Por Eliana Cabezas *
A pesar que pasó un año de la masiva movilización contra la violencia machista y los femicidios, no se registraron cambios profundos. Las estructuras se mantienen intactas. Los números dan cuenta de ello. En el 2015 fueron asesinadas 286 mujeres y 66 en los primeros cien días del año. Por eso, este viernes, una vez más se alzará la voz para decir “Ni una Menos, vivas nos queremos”.
A Guadalupe Medina la encontraron estrangulada y con signos de abuso sexual en una precaria casilla de Rosario . A Micaela Ortega, golpeada y asfixiada en un descampado fuera de la ciudad de Bahía Blanca. A Milagros Torre, violada y ahorcada en su casa de la localidad tucumana de La Cocha. La lista de nombres es larga. Ninguna forma parte de un caso aislado: son la expresión material de la naturalización de las relaciones de dominación.
El sistema heteropatriarcal violenta abiertamente, pero también lo hace de manera silenciosa. Lo simbólico, la herramienta más efectiva. El aliado estratégico para la interiorización de las condiciones sociales y la subordinación consensuada. La división sexual del trabajo distribuye el juego. Asigna roles y crea estereotipos de acuerdo a la genitalidad. Pero no está sola. La acompañan la historia robada, el lenguaje androcéntrico y la heterosexualidad obligatoria.
Las creencias son inculcadas desde los aprendizajes primarios. A la niña se le enseña a ser madre y ama de casa. Se le da juegos propios del ámbito privado: cocina, bebotas, plancha. Se le imprime la feminidad moldeando el accionar corporal. En cambio, al niño se le brindan juegos que conllevan al desarrollo de la fuerza física y la sociabilización. La masculinidad de la mano del poder, la sensibilidad relegada al débil. Una única manera de “ser hombre”.
La violencia simbólica se implanta en los cuerpos y mantiene intactas las estructuras. Penetra en el inconsciente. Naturaliza los micromachismos. Y, en definitiva, colabora con la reproducción de un sistema social, político y cultural opresor. La conciencia liberadora no alcanza sino se produce una transformación que ataque directo al núcleo. La apropiación de prácticas contradiscursivas es fundamental para generar otro tipo de condiciones, más justas y equitativas.
Levantar las banderas de “Ni una menos” es fácil, sostenerlas en el tiempo no tanto. Requiere compromiso, voluntad, fuerza. Implica cuestionar los cimientos y sepultar el sentido común. Derribar los hábitos fuertemente arraigados. No sirve reflexionar el día de la marcha, sí con las prácticas cotidianas se mantiene vivo al Patriarcado. La llama permanece intacta. Los femicidios aumentan y el presupuesto destinado al Consejo Nacional de las Mujeres representa el 0,0055 por ciento del presupuesto nacional.
Las mujeres son violentadas tanto en la esfera privada como pública. La identidad se construye a costa de una feminidad suave y delicada. La decisión sobre el propio cuerpo, un derecho negado. Lo político, otro plano. El acceso a los espacios de poder sigue siendo una odisea y la problemática de género todavía no adquiere la dimensión necesaria para cortar con el cordón umbilical. La opresión mata, pero más aún la indiferencia.
*Área periodística de Radio Gráfica