
Lo que hace falta es perderse y perdernos de vista,
toda vez que lo único que parecemos ver,
toda vez que lo único que es visto es la egocéntrica normalidad.
Egocéntrica normalidad cuya infame tentación es la invención de lo anormal”.
Carlos Skliar – «¿Y si el otro no estuviera ahí?»
Por Ernesto Javier Iriarte (*)
La EEM 2 DE 4 “Trabajadores Gráficos” es una escuela de Reingreso. Nació en 2004; en un tiempo de grandes preguntas y desafíos en lo que a repensar la escuela secundaria refiere. Los primeros intentos a través de los cuales el Estado se pronunciaba en este tema, fueron las leyes que definían el nivel secundario como obligatorio en la CABA (en 2002) y en todo el territorio nacional (en 2006).
En medio de estas voluntades políticas nuestra escuela nació, creció, y fue configurando un modo de ser y hacer propios, logrando de esta forma, construir con esfuerzo un único gran Sentido en el que nos reconocemos escuela, “acompañar a nuestros y nuestras estudiantes a conocer, pensar, experimentar y dar a luz un proyecto de vida que les aloje en clave de inclusión y calidad en esta cultura, en este pedazo de historia donde hoy (más que nunca) se vuelve indispensable asumirse sujeto de derecho”.
Este objetivo es eminentemente político. Y todo proyecto político se piensa y transita colectivamente. Sin embargo, la escuela secundaria argentina se caracterizó siempre por la enorme soledad de la tarea docente. Se planifica, enseña y evalúa en soledad. Esto es grave ya que la planificación de la propuesta de trabajo del docente, el acto educativo y la evaluación, se definen en función de los y las destinatarios/as de ese trabajo. Entonces, transitar esos momentos en soledad significa mirar a pibes y pibas con la propia mirada, una mirada única, atravesada por experiencias y criterios construidos en soledad. De este modo, el trabajo político que implica educar, se construye de modos solitarios, desencontrados e individuales.
Así, los inicios de los modos de ser docente en esta escuela se esbozaron alterando tímidamente esa soledad inherente a la trayectoria laboral de cada docente que fue llegando en los primeros años y aún hoy.
La primera gran tarea para los adultos que trabajamos en la escuela desde sus inicios, fue aprender a mirar sin prejuicios la realidad que ingresaba a las aulas, en los cuerpos, en las historias de vida y de escolaridades que los y las estudiantes portaban consigo.
Para esto, debimos desandar muchas formas de hacer escuela, y repensarlas con esa población en particular. Ese gran desafío lo afrontamos como pudimos, como nos salió. A veces siguiendo viejas recetas, o haciendo sobre la marcha, ya improvisando, siempre transpirando.
En este contexto, la Dirección de la escuela comenzó a generar espacios de trabajo, para pensar juntos de manera orgánica y sistematizada. Se empezaron a definir criterios institucionales acerca de lo que en esta escuela se intentaba garantizar. Y por si quedaban dudas, el primer día de clases, al momento de recibir a “los nuevos”, el Director Néstor les recordaba a esos jóvenes, que la única obligación que tenían en la escuela, era la de inventarse un proyecto de vida.
De ese modo, se fue gestando lo que hoy llamamos, una Cultura Institucional. Y con ella, la escuela comenzó a tener identidad propia tanto hacia adentro de las aulas como por fuera de ellas. Y esto fue una buena señal, porque cuando el territorio de la escuela excede el edificio en el que ésta se aloja, significa que su presencia, su autoridad, su trabajo y responsabilidad, acompañan necesariamente, esa expansión “territorial”.
Esta construcción de territorio y de identidad sólo fue posible por el trabajo de enlace que se fue armando con otras organizaciones oficiales, comunitarias, barriales, todas preocupadas por acompañar a los pibes y pibas del barrio en lo referido a sus derechos y necesidades. Y esto fue indispensable porque para ejercer el derecho a la educación es importante tener garantizados otros derechos que le caben no sólo a los estudiantes sino también a sus familias. Vivienda digna, trabajo, salud, acceso a la información, entre tantos otros.
Al momento de la creación de la escuela, esta comunidad se encontraba en un tiempo macro político de transición, en el que (tímidamente) el Estado Nacional comenzaba a desplegar una agenda política fuertemente ligada a la recuperación de tales derechos, después de tantos años de despojo, practicados en el marco de políticas de vaciamiento, de la mano del neoliberalismo, tanto durante tiempos de dictadura como de democracia.
Educar excede al acto de dar clase. Educar, es alojar a los nuevos en la cultura. Y para ello, el primer movimiento es el de detenerse para conocer al otro (en este caso a los pibes y pibas, y a sus familias). Decíamos que este ejercicio de mirar y reconocer al otro fue una práctica compleja. Un proceso donde comenzamos a pensar y a hacer con otros que no siempre eran docentes. Y esas presencias que nos acompañaron fueron determinantes para comenzar a reconocer a nuestra comunidad.
Este año, mientras atravesamos otros tiempos de transición, los docentes comenzamos a sistematizar con esfuerzo y compromiso un nuevo modo de trabajar para poder garantizar la educación de nuestros y nuestras estudiantes.
Se trata de alentar espacios de trabajo pensados colectivamente, sostenidos en la multiplicidad de experiencias, palabras y voluntades. Todas ellas enlazadas por un acto de confianza en lo público, en la voluntad y posibilidad de hacer entre todos y todas, aceptando la diferencia, en post de un objetivo común. Esto es, educar para construir incómodamente, alojando la diversidad, renunciando a ficticias escenas de normalidad.
La escuela nació en el siglo XIX con el objetivo de normalizar y disciplinar sujetos. Esos sujetos (sujetados a la Ley) serían los ciudadanos pensados por la generación del ‘80.
Hoy, el desafío es otro. Ya no se trata de sujetar, sino de acompañar. No pretendemos cuerpos dóciles, sino cuidados y potentes. El centro de esta nueva escuela no es el conocimiento, sino el derecho a la educación de los pibes y pibas. Acompañar con calidad al otro es hoy una bandera irrenunciable. Porque la Patria, es el Otro. Y sostener al otro es sostener a la Patria misma. Creemos que el Otro no es un enemigo y que la Patria no es sólo una idea que late en los símbolos. La Patria es el otro. Y en cada otro, la patria vive intensamente.
Por eso, garantizar institucionalmente, tiempos y espacios dedicados a revitalizar colectivamente la responsabilidad política de la tarea docente, revisando las prácticas en que la educación se lleva adelante día a día, implica pensar de qué modo preservamos y enriquecemos aquello que cada pibe y piba porta con su propia vida. Creemos firmemente que por ahí va la cosa. Interrumpir los “destinos que se creen inevitables”. Intervenir desde la labor cotidiana de manera responsable. Inaugurar nuevos saberes, nuevos proyectos. Por la Vida, por nuestra Comunidad, por la Educación. Por la herencia de lucha y orgullo, recibida de aquellos cuyo nombre hoy la escuela porta: los Trabajadores Gráficos.
(*) Vicedirector de la Escuela Trabajadores Gráficos que funciona en el edificio de la Cooperativa Gráfica Patricios.