junio 08, 2025

Siempre un 17

Siempre un 17

Por Ariel Weinman*

Se cumplen 70 años del 17 de octubre, aquel acontecimiento protagonizado por los trabajadores que cambió el rumbo nacional. La multitud desfilando en las calles de Buenos Aires, exigiendo la libertad del coronel Perón, no es un hecho del pasado.

Por lo tanto, su celebración se sobrepone al ritual practicado por costumbre. Como aquellas fiestas del 25 de mayo en nuestra escuela en tiempos de la Resistencia, de fusilamientos y palabras prohibidas, que lo único atractivo que tenían para los alumnos eran los alfajores que repartía la cooperadora. El mito de origen, que sigue subsistiendo de esa sublevación popular, continúa alimentando nuestros cuerpos con las palabras imprescindibles, ¡Perón!, ¡Evita!, resistiendo el pasaje de esa epopeya al bronce. Se sabe; cuando se quiere que algo muera, se necesita su entrada al museo. El ingreso a las vitrinas garantiza el certificado de defunción de las palabras, de su vacío de todo significado posible.

A pesar de los golpes, las persecuciones, los fusilamientos, las desapariciones, el 17 de octubre es un hecho del presente.

En el lenguaje quinielero el “17” es la desgracia, pero ¿para quién? A partir del 45 los “faber número dos” anotaron ese número con la grafia “perón”.

Además, el 17 de octubre modificó sustancialmente el lenguaje cotidiano para siempre, incorporó nuevas palabras al habla de los argentinos: a partir de entonces se tornó corriente hablar de líder, conducción, veinte verdades, justicialismo, soberanía nacional, lealtad, derechos sociales, paritarias, convenciones colectivas, voto femenino, movilización, manifestación, rama femenina, nacionalizaciones, industria nacional, estado social, trabajadores. El mismo universo lingüístico que nos circunda y nos hace “sacar pecho”, ahora mismo. Con clarividencia de clase la Revolución Fusiladora pretendió confiscar esas palabras, secuestrarlas, sacarlas del lenguaje, del habla cotidiana y colocar en su lugar el silencio.

Desde aquel 17 de octubre las clases humildes, oprimidas, proletarias dejaron de ser peones, la peonada, para transformarse en ¡trabajadores! Ese tránsito implicó derechos y dignidad, “lo único que puede hacer invencible e inmortal a la patria” dijo Perón frente a la multitud aquella noche de octubre del 45. Un lugar en la patria. Esas palabras no procedían de los diccionarios y de los libros escritos por los dueños de la gramática, sino de la experiencia de clases populares que constataban que los derechos no era aquello que estaba escrito en las leyes y las constituciones: constituían su realidad efectiva resultado de una conducción política y un gobierno.

A partir del 17 de octubre los trabajadores dejaron de ser un “objeto de estudio” de los especialistas, académicos y literatos. Para siempre, salieron de la historia escrita por abogados, policastros e intelectuales, la Historia elaborada en dos versiones que en definitiva terminaron coincidiendo; una, que los asimilaba a la “barbarie” inculta e iletrada, incapaz de cultura y de inteligencia. Utilizaron palabras y metáforas biologistas para colocarlos en la pre-historia, una bofetada en la boca que los ubicaba en el borde mismo del mundo animal.

La otra, que en un ejercicio de traslación mecánica desde el Norte hacia el Sur -escribir América con las gramáticas de Europa-, recogía las imágenes de los trabajadores de la Comuna de París y de los Soviet de Petrogrado para entender la realidad nacional; por eso cuando vieron, y siguen viendo, desfilar a esa multitud abigarrada no dudaron en caracterizarla como lumpenproletariado. Una masa descarriada que compararon a las que dieron encarnadura, por ejemplo, al fascismo italiano, y a la que calificaron de “aluvión zoológico”. Metáfora racista si las hay!

17 interiorAnte una nueva realidad, donde los asuntos colectivos se dirimen en una Plaza que les había sido ajena y esquiva, en el mismo momento de la irrupción inesperada de una legión desprolija, desalineada, impertinente, cuando el hombre dejó de estar solo y esperar, aquellos apologistas de “la lucha de clases” no dudaron en alinearse en la Unión Democrática donde militaban los propietarios de los discursos que, como bien destacara Walsh, son los dueños de todas las otras cosas. De ahí, que la multitud voceara con energía “alpargatas sí, libros no”, los libros escritos por la oligarquía que colocaban a las masas de obreros, como antes lo habían hecho con el gauchaje y la inmigración proletaria, en el lugar del salvajismo, la barbarie, la incivilización. Los resentidos afirman que íbamos contra la cultura y la educación. Papanatas, creamos la Universidad Obrera nacional, creamos escuelas como nunca antes, a partir de 1947 la enseñanza universitaria es gratuita para los estudiantes ¿Todavía tenemos que seguir explicando lo que hicimos esta década de doce años con la educación?

Los trabajadores, cuando pudieron lavarse con el agua bendita de la fuente, ingresaron a otra historia, la escrita en las calles, en las asambleas populares, en las marchas, las manifestaciones, las movilizaciones, que modificaron la escenografía nacional dejando a su paso un reguero de sudor, de suburbios, de grasas malolientes. Una masa invisible que brotó del subsuelo como lo hace el petróleo en un pozo recién perforado: a chorros, indetenible, enérgico, negro, grasoso, que tanto inquietó a los escribas de la colonización, a los Mordisquitos de ayer y de hoy. ¡Patria sí, colonia no! gritan a su paso esas masas sudorosas a partir de entonces. Acaso ¿no es a partir de entonces que comenzamos a apreciar los malos alientos, las mugres de las periferias, los olores indeseables que proceden de los suburbios? ¿No es a partir de ese tiempo indómito que deseamos el abrazo bien apretado sintiendo las vísceras del otro y de la otra?

El peronismo, para asombro de las “almas bellas”, siempre mirando desde Europa, instituyó no sólo una nueva manera de escribir y hablar; también, inscribió una nueva manera de sentir la presencia del otro y de la otra. Es lo que no pueden captar los que analizan el devenir exclusivamente desde el marco teórico de las ideologías. No tomaron nota que el peronismo también redefinió la sensualidad sobre nuevas bases, modificó su propia definición; lo transformó un acto insolente: desde entonces, queremos el beso sensual del desconocido y de la desconocida, lo deseamos, en las buenas y en las malas.

Cuando las aguas bajaron turbias, el odio, la persecución, las proscripciones, las desapariciones, no lograron disolver en el aire del olvido las palabras esenciales. Ni siquiera la burla sarcástica y siniestra de los 90 pudo acribillarlas. ¿Te acordás? Decían “te quedaste en el ’45”. La privatización de los servicios públicos que el peronismo había hecho bandera, la flexibilización y la precarización laborales reemplazaron a los derechos y a la soberanía. El pueblo trabajador protagonista de otro acontecimiento en 2001 llegó hasta ahí, a las mismas profundidades, hasta el cuarto subsuelo del lenguaje para rescatar esas palabras nacionales del derrumbe un 19 y 20 de diciembre. Y recomenzar el relato siempre abierto, inconcluso, inacabado.

Nuevos nombres inesperados fueron pronunciados otro 25 de mayo y otra vez pudimos bailar el tango cara a cara, sintiendo los pechos apretados, mezclados los cuerpos.

Desde hace 70 años hay palabras que se dicen, que se gritan, que se celebran. Estado, patria, pueblo, derechos, plaza. También nombres: Perón, Eva Perón, Néstor, Cristina sintetizan la lucha entre Apolo y Dionisio en el Sur. ¿Quién se acordará del resto? Ellos son nombres propios que están situados en la lucha entre la voluntad de verdad y la voluntad de poder, entre los espíritus débiles y mendicantes y los del afecto y la creación, entre el capital y el dinero, como medida de todas las cosas, y los amores populares siempre abiertos, la voluntad de vivir.

* Panorama Federal / Radio Gráfica

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