Por Magdalena Rua (*)
Desde la dictadura genocida del 76 hasta la actualidad se mantiene una constante en el comportamiento de la economía Argentina: la fuga de capitales. A contramano de la visión tradicional, que sostiene que la fuga de capitales es causada por la incertidumbre política y económica, la historia reciente de nuestro país evidencia que la fuga de divisas se presenta como una variable permanente de nuestra economía periférica, y que tiene lugar independientemente del signo ideológico de los gobiernos de turno y de las bonanzas o crisis económicas de nuestro país. Sin embargo, la relación de la fuga de divisas y el endeudamiento externo difiere a lo largo de los últimos 40 años.
La fuga de capitales comienza a ser una variable central en nuestra economía a partir del proceso de financiarización de la economía mundial y, en Argentina, desde la implantación del régimen de acumulación basado en la valorización financiera que dejó atrás un modelo económico sustentado en el desarrollo productivo, para centrar su eje en la especulación financiera, con el objeto de insertarse en el nuevo orden capitalista mundial. Las variables centrales del modelo económico de Martínez de Hoz fueron la desregulación cambiaria y financiera, junto con altas tasas de interés, en el marco de devaluaciones pre-anunciadas, que permitieron el ingreso de capitales especulativos que buscaban valorizarse internamente y posteriormente fugarse al exterior (Eduardo Basualdo, 2011), dando origen a la llamada “bicicleta financiera”.
Son esas mismas políticas las que hoy vuelven a repetirse. Como queda demostrado en los últimos dos años, a diferencia de la perspectiva ortodoxa, la existencia de un diferencial positivo de las tasas de interés en Argentina con relación a las tasas internacionales junto con la liberalización total del mercado cambiario no garantizan la entrada neta de divisas a nuestro país, ni mucho menos la permanencia de aquellos capitales que ingresan. En la actualidad, las altas tasas de interés y la total apertura del mercado permiten un mayor ingreso de flujos financieros, pero también esa flexibilidad regulatoria, que rige el sistema cambiario, es la que permite una mayor salida de estos flujos. Las supuestas “inversiones” que ingresan en la etapa actual resultan ser, en su gran mayoría, capitales especulativos que ingresan mediante instrumentos de deuda en busca de rentabilidad de corto plazo y de las garantías que permitan su rápida salida al exterior. Al mismo tiempo que la salida de divisas se ha disparado a partir de la apertura irrestricta del mercado cambiario.
Desde la eliminación de las restricciones cambiarias en diciembre de 2015, los niveles de egresos e ingresos que se manejan en dicho mercado por compras y ventas de moneda extranjera del sector privado se han multiplicado, acumulando una salida neta de divisas por compra de moneda extranjera para atesoramiento del sector privado de 40.909 millones de dólares entre diciembre de 2015 y marzo de 2018.
A estos 40.909 millones destinados al atesoramiento del sector privado, se le suma la demanda de divisas por vía de la cuenta corriente para el pago de servicios, tales como la salida de moneda extranjera por fines turísticos (que ya acumula 22.621 desde diciembre de 2015 a marzo de 2018), el giro de utilidades y dividendos al exterior, los pagos netos por intereses y el tan relevante déficit de la balanza comercial de bienes, que alcanza niveles récord.
Durante la gestión kirchnerista, la fuga de capitales no se interrumpió, por el contario, los niveles de salida alcanzados en el año 2011, por ejemplo, fueron de magnitudes similares a los de la etapa actual. A pesar de ello, se pueden observar dos características distintivas de aquella etapa. Por un lado, se produjo un proceso de desendeudamiento externo que detuvo el estrecho vínculo histórico existente entre la deuda externa y la salida de divisas, que hoy vuelve a tener protagonismo. A diferencia de lo que ocurre en la actualidad, durante el kirchnerismo, la salida de divisas se financió, preponderantemente, con superávit de la balanza comercial y con las reservas internacionales acumuladas en los años de superávit. Por otro lado, ante la fuerte demanda de divisas para atesoramiento del año 2011 (21.500 millones de dólares), en un contexto de estrangulamiento del sector externo, la política adoptada por el gobierno fue orientada a controlar el mercado cambiario, llegando a prohibir la salida de moneda extrajera para fines de atesoramiento y desdoblando el tipo de cambio de acuerdo al destino de la divisa.
La importante demanda de moneda extranjera del sector privado agudiza la problemática de la “restricción externa”, es decir, esta constante salida de moneda extranjera presiona sobre los problemas existentes en el sector externo debido a la escasez de divisas (Gaggero, J., Rua, M. y Gaggero, A., 2013). En la etapa reciente, la falta de generación de divisas genuinas por la vía de exportaciones es suplida mediante un exacerbado endeudamiento externo. Así se retorna al circuito histórico de deuda externa y fuga de capitales, que se retroalimenta de manera continua. La salida de divisas es posible gracias a la toma de deuda externa que provee los recursos necesarios, y ese endeudamiento es posible en el marco de una política de desregulación financiera y cambiaria que, al mismo tiempo, permite la posterior fuga de los recursos al exterior, a la vez que el déficit que provoca dicha fuga de capitales en la cuenta financiera estimula un mayor endeudamiento externo. Este circuito de especulación financiera expone a la economía argentina a mayores niveles de volatilidad, inestabilidad y vulnerabilidad externa, que dan lugar a una posible crisis cambiaria o de deuda en el mediano plazo.
(*) Contadora Pública (UBA), Maestranda en Economía Política (FLACSO), Docente en FCE – UBA, Investigadora del Dpto. Economía Política del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini y del Centro de Economía Política Argentina