
Por Eliana Cabezas *
Esparcir suavemente la crema por la zona afectada de estrías. Dos, tres, cuatro veces, los 365 días del año. No desear el chocolate del prójimo. Ser fiel a la ensalada tanto en invierno como en verano. Correr quince kilómetros cada seis horas. Veinte en caso de haber pecado: el ejercicio permite quemar la culpa. Evitar las minifaldas y remeras escotadas. También las poleras, dejan mucho a la imaginación. Agradecer frente a la opinión ajena. Sonreír. El camino despejado, una Barbie más que ingresa al mercado.
La estereotipación de la feminidad, una máquina que oprime y que tiene de motor a la división sexual del trabajo. La ciencia médica, el patrón de la fábrica que, desde una mirada biologicista, contribuye al sometimiento de los cuerpos. La categoría sexo, el dispositivo que se presenta como “natural” para organizar lo social desde una lógica binaria. El hombre, destinado a lo público. La mujer, a lo privado. Los opuestos, la complementariedad y el amor romántico. El sistema heteropatriarcal, intacto.
El molde de la femineidad
Desde la infancia, a través de los juegos, se construye un “ser mujer”. Sensible y delicada, destinada a la crianza y los quehaceres domésticos. La princesa, el bebote, la cocinita. Distintos caminos, un mismo destino: la naturalización de comportamientos que reproducen las relaciones de dominación. El dogma de la maternidad. Los patrones de belleza y la necesidad de una silueta esbelta para formar parte de esa elite saludable. Detrás, los cuerpos dóciles como estrategia para mantener intactas las estructuras de poder. El mecanismo consiste en controlar los movimientos, gestos y actitudes, en exigir signos, que van variando de acuerdo al contexto político, social y económico.
“Es linda, pero gorda”. “No da que se ponga un vestido tan ajustado con ese cuerpo”. “Mañana lo quemo en el gimnasio”. Sentidos comunes fuertemente arraigados. Especialistas de lo correcto, voces legitimadas que diagraman la receta de la felicidad y violentan con el respaldo de la ciencia. De pronto, la conciencia que se inyecta como reclamo por el consumo de esa zarta de calorías materializada en media galletita. El castigo, 600 abdominales bajos y 400 sentadillas. Las diversidades son invisibilizadas a la par que las clínicas de cirugías plásticas realizan ofertas irresistibles: con dos liposucciones llévese un implante de regalo.
La corporalidad de la mujer es atacada desde distintos frentes. El mito religioso es uno de ellos. De un lado, la Virgen María, que, con su embarazo por “obra y gracia del Espíritu Santo”, sepultó el erotismo y convirtió en tabú la sexualidad. La maternidad, un mandato divino. El clítoris y la vulva, silenciados. El orgasmo, un invento de satanás. Del otro, Eva, la yegua trepadora que condujo al indefenso Adán a comer del fruto prohibido. Y en el olvido Lilith, quien prefirió abandonar el Paraíso antes que renunciar a sí misma. Traducción: “te quiero sumisa”.
Los cuerpos y el acoso callejero
La jerarquía de los cuerpos se manifiesta en el espacio público. De un lado, la libertad de movimientos. Del otro, la medición de oscuridad. A menor cantidad de tela, mayor luz. Y el cálculo se complejiza si se le agrega como factor el horario… y una combinación palabras malintencionadas.
– Cómo te violaría
-¿Tan linda y sola? ¿No querés que te acompañe?
-Qué piernas…
La violencia simbólica disfrazada de piropo, el as del opresor para mantener intactas las relaciones de dominación. El poder está ahí, en la calle, para ser disputado. La clave está en no achicarse, en armarse de valor y confiar en el potencial que cada una posee sin importar el bombardeo de agravios. Bruja, frígida, resentida, puta, torta, feminazi, pero firme y preparada para luchar por los derechos que todavía faltan conquistar.
(*) Área periodística Radio Gráfica