
Muchas veces no nos damos cuenta que darle play a una canción, del género musical que sea, implica una serie de decisiones de corte político. Se pone en juego no solo el simple acto de disfrutar una expresión artística, sino que impacta positiva o negativamente en una buena cantidad de actores relacionados con la industria musical. Esto ocurre cuando escuchamos música solitariamente con nuestros auriculares, y también cuando reproducimos música en una fiesta, en una reunión de amigos o en una radio.
Qué escuchamos significa alimentar un mercado cultural que, nos guste o no, nos involucra en nuestro rol de público y nos rebota como un búmeran. Porque, al decidir quién o quienes integran nuestra lista de reproducción, fomentamos tal o cual mercado cultural.
La que más conocemos es una industria que está pensada para ganar dinero y que lo logra en la medida de que escuchemos lo que nos ofrece. Aquí es donde debemos prestar atención: si bien nadie reniega de la existencia de megaindustrias culturales, porque en definitiva todos disfrutamos de un buen Rolling Stones o un Soda Stereo, y los artistas menos conocidos se alimentan de ellos continuamente, sabemos que existen miles de nuevos talentos argentinos y latinoamericanos proponiendo sonidos alternativos que jamás llegarán a nuestros oídos a menos que les demos la oportunidad.
Saturar nuestro reproductor con probados clásicos es siempre garantía de éxito en una fiesta. Y eso ocurre porque la gran mayoría de los seres humanos nos resistimos al cambio, preferimos la seguridad antes que la incertidumbre y nos arriesgamos poco en materia de consumos culturales. Si no fuera así no tendrían tanto éxito las megaproducciones de Hollywood que ofrecen casi nada novedoso más allá del impacto.
Con la música pasa algo similar. Muchas de las canciones que giran en nuestros aparatos, que suenan en las radios de mayor audiencia, que se ofrecen en las pocas casas de venta de discos que quedan son, en el mejor de los casos, viejos éxitos remasterizados. O piezas que se parecen mucho a lo que hemos escuchado tantas veces, más allá de un retoque menor, una poderosa voz o el sonido novedoso de un teclado. En un porcentaje mayoritario ofrecen tan poco en materia creativa que pasan al olvido velozmente después de algunas semanas de rotación.
Esa música que nos ofrecen como novedad la mayoría de los artistas que decidieron entregarse a las dos o tres grandes discográficas que dominan el mercado (y moldean nuestros gustos musicales) ofenden con producciones sin alma ni propuesta. Canciones que van en busca de los lugares comunes probados, aprobados y explotados hasta el cansancio.
De esta situación son responsables las discográficas dominantes, que, como vimos, se arriesgan poco y nada. Pero también las radios, que reproducen “lo que la gente quiere escuchar” sin cuestionarsese nada, que cobran de esas discográficas por pasar lo que ellas piden y que en su accionar sostienen un statu quo de masticada mediocridad.
Desde nuestro lugar de aparente inocencia como consumidores también nos cabe parte de la responsabilidad. Como con los “Precios cuidados”, nuestro papel parece más importante de lo que nos quieren hacer creer.
Pero aclaro: no cuestionamos aquí el placer de volver a escuchar un buen disco de, pongamos, Mercedes Sosa. Ni el carácter más o menos pirata de los Artic Monkeys, o la vigencia de los Redonditos. Nada de eso. Simplemente creo que debemos saber qué implica incorporar alternativas a nuestro menú de opciones.
Miles de artistas incipientes, bandas con kilómetros de ruta, cantores/as de alto nivel pero apenas conocidos alimentan circuitos independientes de gran calidad. Trajinan festivales, movilizan las redes sociales, llenan plataformas digitales de audio, producen con mucho esfuerzo su primer disco, pero nunca logran trascender, en gran medida porque nadie los pasa, pocos los escuchan y, consecuentemente, no se habla de ellos. Nos ofrecen propuestas disruptivas, fomentan la creatividad, piensan de manera original y promueven nuevas formas de financiación. Pero muchas propuestas mueren porque cuesta demasiado vivir si no son escuchados. En definitiva, tienen una política nueva para pensar y hacer lo que quieren en un marco de mayor respeto por el público. Están ahí, esperando que les hagamos un lugar.
Las programación musical de Radio Gráfica incorpora constantemente nuevas producciones, fomentando artistas y bandas independientes, sean éstas incipientes o consolidadas. La impulsa el rol social que le otorga su carácter popular y el objetivo.
MI – GF – RG
* Columnista de Feos, Sucios y Malas – Radio Gráfica.