Por Eliana Cabezas *
En una vereda, el enorme caudal de mujeres que asiste al Encuentro Nacional. El fenómeno de “Ni una Menos” y la visibilización de los casos de violencia machista. En la otra, las resistencias, las distintas opresiones y la reproducción de las relaciones de dominación. Un índice en aumento. Siete femicidios en una semana. La conmoción por el asesinato de Lucía Pérez y la convocatoria a paro y movilización a Plaza de Mayo para este miércoles.
“La desigualdad no existe”, “no se puede hablar de machismo cuando hubo mujeres que lideraron procesos políticos”, “entonces si les grito un piropo me convierto en un potencial femicida”. «Pero si en este país las mujeres llevan los pantalones de la casa». El sentido común fuertemente arraigado. Ejemplos absurdos, comparaciones descabelladas. Particularidades que dejan de lado a la estructura y dan cuenta de la comodidad del privilegio.
La educación es androcéntrica. El lenguaje, sexista. Las grandes heroínas de la historia continúan invisibilizadas. La división sexual del trabajo se mantiene intacta. Los espacios de poder siguen siendo – en su mayoría – liderados por hombres. El índice de femicidios aumenta. Como dice el refrán: no hay peor ciego que el que no quiere ver.
La historia robada
Las grandes batallas no estuvieron únicamente encabezadas por hombres. Las mujeres también participaron, pero el relato patriarcal se encargó de ocultarlo. Sepultó a las heroínas y las privó de la potestad de la organización: las invisibilizó. Abundan historias como la de La Gaitana, cacica que, tras el asesinato de su hijo, armó un ejército de seis mil guerreros y enfrentó a los conquistadores; el problema está en que el trabajo arqueológico escasea.
El mito de la universalidad del lenguaje, un aliado estratégico. La hegemonía del vocablo masculino, el silencio justificado con un “abarca a los dos géneros”. El poder expulsivo de las palabras. La negación de la existencia, el encubrimiento de la identidad y la subordinación. Una forma de violentar.
Construcciones que permanecen
“No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino”. Simón de Beauvoir en El Segundo Sexo.
Las luchas llevadas adelante por los movimientos feministas no fueron en vano. Acontecieron transformaciones políticas, sociales y culturales que permitieron la participación de la mujer en espacios que antes eran vedados. No obstante, todavía quedan cimientos por lapidar: la distribución sexual de las tareas. Un mandato social que se apoya en el discurso médico y se impone desde la infancia a través de los juegos. Se parte de lo genital para, luego, asignar roles. A la nena se le enseña a ser la reina del hogar. Al nene, a utilizar su destreza física para ser un buen guardián. La débil, el fuerte y la complementariedad.
Una “Encuesta sobre trabajo no remunerado y uso del tiempo” hecha por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) durante el último trimestre de 2013 reveló que el 88,9 por ciento de las mujeres encuestadas realiza trabajo doméstico no remunerado, contra el 57,9 por ciento de los varones.
Ingresar al ámbito laboral no cambió el panorama. El esfuerzo se duplicó. No solo fue el proveer, sino también el garantizar la cena después de cada jornada. Sin olvidar, el apoyo escolar y los cuidados. El descanso y las relaciones sociales, para otra vida.
Mujeres, política y poder
A pesar que hubo mujeres que orientaron al movimiento nacional, los lugares de poder son de difícil acceso. La conducción sigue estando asociada, en el imaginario social, a una característica natural del hombre. Abundan los obstáculos materiales y simbólicos para construir la referencia. El ninguneo y las desacreditaciones. Las discusiones, acaparadas por la voz del opresor. Las reuniones a altas horas de la noche que, muchas veces, impiden la participación femenina, que se halla con la obligación divina de ir al hogar a garantizar la comida.
Lo simbólico, un bastión fundamental
Publicidades que representan a la mujer asociada a los quehaceres domésticos. La mancha que no sale, el hombre musculoso que le alcanza la solución mágica porque “sola no puede”. El acoso callejero. La opinión que nadie pidió y un “hermosa” que esconde un “acá mando yo”. Un continuo de actitudes, gestos, conductas, patrones, que sostienen el maltrato y lo perpetúan. La violencia simbólica, como aquello que argamasa y le da sentido a la estructura jerárquica de la sociedad. El femicidio: su expresión material.
Un informe realizado por la ONG La Casa del Encuentro destacó que, desde el 2008, hubo un total de 2094 femicidios. En 2014 fueron 277 las mujeres asesinadas. En 2015, año en que se llevó a cabo la primera marcha del Ni una menos, el índice ascendió a 286.
Acosadas. Violadas. Incineradas como las brujas en la Edad Media. Empaladas. Arrojadas a una bolsa, como una muñeca rota que perdió su utilidad y no cotiza en el mercado. Tiradas al descampado. Enterradas. Sin vida. Una secuencia que se repite y que duele en lo más profundo del corazón. El alma, desgarrada. Las lágrimas de la impotencia. El machito, el que mira para un costado y la violencia del doble discurso. La bronca, en todo el cuerpo. Un único grito, fuerte: vivas nos queremos.
Fundamental es que la mujer se organicé y cope las calles. Al tirano hay que hacerle sentir la furia feminista por Ángeles Rawson, Melina Romero, Chiara Páez, Marina Menegazzo, María José Coni, Ayelén Arroyo, Samantha Yoerg, Marilyn Méndez, Lucía Peréz. Por cada una de las que mata diariamente el Patriarcado.
(*) Área Periodística de Radio Gráfica