junio 08, 2025

Herejía popular | Un nota sobre aborto y brujería

Herejía popular | Un nota sobre aborto y brujería

Por Úrsula Asta (*)

Allá lejos y hace tiempo, antes del período de caza de brujas, la herejía del medioevo se sostuvo como un movimiento a partir del cual se expresó la resistencia a la economía monetarista creciente y planteó la emancipación. Implicó un movimiento conciente de creación de una sociedad nueva en el marco de su lucha antifeudal. La acusación de hereje se usaba para atacar cualquier tipo de insubordinación política y social, que era castigada por la Inquisición.

La herejía denunció jerarquías sociales, la propiedad privada, la acumulación de riquezas y redefinió aspectos de la vida como el trabajo, la reproducción sexual y la situación de las mujeres, quienes tenían una elevada posición social dentro de la herejía popular. Razón por la cual, se desarrolló en su seno un verdadero movimiento de mujeres.

Vamos hasta allí para poner sobre la mesa que ya desde esa época existen numerosas referencias al aborto y al uso femenino de la anticoncepción documentados en los Penitenciales de la época, manuales para confesores que traslucen los cánones sexuales del momento. De este modo sabemos cómo las mujeres trataron de controlar su función reproductiva y que a aquellos anticonceptivos se los llamaba «pociones para la esterilidad» o maleficia, augurando la fuerte criminalización posterior que sufrirían las mujeres durante la caza de brujas.

Como señala Silvia Federici en su libro Calibán y La Bruja, el proceso de acumulación originaria del capital no implicó sólo la expropiación de los medios de subsistencia de los trabajadores y la esclavización de los pueblos de América y África; sino también requirió la transformación del cuerpo en una máquina de trabajo y el sometimiento de las mujeres para la reproducción de la fuerza de trabajo.

El exterminio de las brujas puede leerse como un intento de destrucción del control que habían ejercido sobre sus cuerpos y su reproducción. A partir de esa persecución y criminalización se demonizó cualquier forma de control de natalidad y de sexualidad no procreativa, al mismo tiempo que se acusó a las mujeres de sacrificar niños. Y tal práctica se exportó también hacia Africa y América Latina.

Entonces, mientras las mujeres en la Edad Media habían contado con métodos anticonceptivos, como hierbas convertidas en pociones, ahora los úteros eran objeto de un total control político de los varones y el Estado y puestos al servicio de la acumulación capitalista. Ese saber de las mujeres, transmitido en generaciones, no se eliminaba, sino que pasaba a la clandestinidad.

Así, además de negar a las mujeres el control de sus cuerpos, afectando su integridad física y psicológica, se confinó a las mujeres al trabajo reproductivo dando lugar así a la división sexual del trabajo. El control social era el objetivo de la persecución.

Ya hacia el siglo XX se suma otro capítulo a la batalla por el cuerpo de las mujeres como territorio de conquista y como parte del destino planeado para nuestro sur por parte del imperialismo. Con fuerte contenido clasista, racista y misógino, Estados Unidos inició una práctica sistemática de esterilizaciones forzadas con argumentos que van desde la eliminación de la pobreza a la mejora de rasgos identitarios.

Son ampliamente conocidos los casos del Cuerpo de Paz de EEUU que esterilizó mujeres indígenas en Bolivia desde 1962 sin su consentimiento y con la excusa de brindar asistencia médica. Lo mismo realizó el peruano Fujimori quien se escondió en el relato de «las mujeres peruanas deben ser dueñas de su destino» y esterilizó mujeres pobres, indígenas y de determinadas zonas como método para «acabar con la pobreza». La tasa de fecundidad debía ser reducida drásticamente como parte de las negociaciones a pedido del Fondo Monetario Internacional, según relató la activista peruana Giulia Tamayo.

Y aquí estamos en el punto central de un debate que nos encuentra hoy. La legalización del aborto no es un tema secundario ni colateral, implica una necesidad porque es una cuestión de salud pública. Su penalización genera circuitos clandestinos de tratos inhumanos a las mujeres y los cuerpos gestantes donde incluso pierden la vida, sobre todo en sectores más pobres.

Hoy, un impulso firme, convencido y sostenido del movimiento feminista camina hacia un paro internacional enarbolando una bandera histórica. El aborto legal, seguro y gratuito es la exigencia de soberanía sobre nuestros cuerpos y la demanda al Estado de garantizar nuestra vida en una práctica que es una realidad: las mujeres abortamos, decidimos si ser madres o no y elegimos cuándo serlo.

(*) Periodista de Radio Gráfica, conductora de Feas, Sucias y Malas (sábados de 10 a 12hs).

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