Por Ariel Weinman (*)
El próximo 29 de mayo trabajadoras y trabajadores volveremos a parar contra las políticas del gobierno de Cambiemos. Más allá de lo que pensemos sobre la conducción de la CGT, la central obrera dispuso el paro de actividades en una fecha que no es casual, sino cuando se cumplen, exactamente, 50 años de una lucha popular que pasó a la historia con el nombre de Cordobazo.
La rebelión de obreros y estudiantes en la ciudad de Córdoba en tiempos de dictadura onganiana fue un acontecimiento que rompió la continuidad del tiempo cronológico, un suceso de toma de la palabra ante un régimen que había declarado la propiedad exclusiva sobre el lenguaje, un cambio de la razón imperante y en una lógica que no se articula en una causalidad, una lógica que se pone por detrás de cualquier lógica.
Sin embargo, pensar ahora el Cordobazo no es sólo hablar del pasado, por el contrario, es plantear, a partir de rastrear en sus vestigios, cómo supervive aquella rebelión colectiva en las luchas obreras del presente, en cada huelga, en cada corte de ruta, en cada una de las resistencias populares al gobierno oligárquico, en las rupturas que introducen en el tiempo continuo del capital globalizado por donde aparecen voces nuevas y cuerpos aunados en la calle y en la plaza pública. Por eso no se trata sólo de conmemorar, de homenajear a los y las protagonistas pues sellaría al hecho en un tiempo muerto, un pasado incapaz de perseverar, para especialistas en historia, sino propiciar el trabajo de las memorias populares sobre la actualidad, en las luchas que se vienen.
La rebelión popular de mayo de 1969 en la ciudad de Córdoba se consuma como el encuentro de dos corrientes, cada una con su propia historia y modalidades singulares de despliegue: por una parte, la de obreros de la construcción, del SMATA, de Luz y Fuerza y de otros gremios; por otra, la de estudiantes universitarios que tienen al Barrio Clínicas bajo control. Nada hacía prever que se encontraran antes de que el encuentro tuviera lugar. La lucha de trabajadoras/es y estudiantes contra las imposiciones de la dictadura cívico-militar corrían en paralelo, y no había una finalidad anticipada, una ley, un destino que anticipara como necesario ese encuentro. De hecho, ambas corrientes habían estado separadas, incluso confrontadas cuando las universidades fueron un puntal en el golpe de la “Libertadora” en septiembre de 1955, y que persistió durante los años posteriores a esa fecha.
Pero el encuentro se dio y cambió la historia.
Las luchas obreras habían tenido distintas sinuosidades en los años anteriores. En ellas resonaban como efectos principales, por un lado, la experiencia del primer peronismo y, por otro, la de la resistencia al régimen oligárquico liberal. “En esas luchas y en esos muertos –Felipe Vallese en oscuros calabozos, Hilda Molina en los ingenios tucumanos- reconocemos nuestro fundamento, nuestro patrimonio”, explicaba el Diario CGT en mayo de 1968, y destacaba que aquellas luchas se nutrían de “la tierra que pisamos”, de allí procedía “la voz con que queremos hablar, los actos que debemos hacer”.
En mayo de 1969, esa tierra era el obrero, la obrera que “vale por sí mismo, independientemente de su rendimiento. No se puede ser capital que rinde un interés. Toda compra o venta del trabajo es una forma de esclavitud” (Diario CGT). Esa tierra contiene el saber estratificado de luchas anteriores que ahora desborda desde abajo: “el obrero no quiere la solución por arriba, porque hace doce años que la sufre y no sirve”. Desde arriba, la “tormenta” que cae es de derrota y humillación. Sabe que para dar eficacia a la tarea de vencer a “la oligarquía y el imperialismo”, hace falta la organización “desde las bases, la unidad de todos los oprimidos”. Porque el movimiento obrero “no es un edificio ni cien edificios; no es una personería ni cien personerías; no es un sello de goma ni es un comité, sino la voluntad organizada del pueblo y como tal no se puede clausurar ni intervenir” (ídem).
Entonces sabe que “sólo el pueblo salvará al pueblo” (Raimundo Ongaro). Por eso él aparece en la lucha, “mientras Azopardo –la CGT ‘colaboracionista’ y ‘participacionista’ que ocupa un edificio vacío y usurpa una sigla – medita”.
Por otra parte, la represión sobre los estudiantes universitarios durante mayo del ’69 no produce el objetivo buscado, la parálisis, el miedo, el repliegue, sino una rebelión generalizada. Los asesinatos de Juan José Cabral por la policía correntina y el de Adolfo Bello por las fuerzas de seguridad en Rosario producen como efecto la multiplicación de las marchas de silencio, las sentadas, las manifestaciones, las tomas de facultades en los principales centros universitarios. En esa ciudad se intensifican los lazos de solidaridad entre obreros/as y estudiantes, “haciendo cada vez más compacto un frente común” (ídem), que no se desarrolla tanto en el plano de las ideas, como en el de la acción conjunta, y en la sede de la CGT Rosario comienza a “funcionar una olla popular para los estudiantes”.
En Córdoba, el día 29 de mayo comienza el paro general. Los trabajadores abandonan sus lugares de trabajo, engrosan dos columnas que se dirigen hacia el centro, una proveniente del SMATA, la otra de Luz y Fuerza. En el camino, se les suman “estudiantes, empleados, mujeres”. El encuentro de obreros y estudiantes se ha consumado, se adueñan de la ciudad. “Fueron dueños de lo que era de ellos”, relata el Diario de la CGT de los Argentinos. La energía que brota del subsuelo no está hecha de consumismo y de mercado, como pretende “el sindicalismo amarillo, imperialista, que quiere que nos ocupemos solamente de los convenios y las colonias de vacaciones” (ídem), sino de un sindicalismo de liberación, combativo, “integral, que se proyecte hacia el control del poder”.
La lucha obrera comienza a cambiar las relaciones de poder, desborda el aparato represivo en la calle, modifica el régimen de sensibilidad de los que mandan y los que ordenan, trastoca el orden de lo que está bajo y de lo que está arriba, pone en evidencia que los cuerpos lacerados por las balas, gastados por el trabajo también pueden herir y hacer huir a los represores, invierte el control territorial que ahora se desplaza de los uniformados a una multitud de “mamelucos”, hace visible la ineficacia de la coacción estatal cuando irrumpe la acción colectiva en la calle.
Pero el Cordobazo no es la efectuación de un plan o un proyecto previo. No es la consumación de una idea previa que estaba obligada a realizarse. Por supuesto que hubo luchas anteriores, pero ninguna estaba obligada a devenir en una rebelión cuyos efectos siguen reverberando. La insurrección popular es la conjunción de “la unidad [que] se consiguió en la calle” , no antes de ella. De hecho, una semana después de la explosión popular, el Diario CGT señala que hace falta retroceder 10 años para encontrar un paro nacional de esa magnitud, “medio siglo para rastrear una lucha callejera del pueblo desafiando sin miedo los fusiles, llorando sin lágrimas los caídos”. No obstante, el Cordobazo es del orden del acontecimiento, pues “otros paralelos son inhallables en la historia del país: obreros y estudiantes unidos en las barricadas, en la cárcel y en la muerte; niños apedreando las fuerzas de ocupación” (ídem).
No hay algo de la anterioridad del sentido a toda realidad. Es del orden del acontecimiento porque se produce de modo imprevisible, no es el resultado de la maduración de las “condiciones objetivas”, la supuesta resolución de una contradicción insalvable entre el proyecto político del imperio y sus aliados locales, y las condiciones de existencia de la población subordinada, ni el efecto del florecimiento de las “condiciones subjetivas”, entendida como la decantación de una conciencia que sabe con anterioridad los efectos de una acción, que determina en el plano de la idea la anticipación del hecho que habrá de suceder.
El Cordobazo es un acontecimiento único que hace visible una conciencia después de la irrupción popular, no antes de ella, que se da “solamente en la lucha, con las bases […] dentro de las masas populares y no fuera de ellas […] en los actos más que en las proposiciones” (ídem). La conciencia es posterior, no opera como medio para una finalidad. Aunque no sin nada, el Cordobazo se hace de la nada, pues “la unidad se da en la calle, de frente a la dictadura” (ídem). Pero además, la sublevación es del orden del acontecimiento porque –como se ha señalado- pone “en estas jornadas el sello de los grandes cambios históricos”: ve y hacer ver, habla y hace hablar acerca de hechos y sucesos, de relaciones inéditas que antes no existían, y sobre las cuales no había ninguna necesidad que sucedieran, pasa a unir cosas y entidades que no responden a ninguna implicación lógica, transforma el régimen establecido de lo sensible para hacer emerger otras sensibilidades, instituye otras relaciones entre signo y significado. En otras palabras, el Cordobazo se erige como acción colectiva que desarma y desmantela la relación gastada entre el concepto y las cosas para hacer emerger otros modos de relacionamiento. Incluso a partir del Cordobazo hay una nueva manera de designar a las rebeliones populares en la Argentina, surge una forma de nombrar original por medio de una contracción que une el significante de la localidad donde los hechos suceden más la partícula “Zoo”. Así ante cada levantamiento, ante cada insurrección se nombrará como “Rosariazo”, “Mendozazo”, “Villazo”, etc. Pero la concreción de un hecho consumado no tiene garantías de su eternidad, como lo entiende CGT a los pocos días, cuando se dirige a los compañeros trabajadores de todas las organizaciones “en momentos que son de triunfo para todos” (ídem). El periódico de la CGT de los Argentinos advierte que nada es para siempre, cuando señala que después de demostrar que los trabajadores tienen la capacidad de controlar una ciudad por 48 horas, neutralizar las fuerzas represivas de la dictadura y ponerlas en retirada, y dislocar un régimen de sensibilidad basado en la jerarquía y la imposición de los dueños del capital, que ese momento de corporalidad colectiva en la calle es “no de triunfo definitivo; de esperanza, pero también de incertidumbre; de grandes claridades y grandes confusiones”.
El Cordobazo como acontecimiento es irrepetible. El Cordobazo no es nada más que sus efectos y consecuencias como parte de las tradiciones emancipatorias de las clases trabajadoras, memorias populares que se resisten a ser sepultadas no sólo frente al aparato cultural de los que dominan las relaciones de poder, sino ante el cinismo de los apólogos del “posibilismo” que capitulan afectados de pasiones tristes.
Clases subordinadas a nuevas modalidades de dominación imperial, con el despliegue de dispositivos y técnicas de control, que en la época neoliberal se ha desplazado del disciplinamiento de los cuerpos al control de la totalidad del tiempo de los sujetos. El Cordobazo es pasado, pero un pasado cuyos retazos siguen pasando, energías que buscan cauce para nuevos acontecimientos populares contra los enemigos de siempre.
(*) Conductor de Panorama Federal. Colectivo de Dirección de Radio Gráfica.