Por Gabriel Fernández *
Una evidencia contundente del planteo internacional que venimos realizando. Hace pocas horas, sin los Estados Unidos y sin el concurso de otras grandes potencias, once países firmaron el Tratado Transpacífico. El acuerdo fue suscripto por Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam.
Esos estados, reunidos en Santiago de Chile, emitieron su mensaje en favor del libre comercio y –según los medios que difundieron con entusiasmo la determinación- “en contra de los aires proteccionistas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump”. Si con Estados Unidos el CPTPP abarcaba el 40% de la economía mundial, la salida del principal socio comercial lo redujo a alrededor del 13%.
«Estamos orgullosos de concluir este proceso, enviando un fuerte mensaje a la comunidad internacional de que la apertura de mercados, la integración económica y la cooperación internacional son las mejores herramientas para crear oportunidades económicas y prosperidad», dijo la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, tras la firma del acuerdo. «Este es un muy buen día para el comercio», celebró por su parte el ministro de Comercio de Australia, Steven Ciobo, mientras que su homólogo de Canadá, François-Philippe Champagne, aseguró: «Estamos muy orgullosos (…) de demostrar al mundo que el comercio progresivo es el camino a seguir».
El “mundo” no parece estar dispuesto a escuchar estos llamados a la apertura. Cerca del 80 por ciento de la actividad económica internacional se despliega fronteras adentro y los referentes de esa acción protectiva destinada al fomento de la inversión productiva son, entre otros, los Estados Unidos, Rusia y China.
La decisión de las naciones firmantes permite entender un esquema internacional complejo. Aunque muchas de ellas resultaban estimadas como dependientes de la política exterior norteamericana, hoy queda claro que están ligadas al capital financiero concentrado, una suerte de suprapoder global. Este suprapoder colisiona con el rumbo económico propuesto por las tres grandes potencias mencionadas –y ausentes-.
A partir de ahora se abre un tramo de presiones durante el cual los Estados Unidos ofrecerán reintegrarse si se modifican aspectos esenciales, básicamente relacionados con su capacidad para hacerse de capitales destinados a la generación de bienes de producción y consumo. Donald Trump ha calificado el acuerdo como “terrible”. Cuando entre en vigor -sesenta días después de que sea ratificado por el 50% de los firmantes-, eliminará entre 65% y 100% del universo arancelario de los países miembros. Los aranceles, cabe recordar, son herramientas duras que disponen los estados para dinamizar o congelar la vida económica interior.
El Tratado Transpacífico fue concebido durante la anterior administración de Barack Obama como contrapeso a la creciente influencia de China. En la actualidad, con la política de diálogo a los gritos pero sin tiros que despliega la gestión Trump, el combate a la incidencia de la potencia asiática va convirtiéndose en una búsqueda continua de acercamientos asentados en los vínculos financieros de ambas naciones y perfiles productivos internos que aspiran equipararse.
Cabe evaluar la gracia con la que los firmantes defienden su aislamiento: Este acuerdo tendrá «una consecuencia grande para los Estados Unidos. Es una suerte de suicidio de este país», comentó Fernando Estenssoro, director del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile. Es decir, Chile aconseja a los EEUU cómo proceder en el orden global. En el mismo tono humorístico, la Cancillería trasandina señaló que el CPTPP «establecerá un nuevo estándar para otros acuerdos de integración económica regional, e incluso para futuras negociaciones en la OMC (Organización Mundial del Comercio) y en la APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico)”.
Como colofón destinado a obedecer los dictados rentísticos, en la antesala del CPTPP, Chile, Canadá y Nueva Zelanda firmaron por su parte sendos acuerdos para asegurar los beneficios de la liberalización del comercio a sus ciudadanos y reforzar los mecanismos de solución de controversia de inversionistas con el Estado. Claro que sí. Los buitres, con zona de aterrizaje despejada.
El lector se preguntará porqué la Argentina aún no se ha identificado con ese planteo. En buena medida la complejidad y la dinámica interna de la economía nacional, sus rastros vivos con proyección, rehúsa la política de tierra arrasada y resiste. Las autoridades, pese a sus ligazones con las finanzas globales, tienen enfrente a un movimiento obrero que, junto a una parte del comercio y la industria locales, se moviliza con energía contra la apertura y la desaceleración económica.
No es cierto que los gobiernos puedan hacer todo lo que desean. No es cierto que las acciones firmes de los pueblos puedan ser ignoradas. Si recorremos la vida política interior de los firmantes del Tratado, observaremos que allí las fuerzas opositoras con lucidez económica carecen de vigor, volumen y organización. El debate recién empieza y esto es apenas una introducción con datos para tomar en cuenta.
(*) Área Periodística Radio Gráfica / La Señal Medios / Sindical Federal