Por Fernando Protto *
Alguna vez le plantearon a Perón, por qué aceptaba algunos dirigentes de dudosa procedencia, entonces contesto que una casa no solo sólo se hace con ladrillo sino que también se necesita bosta. Esto permitió que un sinfín de arribistas, corruptos y traidores escalaran en la estructura interna del partido, lo cual trajo más de un dolor de cabeza, pero el problema principal no radica en haberlos aceptado, sino en la falta de autocrítica después de eso. Problema ríspido para tratar, pero que también genera mis dudas en por qué soy peronista.
El punto no está en poner en duda las falencias del líder, actitud que muchos viejos peronistas criticaron el algún momento (por ejemplo, mi viejo siempre planteo que Perón no tendría que haber sido presidente en 1973), sino en las construcciones políticas post muerte de Perón. Sin sacar a relucir el peronómetro que todo peronista tiene, debemos plantearnos por qué aceptamos que un López Rega, un Menem, un Duhalde, un Rukcauf o un De Narvaez llegaran a ciertos lugares de poder, utilizando las siglas del movimiento, también entran acá un Cobos o un Massa y en los 70 las posturas armadas de la izquierda peronista, cada personaje o línea interna que surgió tiene su justificación de época pero no así la autocrítica que permita entender, en base al error, por qué se falló al construir poder.
Aunque se ronda en la valoración moral, saber comprender que ciertas alianzas o candidatos coyunturales no es una política a largo plazo, lo cual puede ser perjudicial a futuro. Todos entendimos que la Organización vence al tiempo, pero no supimos entender que construir no es amontonar y que eso puede ser perjudicial para otorgarle mayor legitimidad al movimiento. Aunque esto sea para debatir en conjunto, entender que la conducción puede fallar, nos permite analizar y comprender, qué hacer ante la disyuntiva de un futuro negro.
El mantenerse organizando, construir el propio espacio político y sostener una clara política de desarrollo humano y económico, les permitió construir un movimiento político, con la menor cantidad de traidores, arribistas y corruptos posibles, a varios dirigentes. Aunque muchos de nuestros líderes cayeron en la tentación fácil del poder, al leer y estudiar sobre diversas organizaciones política del peronismo, uno empieza a entender que muchos militaron por una necesidad de sus comunidades y no por cuestiones individuales. Desde la militancia de la resistencia, gran parte de Guardia de Hierro, sectores de la tendencia y hasta líderes sindicales, preferían como los anarquistas, ser caratulados como cobardes y no como corruptos. Esto ayudo a comprender, que para muchos militantes hacer la política era un servicio y un deber colectivo y no solo un accionar individual. Con el paso del tiempo algunos se fueron yendo o el movimiento los separo, pero en sus vidas continuaron con aquellas viejas lógicas políticas que sostuvieron toda la vida. Por eso, en momentos que me entran las dudas si seguís o no siendo peronista, me acuerdo aquella frase de “Cacho”, Envar El Kadre para el libro la Voluntad de Cáparros y Anguita, que decía: «Perdimos, no pudimos hacer la revolución. Pero tuvimos, tenemos, tendremos razón en intentarlo. Y ganaremos cada vez que algún joven lea estas líneas y sepa que no todo se compra ni se vende y sienta ganas de querer cambiar el mundo.» Acá es donde reconfirmo por qué no puedo dejar de ser peronista…
(*) Columnista de Historia en Desde el Barrio