
Por Úrsula Asta (*)
En una fecha patria como lo es el 25 de mayo, es preciso pensar el presente, pero no sin mirar, siempre, la historia. En otras palabras, de dónde venimos constituye lo que somos y permite proyectarnos. Ni arrancamos de cero, ni pretendemos que nadie nos venda espejitos de colores. Nos tomamos entonces aquí el permiso de quien lee para ir hacia atrás y luego esbozar una mirada de nuestro presente.
1810 ¿De dónde venimos?
La Revolución de Mayo fue, según el relato mitrista, independentista desde el primer momento. ¿Por qué no fue así?… nos vamos a otros pagos: luego de que el ejército francés invadió España y tomó como prisionero a Fernando VII, el pueblo español comenzó una revolución nacional para hacer frente al invasor. El objetivo allí, debemos decir, también era alcanzar la libertad, igualdad y fraternidad, ideales de la Revolución Francesa. Por lo cual no se buscaba, justamente, restaurar la antigua monarquía. Vamos hasta allí para decir entonces que esa revolución tomó un carácter democrático. Era, justamente, el rey cautivo en quien se depositaba ese ideal de cambio.
Como parte de esa lucha, volvemos aquí: en América -en las provincias, ya no denominadas colonias- se formaron entonces las Juntas que desplazaron a los virreyes y juraron fidelidad a Fernando VII. En Buenos Aires, eso se logró el 25 de mayo de 1810. Ya luego, recién en 1814, después del fracaso de la revolución democrática española, esas luchas en América –que habían sido pro democráticas, pero no anti hispánicas- se tornaron independentistas.
De esta manera, a partir de esa revolución iniciada aquel 25 de mayo, surgieron distintos sectores que encararon ese frente democrático, en el camino de lucha contra el absolutismo. Hemos aquí un punto de partida -la madre del borrego, como se dice- para pensarnos: las dos rutas de mayo, denominadas así por Raul Scalabrini Ortíz, surgidas a partir de la Revolución de 1810. Dos modelos que pregonaron por intereses diferentes y que recorrieron la historia del país hasta nuestros días. Lo que permite poner en cuestión, por qué no, el término «new age» que nos pretenden imponer como algo nuevo: la grieta. En criollo: los dos modelos de país.
Por un lado, el frente revolucionario con las caras visibles de Moreno, Castelli, Belgrano, Paso, Argerich, Artigas, también por French, Berutti, Donado y Saavedra. En el cual, a nivel continental, se sumaron San Martín y Bolívar. Y, sobre el cual, tomando las luchas anticoloniales de América, podemos fundir un proceso que tuvo figuras a nivel patria grande y a nivel local en la defensa de Buenos Aires en la reconquista, de las cuales muchas mujeres de nuestra historia formaron parte. Desde Juana Azurduy, Micaela Batidas, Bartonila Sisa, hasta la “tucumaneza” Manuela Pedraza.
Por otro lado, volviendo a la grieta o a la otra ruta, hubo una burguesía comercial antihispánica, probritánica y pro libre comercio integrada por un sector nativo y otro inglés. Cambiar de collar, pero no dejar de ser perro, en términos jauretchianos y con perdón de los perros. Estuvo liderada por los conocidos Rivadavia, Manuel García y por Mitre.
Rutas de mayo/ «grieta»/ modelos de país
En un primer momento, se impuso la línea de Moreno, pero más tarde se modificó el rumbo hacia la burguesía comercial. Y así seguimos a lo largo de la historia, recorrida por estas dos concepciones:
Un frente proteccionista, que implementó el programa de la Revolución: El Plan de Operaciones de Mariano Moreno. En lo social, buscó apoyo popular; en lo político, tenía el objeto de resguardar la libertad a partir de la igualdad social. Un movimiento democrático antiabsolutista que buscaba extender su influencia en América. En lo económico, el Estado debía asumir el papel de la burguesía nacional inexistente, por el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productiva y que, por esa razón, tenía que ser el motor del desarrollo económico: fábricas, artes, ingenios, agricultura, navegación. Con una lucha por la unificación de los territorios. Las zonas interiores, federales, fomentaron la unidad latinoamericana y la formación de límites sobre los viejos virreinatos buscando un desarrollo autónomo. Cuya resistencia popular se expresó mediante las montoneras federales en las Provincias Unidas.
Por otro lado, la burgesía comercial fue antihispánica. De allí que el relato mitrista implicó sostener la cuestión independentista desde el vamos: era probritánico. Este modelo implicó rebajas a los aranceles de importación. Un frente compuesto por criollos para quienes la plena libertad de comercio, sin aranceles a la aduana, eran fundamentales para sus negocios. Pero también había un sector inglés al que se le habían concedido permisos de radicación en 1909, cuando todavía estaba el Virrey Cisneros. En ese sentido, para ellos se terminaba el negocio si el permiso temporario concluía.
En lo económico, propugnaban el aperturismo y la entrega del mercado interno. Cualquier parecido con la actualidad, no es mera coincidencia. Eso se realizó a través de una estrecha relación con Gran Bretaña, que implicó el otorgamiento de empréstitos de la Baring Brothers. Fue cuando se inauguró la deuda externa, en 1824. Además, buscaron controlar la aduana, lo cual fue una de las principales luchas entre estos –unitarios- y los federales. Así se sometía a las provincias a una nueva forma de coloniaje, ahora con Buenos Aires a la cabeza.
La oligarquía terrateniente y el imperio inglés
El resultado de estas políticas probritánicas implicaron la balcanización latinoamericana: se conformaron 20 países “independientes” convertidos en semicolonias, basados en la exportación de sus materias primas (dependencia económica), inmersos en la injusticia social y la elitización política a través del voto calificado.
El siglo XIX fue favorable al librecambismo. Las potencias capitalistas necesitaban nuevos mercados para sus productos manufacturados y requerían de materias primas para seguir desarrollándose industrialmente. En este contexto, con América Latina en la división internacional del trabajo, sometida así a los intereses extranjeros y de la oligarquía terrateniente local, se dió la configuración de los Estados nación. Y, la consolidación de esa clase social como sector dominante se imprimió en el ingreso del país en el mercado mundial como exportador de productos agrícola ganaderos (“ventaja comparativa” de la Argentina). Fueron los dueños quienes se beneficiaron de la superutilidad de una tierra híper fértil, cuyo cultivo no requiería de altos costos.
Esta renta agraria diferencial benefició no sólo a unos pocos terratenientes locales, sino también el imperialismo británico. Eso implicó, claro, terminar con las guerras civiles para lograr una estabilidad política a partir de la llamada «pacificación nacional»: represión a las provincias, eliminación de los focos de las montoneras federales y los caudillos (entrega de tierras a oligarquía); a su vez, la destrucción a través de la guerra del Paraguay, único país que iba contra los intereses británicos por ser el más industrializado y orientado al mercado interno; y la introducción de ferrocarriles desarrollados por los ingleses, todos ellos dirigidos hacia el puerto.
A nuestros tiempos
Dos proyectos políticos, sociales y económicos configuraron las disputas a lo largo de nuestra historia. Partiendo de esta premisa, hacemos, entonces, un salto en la huella y llegamos hasta aquí. Una parada para pensar el 2018.
Por estos días, con una convocatoria con consigna sanmatiniana «La Patria está en Peligro” el pueblo se congregó en torno al Obelisco para repudiar las políticas del gobierno en un evento de masas contundente. NO AL FMI fue la consigna que aunó a los cientos de miles, junto al sentir de la reivindicación de la fecha patria.
Quizás quede claro para muchas personas, aunque no está de más de repetirlo, que el maquillaje de “unir a los argentinos” como slogan, esconde –o pretende hacerlo- intereses de un sector que vino a destruir los intereses de una porción mayor. Como dijimos en otras ocasiones, consideramos aquí que no hay error, ni fracaso y que el gobierno no está chocando ninguna calesita. Está haciendo lo que vino a hacer. Heredero de su historia.
Las expresiones populares de rechazo público, el enojo, las huelgas, son parte del ejercicio de la democracia (la gobernabilidad se la dejamos en sus manos, es su responsabilidad). La tan mentada unidad entonces, esbozamos aquí, puede tener como ejercicio organizar esa bronca. Y sí, hay un sector, el que pugna por los intereses de las mayorías, que desde un posicionamiento claro y en sus diferentes expresiones debe unirse –en las calles y en las urnas- para lograr que este gobierno se vaya y quebrar el rumbo hacia su propia historia.
(*) Periodista de Radio Gráfica, conductora de Feas, Sucias y Malas.
Foto: MAFIA.