Por Gabriel Fernández *
El tramo que concluye está enlazado con el proceso disparado sobre fines del siglo pasado -un camino reorganizador en amplias zonas populares del planeta- y relanzado con energía en la década reciente, tras la crisis financiera evidenciada al público desde Lehman Brothers. Vamos a recorrer claroscuros de una batalla humana trascendente y a descubrir los vectores que convierten su desarrollo, en un motor imparable.
Por primera vez en cinco años, la economía norteamericana mostró, al concluir 2018, indicadores de crecimiento sólidos y persistentes. Sin misterios, el cuestionado presidente –con jopo y verborragia- se asentó en el poder de compra promedio de la población, en franco aumento, y en la inversión estatal destinada a dinamizar el mercado interior. A diferencia de naciones en las cuales el ajuste se desplomó sobre su gente, la reducción de gastos norteamericana puede detectarse en una menor presencia militar internacional.
El retiro de tropas de Siria, como colofón, repercutirá sobre las cuentas del año venidero. A tres años de gestión, el presidente Donald Trump puede mostrar una disminución drástica de las clásicas y criminales intervenciones de su país en territorios gobernados por otros estados. La presión de la amalgama empresarial finanzas – armas – drogas – medios no alcanzó para forzar litigios bélicos en el Mar de China Meridional, en Medio Oriente, en el Golfo Pérsico ni en otras regiones calientes. Y eso que sus articuladores lo intentaron.
Esto no significa que la tendencia básica planetaria se haya modificado: a diferencia de otros tramos, el desarrollo de la potencia norteña no implicó desaceleración del andar de sus pares –ahora si, pares- euroasiáticos. Con cifras estructuralmente más bajas pero un ímpetu aún superior sostenido por definiciones político militares tan sobrias como contundentes, Rusia siguió creciendo. China, en tanto, se va acercando inevitablemente a los indicadores norteamericanos al desplegar una industria feroz en todos los ítems, aún en aquellos antes inexplorados.
Europa, como contracara, se debate en una ciénaga de ajustes, recortes y consecuentes protestas sociales. Francia vanguardiza la caída mientras España brinda aportes culturales en su ya sempiterna crítica al “populismo” (Trump, Putin, el chavismo, el peronismo, los sindicatos, etc) para explicar que es mejor derruír la producción de bienes de producción y consumo que “perder la libertad”. En el interior del continente, el Papa Francisco persiste en dinamizar y brindar contenidos a la Multilateralidad, mientras Alemania, en fuga, busca difuminar fronteras con los dueños del gas. Gran Bretaña, por su parte, encarna la dualidad extrema de ser un eje financiero internacional y necesitar dejar atrás el lastre que ese mismo esquema impuso a la Unión Europea.
En tanto, se reconfigura el Norte Americano, pues la acción del gobierno estadounidense viene como anillo al dedo al emergente Andrés Manuel López Obrador, quien defiende sus recursos naturales y promueve una reindustrialización destinada a terminar, en el mediano plazo, con los dilemas de la migración mexicana en su misma raíz. Pero el Sur continental se encuentra abrumado por la influencia de los mismos espacios que desde Lehman Brothers en adelante quebraron el Viejo Continente. Tales intereses hallaron en las oligarquías internas argentina y brasileña socios algo vulgares, pero socios al fin.
Como si ese panorama no bastara para trazar un rumbo, es preciso añadir: la coalición euroasiática atrajo al grueso de su vecindad. Países de población millonaria, con PBI crecientes y conceptos culturales propios, se arriman y dejan de lado viejos acuerdos atlantistas; en tanto, Africa va dejando fuera aquellas hegemonías equivalentes y empieza a alzar su oscura cabeza con financiamiento chino de rasgos mucho más asequibles que las mezquinas ataduras del colonialismo brutal. Un factor a considerar: todos se mueven con sentido práctico, hay pocos discursos antiimperialistas y mucha determinación soberana. Res, non verba.
CONFLICTOS. Esta tendencia dista de ser absoluta y muchos lugares son epicentro de contrastes dramáticos y sin solución a la vista. El este de Ucrania —Donbás— lleva ya casi cinco años sumido en un conflicto armado entre las fuerzas de Kiev y las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, que se opusieron al violento cambio de gobierno ocurrido en febrero de 2014. La importancia de esta zona es ostensible, pues su límite con Rusia lo convierte en un país nexo de enormes proporciones. Para comprenderlo, puede indicarse que posee el segundo ejército más grande de Europa, después del de su vecino, con un enorme arsenal de armas nucleares.
Un doble litigio se despliega allí: el contraste histórico, con derivación tenebrosa durante la Segunda Guerra Mundial, y la disputa entre los intereses atlantistas y rusos que extienden esa lucha hacia el presente. Aunque la postura de Vladimir Putin implica firmeza, el pertinaz alimento europeo a las vertientes neo nazis dificulta una salida. El asesinato del presidente de la República Popular de Donetsk, Alexander Zajarchenko, en agosto pasado, evidenció la dimensión del problema. Sin extendernos, añadimos: un mes antes, Trump aseveró -en franco contraste con las demás potencias occidentales- que «Crimea es rusa».
Otro de los espacios lacerantes es Palestina. La continuidad del hostigamiento israelí, con respaldo de algunas naciones árabes, de la OTAN y de los Estados Unidos, damnifica los derechos genuinos del pueblo palestino y convierte la zona en un permanente polvorín. El acorralamiento sobre la estrecha franja de Gaza lleva a que la vida en la región se constituya en un infierno diario y aunque surgen voces internas contra la política bélica de Tel Aviv, lo cierto es que el poder instaurado viene galvanizando a la opinión y acentuando el respaldo a los ataques criminales sobre una población que ha intentado construir una república democrática y parlamentaria.
Existen varios puntos más de colisión grave a tomar en cuenta: el contraste entre Myanmar y Bangladesh por los refugiados Rohingya, la crítica situación social en Yemen, la insistente intromisión externa occidental sobre Afganistán, las pugnas horizontales en el Sahel, la inestable realidad política del Congo. Sin embargo, ninguno de estos conflictos define rumbos mundiales aunque todos resulten parte -directa o indirecta- del complicado ajedrez.
TENDENCIA. El despliegue de los vectores comentados no es fácil de modificar. Los bloques continentales de gran crecimiento van alcanzando un ritmo que no se retrae con variables en tipos de cambio, encajes, recortes o dificultades en un intercambio comercial. Si vamos a considerar micro indicadores de comportamiento, podemos valuar los cambios en países de rango medio, para entender adecuaciones de sentido utilitario. Turquía, ahora colaboradora de Rusia en el tema Siria, y Corea del Sur, ahora lista para la cooperación con Pekín, resultan evidencias concluyentes al respecto. Ni siquiera se registraron allí modificaciones en las fuerzas que orientan esos estados: el mundo se reposicionó y ellas, lo comprendieron.
En varios trabajos previos hemos planteado análisis que se van corroborando mes a mes. Se pueden repasar para intentar entender. No vamos a ir tan lejos en esta ocasión porque las pruebas aproximan verdades. Sólo podemos indicar que, junto a un puñado reducidísimo de analistas, estamos solos en esta secuencia informativa, pues el conjunto de los medios, desde los concentrados hasta los alternos, estiman que “la derecha se impuso a nivel mundial”. Si algún acierto puede reconocerse al capital financiero, es haberse lanzado, más de una década atrás, a controlar con eficacia la comunicación en los distintos puntos del globo. No es un logro menor.
Pero la narración resulta, intencionadamente, errónea.
En realidad crecen los que apuestan al crecimiento, en vez de optar por la desaceleración. Crecen los que apuestan a la inversión productiva, el trabajo y –claro está- el rol rector del Estado, en detrimento de la rápida acumulación artificiosa hacia la renta parasitaria. Crecen los que articulan en relativo pie de igualdad, pese a las distancias estructurales de los protagonistas. Crecen los que observan al vecino y hallan intereses geoeconómicos confluyentes, no disputas territoriales de comarca y tribu.
Sin la esperanza de ser escuchados en el ámbito periodístico, ahondamos en el diagnóstico elaborado por este medio algunos años atrás.
(*) Área Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal.