ha construido una imagen que, básicamente, sienta mal. En el barrio dirían que “el negro es agrandado”. Mucho dinero expuesto, lo cual es más visible que mucho dinero ganado; autos, empresas; una mina espectacular… y hasta la muy incómoda imagen de Justin Bieber en medio del ring, todo envuelto en un potente hip hop que demanda, urgente, un debate de fondo sobre el sentido de este género.
Como contracara, el Chino Maidana que simplemente “es”; no construye imagen alguna sino que muestra lo que evidencia su persona. Cumbia, algo de corrido para aglomerar público latino, Colón de Santa Fe, “voy a seguir viviendo en Margarita”, alfajores Guaymallén y ese rostro argentino que, por caso, observé en versión multitudinaria esta tarde en el Bosque. Bueno, entre uno y otro ni hablar, la simpatía que atrae el pibe Marcos es indudable.
Y las derivaciones: todo el mundo intuye que un boxeador así, en cualquier esquina, puede menguar sus ganancias hasta retornar al ser en sí, mientras que a Mayweather perder una pelea, por mucha “gloria” que haya en juego, no lo va a afectar en nada.
LA BRECHA. Y si todo esto es así, en la cancha –empero- se ven los pingos. Es decir: algún día Gimnasia tendrá que salir campeón y demostrarse que además de una gran hinchada puede ser un gran equipo. Bueno: el negro es un gran campeón, y el Chino ha sido un gran rival. Cada cosa en su lugar. El dislate de considerarse ganador en las declaraciones finales sólo tiene sentido si de ese modo, como parece haber aceptado el hoy dueño de ambos títulos, se configura una fiera y promocionada revancha que provea a los dos contendientes de una bolsa singular. Pero no es verdad.
Ese era el entripao: la distancia que existe entre el magnífico boxeo de Mayweather y el coraje indudable del Chino Maidana está demasiado clara como para suponer una equiparación.
Se equivoca Joan Manuel Serrat, aunque su obra merezca ser valuada mejor que la cumbia y el hip hop (¿o no?): la verdad bien puede ser triste. A veces, tiene remedio.
* Gabriel Fernández – Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica