Por Fernando Protto *
Una vez, volviendo al Barrio Piedrabuena, le pregunte a mi papá dónde vivía Perón y me dijo que ya había muerto, entonces, no entendía por qué en mi casa se seguía la figura de alguien que ya no estaba entre los vivos. Con el paso del tiempo, fui dándome cuenta de dónde surgía tanta lealtad y admiración.
En el último tiempo, tuve la oportunidad de leer los trabajos de Fernando Balbi y Humberto Cucchetica, que hablan sobre la lealtad y la conformación de Guardia de Hierro y la Organización Única del Trasvasamiento Generacional respectivamente. Estos libros, junto a la película Los Resistentes, me ayudaron a entender por qué mi familia era peronista y qué motivaba tanta lealtad a un líder muerto.
Para toda persona nacida y criada en los años 40 y 50, durante los años del primer peronismo, y con un claro anclaje en el peronismo, esos años fueron de cambio y revolución, que significaron un proceso que no volvieron a ver nuevamente. Los lazos de lealtad con Perón no se vinculaban desde una postura caudillista o de puro clientelismo, ser leal a Perón también era ser leal al compañero desposeído, al que no recibía un apoyo, al que todavía estaba en la mala. Así fueron transcurriendo los años de liturgia peronista, de derrocamiento y proscripción, de persecución y muerte, hasta que un día, el líder que volvió a traer “el amor y la igualdad” también murió, entonces todos pensaron que el partido murió con su líder. Acertados en un punto, no se dieron cuenta que el peronismo no solo era un partido, sino también un movimiento dónde la lealtad no solo estaba en su conducción sino con los ideales que él había puesto en debate.
Volvieron a pasar los años, con dictadura, democracia, entrega y caos, pero muchos de esos viejos peronistas, no dudaron nunca en su lealtad al líder y al movimiento, porque para muchos de ellos (que militaban en la base y surgieron de los sectores desposeídos), la lucha solo iba a terminar cuando la patria fuera recuperada del oprobio y la ignominia. No solo era el acto de recordar, sino de retrasmitir las enseñanzas que la lucha les dejo. Una vez Ignacio Copani (en plena fiesta menemista) comento que el peronista se encontraba en disyuntiva cuando iba a votar, porque sentía que Perón le decía qué iba a hacer cuando agarraba otra boleta en el cuarto oscuro, pero que él un día tuvo que decirle disculpe general pero no puedo. A mi viejo le pasaba lo mismo y yo le preguntaba cuando iba a votar ¿qué te dijo el General? Y él me decía que le tenía que pedir disculpas. Mi viejo, Copani y muchos peronistas sabían que aunque votaran a otro candidato, de otro partido, seguían siendo leales a Perón, porque no iban a traicionar las banderas que durante tantos años defendieron. Ya que su lealtad la habían construido no solo para el líder, sino para sus compañeros, para su movimiento y para su patria.
Entonces, después de tanto tiempo, empecé a comprender por qué los ojos con lágrimas viendo Perón, Sinfonía del Sentimiento, por qué el recuerdo de los juguetes de reyes que enviaba la Fundación, por qué defender sus derechos, por qué la lealtad no solo era un bien moral de ellos, sino una construcción social que les había dejado el peronismo a mis viejos. Recordar a Perón y a Evita y seguir votando al peronismo, era algo que dignificaba sus vidas no solo en lo personal, sino también en lo colectivo. Ahí fui entendiendo, por qué me seguí haciendo peronista…
(*) Columnista de Historia en Desde el Barrio