
Por Fernando Protto *
Ya entrando en la recta final, estamos por pasar en los días que fueron de mayo tensión para lo que se llamo peronismo y para el propio Perón. Sin todavía la certeza de que podían matarlo, el grupo más cercano a Perón fue viendo la manera de poder acceder a él y generarle algún tipo de salvoconducto que lo sacara de la Isla Martín García. Pero mientras esto se organizaba, otro grupo cercano y proveniente del ámbito laboral comenzó a prepararse.
Obreros y peones tucumanos, empleados y obreros mendocinos y cordobeses, obreros del cordón industrial de Rosario, trabajadores de la carne de Ensenada y La Plata, obreros de Avellaneda, Parque Patricios, Pompeya, La Boca y Barracas, se fueron preparando para pedir por el paradero y libertad de ese coronel que les había brindado todos esos derechos por los que habían peleado años. Muchos de forma dispersa, otros acompañados por sus delegados, algunos con apoyo de sus sindicatos, pero todos con la misma idea, liberar a Perón. No importaba si eran ferroviarios, metalúrgicos, gráficos o curtidores, todos estaban unidos y motivados por lo mismo. Casi el 17 se adelanta al 15 y miles de trabajadores se movilizaron a la Plaza de Mayo, pero fueron reprimidos altura Congreso y tuvieron que volverse y al día siguiente presionaron a sus sindicatos para que se reuniera la CGT y pidiera por Perón. La lealtad a naciente líder era importante, pero más importaba la lealtad con los compañeros caídos con tantos años de lucha y que no llegaron a ver las conquistas realizadas. La historia marcaba a muchos trabajadores, desde aquel muchacho peón rural que ahora tenía un estatuto de trabajo, pasando por la chica que comenzó a trabajar en la hilandería o el pibe que hacia sus primeros mangos de cadete, todos creían que ese era su momento, el del pueblo!
Al poco tiempo, esas mismas personas verían el fruto de su lucha de esos días, el Estatuto del Peón Rural será ley, la mujer podrá votar y sus derechos serán consagrados en la Constitución y ese joven cadete vera la posibilidad de acceder a unas vacaciones que ni había soñado. Entonces vieron el crecimiento de los sindicatos y su acción social, la posibilidad de disfrutar de espacios públicos de esparcimiento, de poder acceder a bienes de consumo antes vedados, de acceder a créditos de vivienda o al primer hogar o poder darse el gusto, simple y sencillo, de pasear por el centro. Ese lugar vedado para los pobres, al que solo accedían los ricos, al que el trabajador veía desde el tranvía o colectivo pero sin poder participar, donde las clases medias bajas eran solo los aplaudidores de la fiesta de otros. Las cosas cambiaron y los lugares vedados ahora estaban abiertos y eso se transformó en algo mucho más justo de lo que venía siendo.
De izquierda a derecha, todos estaban disconformes con el coronel y su estilo, no aceptaban su cercanía a los trabajadores y trabajadoras, lo acercaban al nazismo y el fascismo, querían sacárselo de encima y evitar su molesta presencia. ¿Cómo le podía lugar a ese bajo pueblo, inculto y salvaje? Si todavía no estaban civilmente formados, ideológicamente adoctrinados y económicamente acomodados, cómo iban a disfrutar de beneficios sociales o políticos, sino estaban preparados para todo eso, como decía Borges de los Peronistas, no los unía el amor sino el espanto, el espanto a ese subsuelo de la patria que se mostraba en la capital del país y que durante 10 años no iban a dejar de estar presentes. Esto me sigue sosteniendo como peronista…
(*) Columnista de Historia en Desde el Barrio