Por Alberto “Pepe” Robles *
La semana que viene se reune el G20 en Buenos Aires. Conviene recordar que el G20, como cumbre de los veinte países más influyentes del mundo, surgió exactamente hace diez años, casi como un acto de desesperación de los poderosos del mundo, cuando estalló la Crisis de 2008, probablemente la peor que haya vivido la humanidad. El G20 terminó con el G7, el grupo de los siete países más ricos que venía gobernando de hecho el mundo desde el fin de la Guerra Fría.
La Crisis del 2008, que para muchos aún no ha finalizado, dejó al descubierto la irracionalidad suicida de la globalización neoliberal impuesta al mundo por Estados Unidos y Europa, a partir de 1990. Lo que se había iniciado con la promesa del “fin de la historia”, anticipando una era de bonanza y paz nunca vistas, sin guerras ni pobreza, estallaba sin misericordia dos décadas después en el corazón mismo del “primer mundo”, arrasando sus clases medias.
Los mayores bancos y empresas del mundo quedaron virtualmente en quiebra y el Estado salió a salvarlas con dinero de la población, que en muchos casos se usó para pagar los multimillonarios salarios de los CEOs y directivos de las empresas fallidas. Millones de puestos de trabajo fueron destruidos, los salarios cayeron y los empleos se precarizaron. En la Unión Europea surgió el grupo de países indeseables PIIGS, es decir “cerdos” (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España), tratados como un lastre y obligados a bajar drásticamente el nivel de vida. Como símbolo del fin de una época la serie Los Simpsons (T20 E432) dedicó un capítulo al día que esa famosa familia de clase media estadounidense no pudo pagar la hipoteca y le remataron la casa.
La crisis dio paso a la “austeridad” europea, se trasladó a América Latina a partir de 2012, golpeó a los gobiernos progresistas sudamericanos y una década de históricos avances sociales, y se potenció con la reaparición del fascismo en todas partes, el triunfo de Trump, el Bréxit y Bolsonaro. China por su parte aprobó el Plan Quinquenal 2016-2020, reduciendo un 40% el crecimiento y priorizando el aumento del salario real y el consumo en su mercado interno. Como broche, la Guerra Comercial declarada por Estados Unidos a China parece haber puesto punto final a la globalización iniciada en 1990, sin ningún orden mundial que la reemplace. En medio de toda esta situación caótica, el deterioro ambiental parece haber llegado a un punto sin retorno. Mientras tanto los fondos especulativos y el 1% más rico, viven su hora más gloriosa, aumentando sus ganancias al nivel más alto de la historia, como muestra Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI.
El G20 había aparecido en 2008 para prevenir y dar solución precisamente a estos problemas que hoy aparecen fuera de control. Hubiera sido más democrático que las decisiones clave del mundo se discutieran y decidieran en las Naciones Unidas, pero el G20 significó un avance porque incluyó en la mesa de decisiones del más alto nivel, por primera vez a países de América Latina, Asia y África.
En las Cumbres de Washington (2008) y Londres (2009) se había acordado realizar un cambio considerable de las reglas de juego globales, con medidas como la eliminación de las guaridas fiscales y una profunda reforma del Fondo Monetario Internacional y el sistema financiero, siguiendo la dirección progresista que venían señalando economistas como Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean Paul Fitoussi. Esas cumbres también tomaron la decisión de incluir en el G20 a la Organización Internacional del Trabajo (OIT), aceptando una iniciativa de la Confederación Sindical Internacional (CSI), impulsada por Brasil y Argentina, representados en la Cumbre por Lula y Cristina Fernández de Kirchner, respectivamente, introduciendo el tema del empleo en las deliberaciones del más alto nivel.
De esa primerísima etapa surgió el Consejo de Estabilidad Financiera (FSB), un organismo mundial para regular y controlar a los bancos, imponiéndoles estrictas normas de funcionamiento y transparencia que impidan los delitos y especulaciones que causaron la Crisis de 2008.
Pero el G20 se fue “lavando”, presionado por los grandes grupos y lobbies del poder económico y las reformas se entibiaron. Es lo que sucedió con el FMI, que cambió un poco (aumentó el peso del voto democrático e incorporó analistas sociales), pero en esencia siguió siendo igual, aplicando los mismos planes de ajuste economicistas de siempre para reducir derechos laborales y sociales.
A 10 años de la creación de la Cumbre del G20 es inevitable comenzar por decir que el G20 ha fracasado. Un reciente informe del JP Morgan titulado Diez Años Después de la Crisis Financiera, no sólo señala que el mundo no ha recuperado en ningún caso los niveles de crecimiento anterior a 2008, sino que, más allá de las regulaciones sobre los bancos, ha crecido exponencialmente la deuda soberana de los países y los sistemas financieros no bancarios con bajo respaldo, haciendo altamente probable una nueva crisis global en 2019, que algunos de los autores del informe sostienen que será más destructiva que la última. Es decir que el mundo está parado sobre una pila de papeles sin valor, listo para venirse abajo ni bien alguien quiera cobrar.
¿Qué puede esperarse de esta Cumbre del G20? Todas las miradas están puestas en la posibilidad de que se inicie un diálogo entre Estados Unidos y China para detener la Guerra Comercial, lo que no es poco. Más allá de eso, nadie espera nada. La mayoría de los y las dirigentes de primera línea que participan de las deliberaciones formales e informales del G20, han analizado con sus organizaciones si valía la pena asistir. En muchos casos han decidido no asistir o sólo hacer acto de presencia formal. De los 20 países miembros, Indonesia decidió no enviar a su presidente Joko Widodo, y Bolsonaro, el presidente electo de Brasil, decidió no integrar la delegación oficial.
El G20 tiene un grupo de consulta sindical llamado L20 (ele de Labour, palabra que en inglés se usa tanto para referirse al trabajo, como al movimiento obrero). Lo integran la Confederación Sindical Internacional (CSI) y las centrales sindicales de los 20 países que integran el G20. El L20 elaboró un documento sindical de recomendaciones al G20, destacando especialmente los peligros para el mundo del trabajo del cambio tecnológico actual, exigiendo que los gobiernos y empresas adopten el principio de “transición justa”, de modo que no se vea afectada la cantidad de puestos de trabajo y los derechos humanos de los trabajadores y las trabajadoras. El petitorio del L20 se completa con ocho series de recomendaciones puntuales para aumentar los salarios y la negociación colectiva, eliminar la precariedad laboral, iniciar la transición hacia una economía de bajo consumo de carbono para prevenir el cambio climático, regular las nuevas formas de economía digital para garantizar el empleo decente, asegurar la igualdad de género en el empleo, capacitar a las personas jóvenes para los oficios futuros, atender las necesidades laborales de personas migrantes y refugiadas y promover el trabajo decente de las personas con discapacidades.
Adicionalmente, el L20 elaboró una serie de propuestas de común acuerdo con el grupo empresarial (B20).
El G20 de Argentina debería tomar en cuenta las propuestas sindicales del L20 y las realizadas conjuntamente con el B20, al menos como lo hizo en Washington (2008) y Londres (2009), que tuvieron una influencia parcial, pero en la dirección correcta. Sin comenzar a resolver los enormes problemas de empleo, exclusión y contaminación, la posibilidad de encaminar al mundo en una senda de estabilidad y paz, son nulas. Pero a decir verdad, nadie espera que ninguno de los líderes del mundo siquiera lea las recomendaciones sindicales.
El G20 se creó con un espíritu de ampliación del grupo que toma las decisiones mundiales clave, dejando atrás el G7 de los países ricos, para admitir en la mesa a los llamados “países emergentes”, que se habían posicionado como grupo de poder con los BRICS, y que llegaron con reclamos de equidad económica, ecológica y social mundial, que Europa, Estados Unidos y Japón no tenían en agenda. Se trataba de establecer una nueva agenda mundial, de cara a los gigantescos cambios que está planteando un mundo multipolar y multicivilizatorio, que deja atrás al mundo anglo-eurocéntrico del último siglo y medio.
Para ello el G20 debía ubicar en un lugar central al empleo, la exclusión y las demandas sociales y ambientales, algo que el FMI y la Organización Internacional de Comercio se habían negado a realizar, bloqueando incluso la función que debió haber tenido el Consejo Económico Social de las Naciones Unidas.
Sin embargo el G20 no siguió este camino social que era consecuencia de la finalidad democratizadora que le dio origen. En sentido contrario vemos que las Naciones Unidas ha intensificado su perfil social, multiplicando las acciones concretas y sirviendo de plataforma a un diálogo Sur-Sur cada vez más decisivo, económica, social, ambiental y políticamente.
El surgimiento del G20 en 2008 fue un acto de realismo ante el caos, que significó aceptar que el mundo ya no podía ser manejado por siete países ricos, sin que se rompiera en mil pedazos. Pero si el G20 persiste en ignorar las urgentes necesidades laborales, sociales y ambientales de los países y pueblos del resto del mundo, representados por los trece países que se incorporaron en 2008, entonces habrá negado la razón por la que surgió y se convertirá en un organismo inútil, donde los líderes mundiales gastan fortunas en ejércitos y medidas de seguridad y control que los protejan, ante la mirada torva de los pueblos del mundo.
* Director del Instituto del Mundo del Trabajo “Julio Godio”