Daniel Moyano
1982
Editorial Gárgola
Daniel Moyano nació en Buenos Aires, creció en Córdoba, vivió parte de su madurez en La Rioja, y se exilió en Madrid. Fue maestro de música, violinista, plomero, obrero, escritor. Fue reconocido por pares nacionales, pero en la práctica no compartió ni sus estilos literarios ni su visión cosmopolita del campo literario.
Si nos acercamos a su Libro de navíos y borrascas para leer la ficción, vamos a descubrir que puede ser leído y releído como un diario, en clave cómica y sentimental, de lo que implica para Rolando, violinista riojano, un exilio impuesto por oscuros actores. El interminable viaje del Cristóforo Colombo, con setecientos indeseables (que incluyen sindicalistas, uruguayos y gauchos judíos, entre otros), sirve de apoyo para que los desechables de América Latina discutan, se abran y se extiendan sobre la identidad latinoamericana, realicen una obra de títeres sobre el asesinato de Dorrego, vean películas en la sala de proyecciones, se enamoren y se desencuentren pero, sobre todo, para que la voz de Rolando, que nos guía en el viaje, reflexione, interpelándonos, sobre los recovecos del recuerdo y el olvido, y sobre la construcción de lo que significan la experiencia y la memoria de un exiliado. Las reflexiones de un exiliado forzoso implican, entre otras cosas, la pregunta por la identidad, y por ese extraño movimiento de rebote que vive Rolando, de abuelo inmigrante, volviendo al Viejo Continente, rechazado por su tierra al igual que sus antepasados.
Pero también podemos buscar en la novela una clave de autobiografía, es decir, el relato del exilio del propio Daniel Moyano, violinista y escritor que, luego de ser encarcelado en 1976 por la dictadura cívico-militar, parte hacia el exilio en Madrid. Según palabras del propio Moyano, el Libro de navíos y borrascas (junto con la reescritura de El vuelo del tigre, cuya primera versión tuvo que abandonar enterrada en el patio de su casa) le sirvió para recuperar su expresividad y creatividad literarias después de siete años de escribir sólo pesadillas.
Ambas lecturas nos llevan, cada una, por caminos que se entrecruzan. La prosa de Moyano está llena de gracia y de amor por las historias: no vamos a encontrar frivolidades ni revuelos académicos, sino una relación honesta, sincera, con los personajes de la vida cotidiana, vida cotidiana que a su vez demuestra que también hay obreros, pobres, ricos, y sobre todo, experiencias literarias, fuera de Buenos Aires. Su estilo se acerca mucho a las búsquedas liberadoras (con la pura fuerza de la emoción) de Haroldo Conti, a quien Rolando buscará en el Cristóforo Colombo, sin saber, a diferencia de nosotros, que la búsqueda será infructuosa.
Como memoria de la experiencia del exilio, el Libro de navíos y borrascas nos lleva a una zona que probablemente sea mucho más extensa: es escritura del exilio Cuarteles de invierno, del gordo Soriano, tanto como Exilio, escrito a cuatro manos entre Juan Gelman y Osvaldo Bayer, entre muchos otros libros de ficción y no ficción que pueden leerse como la reflexión, reiterativa y desesperada, sobre el exilio durante la última dictadura cívico-militar. Como particularidad, Moyano lidia con su desarraigo con una resignación masticada pero llena de sentido del humor.
Leído como ficción, como autobiografía, o como ambas, el Libro de navíos y borrascas tiene el espíritu de esas obras que insuflan vida a través de las palabras. Parece mostrarnos que el trayecto físico y espiritual que implica recuperar una escritura y narrar el desarraigo (un ida y vuelta permanente) puede llenarnos de palabras hermosas y justas.
En cuanto al exilio físico, Daniel Moyano, alguna vez dijo, citando a Antonio di Benedetto, que del exilio no había regreso. Murió, en Madrid, en 1992.
(*) Columnista de Literatura en Punto de Partida